Martín Quitano Martínez.
mquim1962@hotmail.com
twitter: @mquim1962
“El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos…No sabe que
de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto,
mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”
Bertolt Brecht.
Termina 2019 como un año más de violencia y barbarie como los que hemos
tenido en el país desde hace ya varios años. Permanecen los horrores cotidianos,
la impunidad y las arbitrariedades forjadas en malos gobiernos de antes y ahora.
Hace poco más de un año, una sociedad harta, agotada de la desigualdad, de la
soberbia y concentración de la riqueza, de la corrupción cínica, desbordada en la
captura de lo público para beneficios privados dio pasos para apostar por
gobiernos que se proclamaron diferentes. Entonces la sociedad se reanima, se
apasiona por el cambio para una vida mejor, llenándose los oídos de frases y
promesas.
Conviven en este país una sociedad mayoritariamente esperanzada que recogió
los llamados de la transformación ante las tropelías y las injusticias de los
gobiernos, que clama contra sus vicios públicos, con otras partes de la sociedad
que en distintos grados no comparten la emoción de la transformación en curso,
una más que se encuentra en franco desacuerdo y una más que no tiene ningún
interés en la vida política y los asuntos públicos.
Todos mexicanos y todos con una vida social, personal que también, en ocasiones
deja mucho que desear como partes de un conjunto que debe funcionar mejor. Un
conjunto social que puede aspirar a gobiernos mejores, más honestos, justos,
sensibles, pero que está poco dispuesta a comportarse de igual manera en su
actuar cotidiano. Individuos que a la menor provocación muestran su cara dura, su
incivilidad, su intolerancia, su deshonestidad.
Se ha vuelto común vivir los tiempos de la trasformación en medio de la
agresividad social, con en el rompimiento continuo de las normas básicas de
convivencia. Los más pequeños actos cotidianos, en nuestra colonia, nuestro
trabajo, nuestra oficina o el transporte, nos ofrecen la oportunidad de ser
congruentes con nuestras demandas y aspiraciones hacia los gobernantes.
Porque pareciera que el camino hacia una mejoría social solo es asunto del
gobierno, que dejamos en sus manos la responsabilidad del cambio, y no. En eso
estamos equivocados.
Yo tengo derecho a exigir que mi gobernador no robe, no malverse los fondos
públicos, pero también tengo la responsabilidad de pagar mis impuestos, de no
tomar lo que no es mío, de cuidar los espacios públicos y privados, de respetar los
reglamentos y leyes. La cultura del agandalle, de la agresión, del aprovechar
pasándose de listo, pareciera hacernos fuertes y valientes, otorga vigencia a la
preponderancia sobre los tontos, sobre los débiles, sobre el ser “mejores” y dejar
claro nuestra ignominiosa condición de superioridad e impunidad.
Una transformación verdadera, profunda, solo será posible si logramos gobiernos
eficientes, honestos, comprometidos y responsables, y también si logramos
ciudadanos participantes, honestos, comprometidos y responsables. Por eso es
tan importante asumir nuestras taras como seres sociales, como ciudadanos.
Evitar cometer y señalar el rompimiento de las reglas en nuestra cotidianeidad.
Ser mejores implica no romper las normas, darnos la importancia de nuestra
aportación individual a la comunidad, al de al lado.
El terreno de los compromisos y responsabilidades no pueden estar solo en el
terreno de nuestros contentillos personales; es necesario acudir a las reglas para
la convivencia, en ello los gobiernos llevan mano, en esta ida y venida de los
reclamos sociales, de los ejercicios de gobierno donde están los equilibrios. Vale
decir que para eso están los marcos normativos y las instituciones, porque no es
suficiente argumentar la bondad del pueblo o lo inmaculado de un gobierno para
concretar la transformación ofrecida. Los tiempos avanzan y es urgente que se
contenga el desbocamiento en el que nos encontramos.
Tomar acuse de nuestras circunstancias nos obliga a mirarnos en el espejo de
nuestros comportamientos, de nuestras acciones diarias, de asumir nuestros
adeudos sociales y sin duda estar atentos de la política y de los asuntos públicos,
de los gobiernos y representantes que tenemos, de evaluar y revisar,
reconociendo lo bueno y exigir correcciones ante lo malo.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Defendamos siempre el Estado laico. |
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