Modificar, cambiar, transformar la vida pública y social de nuestro estado es una aspiración que se respalda en las condiciones de injusticia, pobreza, corrupción e impunidad que han hecho de México un lugar de inconfesables horrores, de miedo y violencia, que cancelan oportunidades, que ofenden, que degradan, que rompen con la esperanza y el optimismo que pese a todo prevalece.
Son necesarios los ajustes y el público rechazo de los comportamientos públicos y privados que cimentaron cofradías de arbitrariedades y corrupción. Hechos y personas que gozaron de privilegios a costa de cancelar el buen uso de los recursos públicos. Decisiones que cancelaron la aplicación de programas y proyectos que podrían haber generado crecimiento y desarrollo para otorgar al país mucho más que potencialidad económica; inversiones que fundamentalmente promovieran una sociedad más justa y segura, con mayor calidad en educación, salud, mejoras en servicios públicos, menor pobreza y mayor igualdad.
Los grandes beneficiados del modelo expoliador impulsado desde el poder, miraban complacidos hacia otra parte mientras se favorecían de trucos administrativos como la omisión y la discrecionalidad. Fomentando quehaceres públicos y políticos a modo, que recibían sus contraprestaciones y que con el tiempo arruinaron y convalidaron el deterioro social, dejando a millones fuera del carro de la modernidad, del crecimiento que la globalidad señalaba.
Lo anterior es tan cierto y tan necesario como que para remediarlo se requiere de mucho más que diagnósticos generales, razias institucionales indiscriminadas, señalamientos sin reflexión, y todavía peor, la toma de decisiones desde el prejuicio, desde las visión bicolor de blancos y negros, de la falsa dicotomía del "conmigo o contra mí".
El proceso de ajuste debe cimentarse y operarse desde la serenidad y la mesura, reconociendo la pluralidad, la diversidad política e ideológica al interior de la burocracia, pero con una visión de fortalecer cuadros y el servicio profesional y público de carrera. El proceso exige el reconocimiento de experiencias, trayectorias o sencillamente el quehacer de una burocracia que pese a muchos cuestionamientos también realiza trabajos comprometidos y de solvencia.
La tabla rasa no puede ejercerse como norma, si la aspiración es el cambio verdadero que millones demandamos, pues se acabarían reproduciendo las mismas fobias, los mismos comportamientos criticados, contra los que se votó en la pasada elección de forma multitudinaria y esperanzadora. Hacerlo mal, igual que antes, sería sin duda una equivocación; el mal que incube malestar social, conflictos y procesos que abran posibilidades al fraseo comúnmente utilizado de la derrota social, de que "todos son iguales cuando de tocar el poder se trata", de que "estábamos mejor cuando estábamos peor".
El reto de la transformación está en hacer realidad los mensajes de cambio, que los discursos y promesas se concreten. Que los nuevos actores se conduzcan dentro de la ley y buenos ejercicios administrativos, que no solo sean honrados, sino honestos, que sean tolerantes y profesionales, eficientes y que principalmente no violenten derechos, ni se instauren piras irresponsables, ni persecuciones, ni acosos sin más elementos que el de la ofuscación, el delirio y la cerrazón.
En el ejercicio administrativo, como en lo general de la vida, no todo es malo como tampoco es todo bueno. Los claroscuros son parte de la vida y de las personas, y claro, también de los ejercicios públicos. Un poco de humildad y sensibilidad, permitiría a los nuevos administradores entender que no existen las verdades absolutas, y que no se gobierna en un "campo de concentración".
Tomar esa ruta de descalificación, involucra decisiones y actos incorrectos, injustos, que no pueden caracterizar a una administración pública orgullosa de salvaguardar las leyes, respaldada por un sistema democrático que permitió el arribo de ellos, los que ahora creen que poseen la verdad incuestionable.
“Los procesos sociales no se detienen ni con el crimen ni con la fuerza” diría Salvador Allende mientras le llovían las bombas de la intolerancia y los conservadores.
Bien se haría en que los nuevos adalides del cambio en Veracruz entendieran eso y comprendieran que siempre será mejor reconocernos en las diferencias, y que ello no significa la anulación del adversario sino la incorporación de todos en las coincidencias, para enfrentar en mejores condiciones nuestros angustiantes problemas.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
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