Septiembre es el mes de los festejos de la Independencia Nacional. El grito de la proclama independentista y los desfiles, los actos que rodean las fiestas patrias, todo como marco de identidad de una nación que actualmente sufre la crudeza de situaciones dolorosamente aceptadas en una trágica “normalidad”.
También es el mes de la “unidad nacional”, en el que se celebra a los héroes que conforme la historia oficial nos dieron patria, más las loas que los nuevos sabios representantes del pueblo entrelazan y modifican el suceso histórico de 1810, “actualizaciones” que en la mayoría de los casos generan sorpresas que en muy pocas ocasiones resultan positivas.
La necesidad de realizar los “inéditos” nuevos momentos que les obliga eso que llaman la cuarta transformación, les lleva a manifestaciones que muestran su ignorancia histórica, su incompetencia evidente, su oportunismo hipócrita y una falta de sensibilidad y respeto básico hacia los espacios y símbolos de una conmemoración nacional de gran arraigo social y cultural por generaciones.
La imagen del Palacio Nacional con un vallado perimetral que limita el libre tránsito de las personas que deseen participar en los festejos. Separaciones metálicas, delimitaciones y resguardo del Palacio Nacional y del Zócalo que son los lugares emblema de la unidad nacional. Palacios cercados, de gobiernos cerrados que son a su vez la muestra de la derrota de las palabrerías de amor y cercanía con el pueblo bueno. Bardas que ejemplifican su capacidad y su voluntad de diálogo. Allí queda esa muestra mayor de cerrazón con la grosera e insensible falta de invitación para los festejos de los otros dos poderes del Estado representados, ¡qué barbaridad!, por dos mujeres que si no se someten están fuera, los actos son de él que para eso es representación incuestionable del “pueblo”.
Esta actualidad que se parece tanto a la “democracia” de sus viejos némesis que acuñaron aquello de “ni los veo ni los oigo”. Una realidad política de peroratas “circulares” que se establecen con el espejo y con los suyos, donde se rompe y se abandona la idea de la concordia, para acentuar la polarización que calumnia y busca desaparecer a los que piensen u opinen distinto. Este gobierno que desprecia profundamente la pluralidad democrática, porque solo se siente a gusto con los adeptos dispuestos a obedecer, con los que no mueven ni una coma.
Es el mes de una patria bipolar e intransigente, apaleada por la soberbia oficial que solo envuelve patriotas y antipatriotas, amigos y enemigos. Para ellos no hay más. El reduccionismo es ofensivo, pernicioso, pero eficaz para las estrategias que se establecen en función de un debate electoral donde la continuidad de ese proyecto debe lograrse a costa de todo.
En medio de estos “festejos patrios”, el dolor de un país vulnerable y ensangrentado continua. Los problemas profundos nos atraviesan y son dolorosos. Frente a ello la falta de humildad, el indecoroso refugio de la soberbia que desdeña la requerida unidad nacional porque lo que le conviene es el conflicto de negros y blancos, la subordinación a la “verdadera verdad”.
El México de ahora dista mucho de los sueños que enmarcaron el credo de la armonía que se ofreció en prenda y acabó al sentarse en la silla presidencial. ¡Viva México¡
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
En México, en el Primer semestre 2023, una agresión a periodistas cada 16 horas.
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