Han transcurrido dos meses desde las movilizaciones del 8 y 9 de marzo que por su magnitud y fuerza, constituyeron un momento fundamental a una exigencia vital: el respeto a las mujeres ante la agresión permanente de una sociedad, de una forma de vida que limita los derechos y menosprecia la existencia de la mitad de los humanos de la Tierra. Un mundo machista que históricamente ha cancelado, acotado o asediado las posibilidades de desarrollo de las mujeres, o simplemente las mata.
Dos meses de unas marchas en las que en todo el país quedó demostrado que las mujeres rompían con el discurso “progresista” de un gobierno de “izquierda” que respaldaría las demandas de libertad y reconocimiento por una vida sin miedo y contra el acecho hacia las mujeres.
Los datos muestran con crudeza las agresiones, las muertes y vejaciones que merecieron gritos de reclamos hacia el pasmo o la indiferencia institucional, hacia gobiernos lejanos o cómplices de las expresiones de la cultura machista, violenta. Las movilizaciones y su ausencia el día posterior, fueron una forma de hacer visible el hartazgo frente a la desidia gubernamental y en muchos casos social.
Pletóricas movilizaciones dieron fe de que era momento de hacer mucho más que lo realizado hasta ahora, lanzando el reto a la transformación que se ofrecía como garante de los cambios, esa misma que no será realidad si no se actúa ante la demanda de millones de mujeres.
Contra cualquier pronóstico, la reacción del gobierno fue a contra mano de ellas, ubicándose entre la descalificación y la ignorancia, entre el desdén miserable y la bajeza misógina. Apareció una visión chata, corta, de un problema amplio y de hondo calaje, por ello las demandas de seguridad y respeto fueron enviadas al cajón de los molestos temas de la reacción, de los conservadores complotados para lastimar “el proyecto”.
Son ya dos meses y si bien las demandas alrededor del problema de violencia de género parecen haber disminuido en medio de las noticias de la pandemia, ni el problema ni la respuesta institucional están invisibles, se ha hecho incluso más presente en estos tiempos de confinamiento que obliga al contacto de los hechos
puertas adentro de las casas, donde la violencia domiciliaria se produce y reproduce a pesar de la negación de un gobierno que no se mira en el espejo del dolor y la exigencia de género, que prefiere esconderse en la retórica insulsa e irrespetuosa del imaginario romántico de “las fortalezas de nuestras tradiciones”, de la “mucha fraternidad familiar”, aunque con ello refuerce la tradicional condición vejatoria contra la mujer, o no haga casi nada para que dejen de matar 10 mujeres diariamente o despidan de su trabajo a una embarazada cada 5 días.
Los datos oficiales, los del gobierno, muestran los niveles de incremento de llamadas de auxilio frente a la violencia; lástima porque el titular del ejecutivo nacional tiene otros datos, unos que le incomodan menos, que hablan de un problema menor.
Pero la lucha por el reconocimiento de las prerrogativas de las mujeres como genuinos derechos no parará, tendrá que seguir a pesar de los datos del presidente y su falta de voluntad para hablar del tema. Quienes piensen que es un pendiente que se ha arrinconado sin duda pronto escucharán los reclamos que saldrán con la fuerza legítima de no permitir más abusos, porque la apuesta de paliativos, negaciones y olvidos perderá.
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Dicen que las bayonetas sirven para todo, menos para sentarse. |
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