“Primero los pobres” es una de las banderas que dieron paso a la victoria del actual Presidente de la República en medio de un ambiente de hartazgo, de enojo ante las arbitrariedades, la corrupción y la inseguridad de los anteriores periodos de gobierno que no daban respuesta a los problemas de abandono social que se acentuaban; esta circunstancia apuró en su favor la idea de que era urgente un cambio profundo, pues se requerían nuevos y buenos comportamientos.
Cinco años después, la realidad muestra un país en condiciones mucho más complejas de las que entonces se tenían. Las esperanzas derivadas de los discursos y los compromisos anunciados, conformaron un imaginario de cambios que se asumieron como posibles de realizar con el esfuerzo de una nueva forma de hacer políticas públicas alternativas, sustentadas en la ética y la capacidad, en voluntades alentadas por el estigma del desdén, la mentira y la simulación prevalecientes. Lo esperado no llegó.
Reconociendo el nivel de complejidad de la problemática nacional, de los momentos económicos globales, de la innegable marca que impuso la pandemia, el señalamiento inicia en las formas y puntualmente en las políticas establecidas desde un poder público que, una vez llegar, desechó las promesas ofrecidas. Es de señalarse también su realismo militante de vieja usanza caudillista que ha sido prioridad para la toma de decisiones. Igual de cuestionada es la destrucción de nuestro frágil entramado democrático, de instituciones que afinaban, pese a sus problemas, el escenario de pesos y contrapesos necesarios a toda vida democrática.
Otro fundamental cuestionamiento a esta gestión es la negada militarización de la vida pública, el empobrecimiento institucional como resultado del arribo de una visión de administraciones basadas en lealtades partidarias más que en eficiencia o capacidad para establecer buenos o mejores resultados. Nos domina la ignorancia militante como baluarte de identidad de la fuerza política hegemónica. De la mano de lo anterior, resulta ofensivo por haber ofrecido erradicarla, el incremento de la corrupción y la simulación en un gobierno de los pobres que cancela servicios o beneficios sociales. Pareciera igualar para abajo y acordar para arriba con los que más tienen.
De acuerdo a la ONG OXFAM, los hombres más ricos de nuestro país han incrementado en un 70 por ciento sus fortunas en los últimos tres años. Es cierto que el escándalo de ese dato no es casual y si es mundial, pues en el marco global los supermillonarios concentran la riqueza de manera escandalosa, mientras las mayorías del mundo se empobrecen y los gobernantes pactan y se benefician sobre la base de evasiones fiscales y normativas, mayoritariamente ambientales, traslado ilegal de rentas y privatización de servicios públicos.
Desde el poder, el discurso político exige austeridad para con los ciudadanos y las instituciones públicas, mientras solapa los negocios con preferencias y la concentración de plusvalías para los cuates y la familia. En línea con la falta de regulación de las grandes empresas, es evidente que las actuales arengas palaciegas solo tratan de esconder la connivencia con los grandes capitales bajo un modelo injusto, cómplice y opaco que beneficia a los de siempre.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
El incremento de la crisis del agua en la entidad veracruzana, se enfrenta con instituciones sin políticas públicas ni presupuesto. Un abandono criminal.
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