La violencia sobrecogedora que día a día se nos presenta con toda su crudeza, pareciera tomar el camino de la indiferencia colectiva o peor aún, el del que acoge la oportunidad de hacer justicia por cuenta propia, abrasada de ira y crueldad contenidas, donde se rompen y abandonan las normas, la templanza, la cordura.
Entrampados en los delirios de la descomposición, se reacciona con fiereza. En tales circunstancias el abandono de la razón es manifiesto. Se genera un ambiente de desconfianza, incredulidad, sospecha de cualquiera, promovido por el hartazgo del abandono institucional. El arrojo de calumniar y señalar sin tener pruebas, genera violencia, muerte. Todo está permitido, porque los que deben cuidarnos no lo hacen o son cómplices.
Pueblos justicieros que matan frente a las cámaras, asesinan culpables e inocentes, porque en medio de la turba las mentiras caminan alevosas derrumbando cualquier verdad. Es más fácil comunicar el miedo y el enojo que la serenidad; son caldo de cultivo, río revuelto.
Los vacíos generados por las instituciones son llenados por el enojo, por los fake news. La añeja y conocida frase “Calumnia, que algo queda”, parece ser la idea que mueve mucha de nuestra cotidiana comunicación social. Lo más repugnante es que además de reputaciones lastimadas, quedan cuerpos mutilados, calcinados, en medio de gritos y carcajadas, registrados en fotos o videos de individuos que compiten por la mejor toma para las redes.
Once personas atacadas con disparos en la fiesta del Garibaldi chilango que con los cuerpos tendidos continúa sin inmutarse. Nos vuelve inmunes la costumbre con los hechos que rondan nuestro imaginario; solo hay dolor si nos tocan, mientras tanto, son números que se suman a las estadísticas en una jornada más de sangre.
Veracruz no acaba de cosechar sus muertos, de aportar a las estadísticas nacionales del horror. Más fosas con cientos de cadáveres, la violencia no cesa, y la rabia y la consternación dura los segundos del video o de la nota. El estupor, la impotencia nos arroja al cajón de la inmovilidad, del espanto solo quedan las víctimas sin justicia, las familias destrozadas.
La esquizofrenia social ronda sin contención. En medio de la tecnología de la comunicación, en un contrasentido, se vive abandonado, solitario, convertidos en
rehenes de estos tiempos aciagos. La vida, nuestra vida debe tener otros derroteros, complicados de crear, difíciles de conservar, pero sigue habiendo mucho porqué no claudicar.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
"Los sismos no matan. La corrupción, la omisión de las autoridades, la voracidad de empresarios inmobiliarios... contribuyen a que los daños provocados por los sismos sean mucho mayores de los que debían de ser". Salvador Camarena, director de la unidad de periodismo de MCCI. |
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