Dicen que la historia tiende a repetirse. Esa idea implica en muchos casos no recordar, desmemoria; en otros muchos simplemente recomponer creencias, acomodar intereses, concretar o buscar concretar nostalgias. Pero no siempre es bueno regodearse en un pasado que se recuerda como mejor, mucho menos cuando se enmarca en certidumbres que hoy por hoy no se encuentran porque simplemente las cosas han cambiado. No me refiero esencialmente a la naturaleza humana individual sino a ese espacio social y territorial que complica crecientemente nuestras convivencias, nuestras relaciones.
Nuestro país se encuentra sumido en ese debate de lo complejo de una vida de desigualdades y violencias, que no son solo suyas, pero que a los ojos cotidianos es harto difícil de concebir como el escenario donde la felicidad campea y por ende sale a festejar de forma vibrante ante una convocatoria y más aún cuando proviene del mismo poder. La realidad es que la carga de problemas en los que nos encontramos se dimensionan aún más profusamente con los niveles de polarización que se estimulan diariamente.
Lo preocupante es que frente a lo cotidiano, en nuestro país se responda con las retóricas de condiciones no solo imaginarias sino agresivas a la inteligencia y claramente desmontables de cara a pruebas básicas que encuentran comprobaciones negativas frente a lo que pareciera la insistencia de las simulaciones y las mentiras como sellos de la construcción de una realidad paralela que se asume inobjetable e intolerante.
Insistir en el pasado como prueba inequívoca del paraíso del cual fuimos expulsados en los últimos 30 años, ha resultado pegajoso y asimilable por muchos, el asunto es si el presente y el futuro deben establecerse en esos tiempos previos al cataclismo neoliberal, ignorando lo poco o mucho que se avanzó, reconociendo los pendientes y ofensas establecidas, dando pautas a retrocesos que se sustentan en reciclar viejas prácticas también seriamente cuestionables.
Son muchas las posibilidades que se están dando para que tenga continuidad esta visión del ejercicio político y público, una visión que rechaza la pluralidad, desconoce la opinión distinta, que descalifica y adjetiva. Son altas las posibilidades en la medida en que se alimentó de aglutinar los hartazgos frente a los pasados gobiernos ineficientes y corruptos, frente a las arbitrariedades y las injusticias que aún mantienen un importante nivel de esperanza en amplios sectores sociales.
Sin embargo, paralelamente y ante la percepción que se ha ido forjando de poco cumplimento de expectativas y en muchos casos de desilusiones ante la reproducción de actitudes y comportamientos nada diferentes de lo que tanto se cuestionó, el proyecto puede crujir.
Los debates hacia el interior del propio grupo gobernante y de las fuerzas que lo respaldan parecen anunciar condiciones complejas y que preocupan o pueden preocupar al mismísimo líder. Las batallas internas y las respuestas parecieran cada vez más amplias de una oposición más ciudadana que partidaria, sin duda estarían planteando la necesidad de hacer procesos de cicatrización interna y reposicionamiento hacia afuera que seguro serán vistas y sentidas en mucho más que una convocatoria a solo una marcha multitudinaria, por muy reconfortante que le pueda ser.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Justificar la desaparición de las Escuelas de Tiempo Completo en lugar de volverlas eficientes.
|
|