Es la verdad y es difícil comprender para muchos, la condición de fragilidad en la que estamos con el COVID-19, una en la que es urgente acentuar las acciones para que los impactos negativos sean menores. Ciertamente la vida seguirá y se contarán historias y anécdotas sobre los tiempos de la pandemia que nos atravesó en prácticamente todas las vertientes, incluida la de índole social.
Dicen los expertos que contener la propagación para enfrentar de mejor manera la enfermedad, estriba en evitar los contagios, respetando una mayor distancia física entre las personas, reiterando las medidas de higiene, promoviendo el aislamiento voluntario y masivo. Con estas medidas el virus irá interrumpiendo su cadena de contagio y morirá. Además de permitir el fortalecimiento de nuestros sistemas inmunológicos y el desarrollo de vacunas para prevenirlo.
La discusión global del impacto del COVID-19 se centra en su enorme capacidad de contagio frente a la respuesta institucional y social, junto con la reducida capacidad de los sistemas de salud nacionales para atender sus peores consecuencias en población vulnerable, generando un gran estrés social y muerte.
Prácticamente todos los gobiernos en el mundo reconocen a la distancia social como el principal criterio en la lucha contra el virus; los liderazgos nacionales acusan recibo y actúan en consecuencia. Sin embargo, en México no es así.
Como si se tratara de otro asunto que no tiene que ver con la vida humana, abundan las excepciones y los rebeldes. Empezando por el lamentable ejemplo que ofrece AMLO, que continúa con conferencias presenciales todos los días, saliendo a eventos y mítines donde saluda, abraza y besa a todos, negándose abiertamente a cambiar dichas conductas, como si fuera una broma. Igual sucede con algunos gobernadores o presidentes municipales, que debiendo dar el ejemplo de buena conducta, optan por minimizar las consecuencias de su irresponsabilidad.
Vienen argumentando unos cálculos científicos para enfrentar de manera diferente al COVID-19, desdeñando las malas experiencias previas de otros países. Hace tres días, la comunidad científica nacional firma y se pronuncia sobre un mejor manejo institucional, sobre mayores restricciones para la protección ciudadana,
más recursos, más pruebas, más claridad gubernamental. No cambia nada. Supongo que refutarán que “ellos tienen otros científicos”.
Con más ilusión que convicción, cruzo los dedos para que los cálculos del gobierno federal sean atinados y solventes, y consigan cuidarnos del COVID-19 con las menores afectaciones posibles. Disculpen mi escepticismo.
Ayer la Jefa de la CDMX cierra cines, antros, bares, prohíbe reuniones mayores a 50 personas. Hoy inicia la jornada nacional de la sana distancia impulsada desde el sistema de salud nacional, donde nos piden estar en casa, evitar reuniones amplias, actuar con responsabilidad cívica ante el problema que hay que enfrentar. Pues hoy mismo el presidente sigue repitiendo su agenda, violentando las disposiciones federales y locales, anunciando recorridos. Todo igual, como si no pasara nada; generando mensajes contradictorios. En su opinión personal, no hay que alarmarse, no hay que tomar medidas extremas.
La “tranquilidad” que según busca transmitir, evidencia a contramano actitudes irresponsables, indignas de un jefe de estado al desacatar las propias indicaciones. Ante esta postura ahíta de responsabilidad cívica, ante la total vulneración a la seguridad ciudadana, a la integridad y los derechos a la salud del conjunto nacional, debemos sacar fuerza de flaqueza y demostrar que nosotros, los ciudadanos de a pie tenemos una fuerte conciencia social, que nos valoramos y respetamos al otro, por ello consideramos una obligación ser cuidadosos y solidarios.
Las repercusiones derivadas de este flagelo en lo que se refiere a la salud, a la economía y a los ámbitos social y político, tocará analizarlo en un tiempo; mientras tanto, como en muchas otras etapas y frente al pasmo y/o la irresponsabilidad gubernamental, la sociedad tendrá que responder.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Llega el COVID-19 a Veracruz, y el dengue se frota las manos. |
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