En el México feliz en el que todas las mañanas nos dicen que vivimos, las cosas marchan conforme a la ruta planeada, se transforma la vida nacional y el proyecto camina pese a las oposiciones de aquellos que no entienden que ahora hay una y solo una palabra verdadera.
El ejercicio retórico cotidiano de los otros datos, se enfrenta -con bastante éxito para conservar a sus fieles-, a la contundencia de los datos que no presentan las condiciones idílicas de este país, que no se desempeña ni en las mejores prácticas ni tampoco en los mejores cambios, sino por el contrario, en la reedición de viejos usos y peores costumbres.
Con 140 mil homicidios en los últimos cuatro años, nuestra nación es un territorio ensangrentado, víctima de una violencia bárbara que se refleja en pérdida de vidas, además de en muchas otras manifestaciones de nuestra dolorosa cotidianidad.
Un reto complejo y multicausal que si bien no es originado en este periodo, en campaña se había comprometido la definición de acciones que redujeran estas condiciones que nos llenan de miedo. El andar del tiempo ha puesto en entredicho la claridad del compromiso contraído y el conocimiento para resolver realmente tan duro entresijo y sin embargo se niega la realidad.
Frente a la desigualdad y la pobreza, la poderosa frase de “primero los pobres” se diluye cuando los datos constatan el incremento de ambas, cuando se reducen las posibilidades de contar con mejor empleo seguro o salud o educación dignas, reduciendo la esperanza que cualquiera puede tener sin temor de parecer sujeto de descalificación por desear vivir mejor y se nos presenta la virtud franciscana como el ideal que todos deberíamos concretar.
Los logros democráticos sufren el asedio de los que arribaron gracias a ellos y con reglas arrancadas en una larga travesía que construyó instituciones y normas que dieron cuerpo a procesos electivos que superaron confrontas, violencia y cerrazón, al conformar una sociedad que miraba y edificaba demandas de libertad democrática, que aspiraba a certidumbres en los procesos electorales, no en los resultados, de la mano del reconocimiento a las pluralidades y representaciones de mayorías y minorías.
Ahora se descalifica y se engaña para cambiar lo logrado y regresar a lo que se creía superado. Se busca desmantelar esas instituciones y reglas que tanto ha costado ir definiendo y que siendo perfectibles, han sido garantes de años de estabilidad en las luchas por los poderes y representaciones políticas.
Se cierran los canales del diálogo que permitieron avanzar hasta este punto. Se dificulta pensar en la ruta correcta para resolver nuestros problemas cuando solo se escucha una voz, una voluntad. Si se opina distinto, inmediatamente te convierte en algo más que un adversario. Esta crisis democrática y de tolerancia se refleja cuando se denosta y se acosa a la manifestación distinta, excluyéndolos como ciudadanos válidos, porque el pueblo solo es uno y tiene dueño y representación.
La oportunidad de salir de las aciagas condiciones en que vivimos, requiere de la reunión de voces y esfuerzos, no de una sola voz o una visión. Es necesaria la concordia frente a la confrontación permanente y entenderlo parece complicado cuando se envalentona el fanatismo y se promueve la cerrazón donde todos perdemos. La historia muestra que al final, más temprano que tarde, las sociedades rebasan sus periodos oscuros. Esperemos que los que ahora vivimos sean breves para que alcancemos a ver su fin.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Sin duda, las pensiones una bomba de tiempo
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