A pesar de la terrible situación que padecemos, pareciera que en este país no pasa nada. Se acercan los días de la elección y el debate político nacional se ubica en una discusión atravesada por la manifiesta incapacidad de propuestas que mejoren la vida nacional. Como si la vida social no estuviera donde está, los actores políticos, todos, refieren los viejos comportamientos, incluso en algunos casos con formas más acentuadas.
Los partidos políticos que se suponen garantes de la discusión democrática, enfrascados en sus luchas de poder internas y externas, reiteran los comportamientos que los marcan como instituciones desprestigiadas para amplios sectores de la sociedad, mostrando una nula o precaria democracia partidaria, reeditando actos grotescos en su vida interna, ausentes de autocrítica, sin altura de miras frente a las crisis y con la reproducción de viejos o nuevos cacicazgos.
Este momento político enfrenta los retos de una democracia asediada por la polarización, la intolerancia y la intransigencia, por la incapacidad de tirios y troyanos para determinar con hechos y propuestas, diferencias claras entre unos y otros. Mientras la sociedad mexicana camina entre sus muertos, entre las violencias y los miedos, una mayoría de actores políticos y sociales definen sus prioridades en el marco de aspiraciones facciosas, nada responsables ante nuestras tragedias.
Se reduce la posibilidad de armar un debate de razones, de argumentos, que se abra paso entre la cerrazón de las posiciones intransigentes, de las verdades únicas que descalifican todo aquello que sea distinto; no se vislumbran asideros de diálogo y reconocimiento del diferente. El hartazgo de una buena parte de la sociedad, la indiferencia de otra, y el desenfreno de una parte más, no son referencias favorables para detonar con efectividad comportamientos, imaginación o acciones alternas de beneficio colectivo.
El ruido social privilegia las visiones egoístas y las posiciones irreductibles. Los bandos no proponen, se atrincheran en el lodazal de una competencia de ofensas, calumnias, mentiras, de ofertas irrealizables, de mucho más de lo mismo de siempre.
Los abundantes problemas que tenemos, con un elemental tacto y sensibilidad política, tendrían que ser suficiente para orientar los actos y ofertas de quienes compiten o dirigen la competencia electoral y no ha sido así. El adeudo es significativo y de no modificarse, el alcance será negativo el próximo 6 de junio.
Se hacen realidad las consignas populares de que en la política nada ha cambiado, de que todos son iguales, de que siempre pierden los mismos, porque la vida de millones se mueve en medio de las carencias y la vulnerabilidad, de los túneles sin luz al final. Para mejorarlo, es necesario asumir que requerimos, que exigimos debates responsables, que trasciendan la prevaleciente visión bicolor y planteen ideas que rescaten la pluralidad y fortalezcan nuestra vida democrática actualmente en riesgo.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Tiempo de elecciones. Antes: Cállate chachalaca, al Presidente en funciones. Ahora: Callar al Presidente es coartar su libertad de expresión. |
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