En este país el control presidencial de la agenda pública es total. Salvo breves momentos, la capacidad del presidente para orientar de qué y cómo se habla, el tema que se discute diariamente en México, es absoluto. Él determina el tono, los decibeles que rigen y se instalan en el escenario nacional sobre la base de sus humores o intenciones, de su juego político y su campaña permanente. De hecho, la prioridad que otorga a “sus temas” parecen alejarlo de las responsabilidades de su encargo, de ejercicios y acciones administrativas y de la toma de decisiones que no acusan soluciones ante problemas profundos.
Allí está el debate de los presidenciables del partido gobernante, la ya demasiado larga discusión con un comunicador, el regodeo en los lugares comunes que recrean la imposición de un discurso que sigue dominando y define crispaciones que “informan” las buenas nuevas de los logros de una “transformación” de pañuelos blancos para promesas y compromisos cumplidos, de reiteradas referencias a la felicidad de un “pueblo” que reconoce los nuevos tiempos.
El desarrollo de esta narrativa política, trazada desde el discurso de la transformación, sigue siendo sólida, al dar continuidad a imaginarios construidos de sus años de campaña, la cual no ha terminado con su arribo al poder y a casi 4 años de un triunfo que reunió las esperanzas de millones para enfrentar y resolver muchos de los pendientes. Los problemas ofrecidos para solucionar, continúan o se han acentuado, dejando en claro la brecha que existe entre la popularidad presidencial y el señalamiento de su mala gestión en el ejercicio mismo de su gobierno.
Con más del 60% de aprobación en casi todas las encuestas, también aparecen las negativas valoraciones sobre la inseguridad y la violencia o de la maltratada vigencia del Estado de Derecho con el reconocimiento de la impunidad y la arbitrariedad que siguen siendo hondas preocupaciones. Lo mismo para la corrupción que sigue siendo un lastre nacional real y de percepción ciudadana, confrontada con evidencias claras en los círculos más cercanos del presidente.
Lástima que la inflación no se controla con discursos, porque tenemos la más alta en décadas, con todos sus sabidos efectos nocivos para la economía familiar,
junto con la falta de oportunidades de trabajo, del empobrecimiento evidente de cada vez más mexicanos o de los problemas de salud y educación.
Este dominio de la agenda nacional en una narrativa de confrontación permanente, es la causa del incremento de la polarización social, lo que significa un asunto político de la mayor relevancia y preocupación, cuando se delimitan las contradicciones consustanciales a la democracia en posiciones de exclusión de los enemigos y se recrudece el discurso simplificador, descalificador y prácticamente de exterminio a quienes piensan diferente. De los traidores a la patria para los que votaron en contra de la iniciativa de reforma eléctrica, habrá que esperar el reforzamiento de la retórica descalificadora con la discusión de la iniciativa electoral, para posicionarse como víctima, y tan solo estar con el “pueblo” o contra él.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
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