El motivo central de las precampañas, campañas y elecciones, principalmente de las que definen el rumbo del país, deberían ser las propuestas programáticas, los proyectos, las razones y debates serios, sin embargo estos temas, si existen en boca de los candidatos, son marginales, se esbozan, parecen susurros en medio del ruido imperante, una estridencia que aturde, opaca, anula cualquier proposición.
Las circunstancias de nuestra vida cotidiana cuestionan la eficacia del sistema democrático que tenemos: la pobreza es ofensiva, la concentración de la riqueza es norma y la inseguridad campea. Los actores políticos tienen delante de si una prueba que exige responsabilidad y mesura para no desbordar las pasiones sociales ya en ebullición, por muchas cosas más que solo los procesos electorales de este 2018.
La problemática se vuelve mayor cuando los sujetos de referencia electoral son los entes institucionales más cuestionados de todos. El desagrado social por los partidos políticos es tan evidente que les otorga solamente el 9% de confianza, según resultados del latinobarómetro 2017, sin embargo lo que parece más peligroso es la continuidad en el desdén hacia la opinión pública, pues no se les observa preocupados de enviar mensajes claros y contundentes sobre su voluntad de revertir su descrédito y proponer y conducirse de manera proba para recomponer su patética condición de confianza.
El funcionamiento de nuestra vida social pero principalmente política está cuestionado y en crisis, gracias a ejercicios públicos y manejos políticos que durante años han mostrado fehacientemente como NO deben hacerse las cosas, convirtiéndose en un claro ejemplo de arbitrariedad y corrupción, sobre las que se fincaron enormes fortunas que empobrecieron a millones. Conductas irresponsables y desmesuradas que frenaron el desarrollo nacional y abrieron la puerta a la violencia y la miseria.
Necesitamos transformarnos para cambiar de paradigma político. Que la representación popular y el servicio público sean lo que realmente debe ser, un
empleo digno y bien remunerado que se ocupa de cumplir y hacer cumplir las leyes. Que nadie pueda enriquecerse de trabajar en esto, que no se conciban como espacios para robar y aprovecharse sino que sean anhelados porque representan la oportunidad de servir al conjunto social, de proponer nuevas formas de organización, de desarrollar proyectos y cumplir metas.
Cuando eso solamente sea su atractivo, podremos componer nuestros maltrechos entramados sociales y políticos, podrán realmente abrirse oportunidades de crecimiento económico y desarrollo. Eso no se podrá lograr si el lugar común de los actores que reclaman la representación política están ciegos y sordos para escuchar o ver lo que les hace falta a los demás, para darse cuenta que queda poco para llegar a un callejón sin salida, en la ruta de una democracia que recibe cada vez más desdén o indiferencia.
La vorágine de la disputa por el poder ha logrado construir solo los escándalos y la sordera suficientes para cancelar las expectativas de recomponer nuestro doloroso presente.
Exijamos nuevos comportamientos institucionales y políticos; se requieren golpes de timón de las élites políticas para replantear el imaginario social de un México que se hunde, trascender la visión del desastre en el que vivimos y cimentar la edificación de oportunidades reales de desarrollo. Como ciudadanos demandemos transparencia y verdad, rompamos la inercia de la simulación a que están acostumbrados los sujetos públicos, impidamos los disfraces, los engaños que siguen apostando por el abandono social que les da manos libres.
Las monedas ya están en el aire, los apostadores juegan sus cartas, la discusión política en el asalto a los poderes se recrudece y trastoca de mayor manera nuestra de por si compleja situación; en este momento la apuesta ciudadana es si se podrán recomponer los andares, las prácticas que hasta ahora distan mucho de ser lo que nuestros problemas realmente requieren.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Malicio que los que llegan de CDMX vienen a manejar el dinero del ayuntamiento xalapeño. Malicio que no se buscaba el mejor perfil. |
|