En el contexto actual de la palabra única, de la verdad absoluta, se intenta imponer una discusión pública dicotómica, acotada desde los recovecos del conmigo o contra mí. Una discusión nacional que parece más un guión teatralizado, un enredo fársico construido exprofeso para “acomodar la realidad” a conveniencia. El ambiente político nacional en campaña permanente, en una disputa falaz que cotidianamente refuerza las prioridades definidas en el imaginario gobernante.
Mientras el país sufre los embates de diversas crisis que dolorosamente se padecen por millones, en materia de justicia, inseguridad, pobreza, salud, medioambiente y muchos renglones de la vida cotidiana, los que requieren para su atención de una convocatoria a la suma, a la reflexión y la unidad en la pluralidad, desde el poder gobernante se blande la retórica de la confrontación, del denuesto al diferente, de verdaderas ocurrencias que implican acentuar la polarización.
Es que acaso gobernantes y representantes políticos no se han percatado que la sociedad mexicana ha demostrado fehacientemente, que valora su vida democrática, construida con esfuerzo ciudadano, a tirones, dejando en claro que amplios y mayoritarios sectores abonan a la pluralidad, a la paz y la libertad. Una sociedad que exige mejoras a las instituciones, que se combata la corrupción y la arbitrariedad con pleno apego a los marcos jurídicos, con políticas públicas que efectivamente transformen el presente y nuestro futuro.
A estos reclamos: oídos sordos. Enfrentar una visión armada desde la soberbia moral de sus incuestionables preceptos. Una visión que pretende invisibilizar la realidad trágica de nuestro país, que prefiere no mirar los mensajes y mandatos de una sociedad ávida de cambios. Que se niega a la reflexión y la autocrítica, que cancela la opción de equivocarse, que se asume infalible, que se cierra al reconocimiento de opiniones o ideas distintas. A contramano, acampa tranquila la intolerancia, mientras los ruidos impiden escucharse y abrir la oportunidad que merece el establecimiento del diálogo.
La suma cero, el discurso bicolor, la falta de humildad real, no la incuestionable estatura del ego, el entender que revisar la historia significa mirar mucho más allá de la anécdota ideologizada. Enmascarar la utilidad política, en la renta que se cobra desde la tergiversación de los ensueños que esconden nuestros pendientes presentes, las responsabilidades ausentes.
El debate necesario debe obligar a realizar los trabajos que están muy lejanos de la cerrazón dominante, que favorece la exclusión, la persecución o la denostación de todo aquello que suene o parezca discordante de la exigida obediencia. Sobreponerse a la visión que cierra oportunidades, para que en las diferencias, se logren condiciones que brinden salida a nuestros males.
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
A pesar de lo que se diga, Veracruz sigue encabezando a nivel nacional el doloroso tema de los secuestros. |
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