Ensimismados en la idea de acentuar las diferencias, los que detentan el poder cancelan cualquier posibilidad de coincidencias para enfrentar nuestros graves problemas. El asunto es fácil de presentar desde la lógica en la que la “verdad” y la “moral” para entender la realidad solo la poseen unos, ellos, los buenos. Por lo tanto, solo ellos pueden cambiar lo que a sus ojos es malo; los que piensan distinto a ellos están fuera de la verdad, por lo que queda claro que están equivocados.
Las posibilidades de encuentros con los “otros” siempre estarán supeditados a la subordinación, al proceso “reeducativo” dirigido por el pastor y sus fieles que ostentan la verdad que poseen, los que han sido aupados por el “verdadero pueblo”. Los demás, los “otros”, los que puedan tener opiniones o razones distintas, son resabios de regímenes malos y viejos; las opiniones libres que se puedan tener son tan solo manifestaciones de conservadores “aspiracionistas” que deben ser señaladas como expresiones impías frente al nuevo testamento nacional.
Al final, nuestras tragedias y precariedades, nuestras dolencias sociales profundas sanarán, con solo la voluntad de quienes hoy proclaman su estatura moral llamando a la redención en las nuevas escrituras y convocando la homogenización en torno a los nuevos pastores que “con todo respeto” podrán lavar los pecados o castigar a quienes se atrevan a oponerse. Solo hay un verdadero camino, una sola fe oficial que es posible practicar, quien no lo reconozca así, está sencillamente en el lado equivocado y deberá asumir las consecuencias. ¡Fuera Máscaras! Dice el pastor, estás conmigo o contra mí.
Los reduccionismos son escalofriantes, la construcción cada vez mayor de extremos intolerantes camina de la mano de una sociedad que es llevada a los escenarios del conflicto permanente, donde no cabe el centro y la moderación, donde las razones son abandonadas, donde se empobrece la discusión y se premia el griterío y la descalificación a quien piense distinto, donde no hay espacio para el diálogo sino únicamente para el denuesto.
Podemos hablar de tiempos oscuros donde se acomodan los viejos usos, las viejas prácticas, los mismos poderes que discursivamente son anatemizados. Es en esos espacios donde la ignorancia, el cinismo y la hipocresía festejan su dominio, engalanados por las retóricas transformadoras.
Hoy estamos en el México bárbaro, donde cotidianamente se normaliza la degradación de nuestras instituciones y espacios públicos, la banalización de los ejercicios públicos, donde millones padecemos miedo y desesperanza, donde la violencia y la pobreza, la indiferencia y la ruptura de entramados sociales avanzan, el presente en su complejidad requiere con urgencia, lo digo más allá de cualquier ingenuidad, de mucho más que posiciones que nazcan de las vísceras.
¿De verdad, hoy por hoy se debe cerrar la puerta a la insistencia en atemperar los denuestos y cambiarlos por mínimas coincidencias que aclaren el sombrío futuro que parece venir?
Las oportunidades de encontrar espacios para encaminar las diferencias normales en una democracia, por básica que esta sea, deben fundarse en reconocer que los escenarios tan profundamente complejos que vivimos, estarán cada vez más lejos de tener soluciones si se sigue en la ruta de las visiones únicas y de confrontación.
Visiones que, atrincheradas en cerrazones, se presenten como infranqueables para la cordura de la pluralidad, del acatamiento de reglas que reconozcan y habiliten las posiciones diferentes, con diálogos que construyan puentes para transitar estos momentos que, queramos entenderlo o no, nos están poniendo en total emergencia nacional.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
El árbitro electoral está en un sinuoso y asediado camino.
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