Para ninguna sociedad ni individuo es un buen pronóstico normalizar el miedo, acostumbrarse a la violencia, pero es sin duda una salida a tan avasalladora afrenta psicológica, un mecanismo para no dejar que esa realidad nos termine de hacer pedazos.
La percepción de inseguridad en que vivimos en lugar de reducir aumenta. Datos 2018 del INEGI ENVIPE (marzo-abril, 2018) nos colocan en la cuarta entidad con el más elevado índice de percepción del país, incrementando de 64.8 a 88.8 en 7 años.
Los datos y notas que circulan, oficiales y no, se convierten en los partes de información fría, que no alcanzan a reflejar el sentir de una vida social que vive los problemas de la inseguridad y la violencia a flor de piel.
En ocasiones resulta ofensivo reducir el alcance del sentir y el dolor de miles al calificativo de percepción, más cuando se observa la crisis institucional para enfrentar un fenómeno complicado, duro, que merece mucho más que la palabrería y las diferencias entre quienes deberían estar trabajando juntos en resolver tan dura situación.
Son ya demasiados meses perdidos discutiendo entre responsables del ejercicio público veracruzano respecto de lo que el otro debe hacer, mientras la inseguridad transcurre entre escaramuzas de acusaciones que en nada ayudan a responder a las obligaciones que les son consustanciales a sus encargos. La delicada situación de inseguridad en que nos encontramos, obliga a la coordinación interinstitucional, a la urgente ruta de acuerdos para enfrentarla desde el ejercicio de gobierno y sus instituciones.
Parece que en Veracruz se privilegian los enconos personales antes que las soluciones urgentes contra la inseguridad; visiones cortas frente a la profundidad de los problemas, un debate sórdido en lugar de la construcción de puentes mínimos para acciones conjuntas. El barco institucional se hunde y siguen sin verlo, la sociedad sufre y reclama y no es escuchada, el griterío de acusaciones o la displicencia que pareciera no comprender el gran daño que generan con su falta de resultados.
El ejercicio público reclama hoy por hoy visión de Estado y con ello más humildad y menos orgullo personal. Para comprender la magnitud del retos que se enfrenta, se requiere voluntad y capacidad, mostrar, lanzar mensajes de solvencia hacia la sociedad, desprovistos de los prejuicios que impidan el reconocimiento de las distintas formas de expresión política y social.
La complejidad del problema tendría que haber convocado a un llamado que trascienda las polarizaciones e intolerancias, que se acuda a la búsqueda de coincidencias básicas de todos los que desean superar los agravios que genera el flagelo de la inseguridad.
La obligación de todos los gobiernos es entender que para superar esta crisis es prioritario trascender la lógica dominante hoy en el ejercicio público, la visión reduccionista de conmigo o contra mí.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
El patrimonio mundial está de luto. |
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