No hay duda que el proceso electoral venidero será una elección de Estado; de hecho ya la estamos viviendo desde hace meses. Las capacidades legales y las acciones que se requieran por parte de los gobiernos, se muestran al servicio de la continuidad de un ejercicio político y público, a las órdenes del presidente para que siga su autodenominada “transformación”.
Enarbolándose la representación del “pueblo bueno”, argumentan con relación a los cambios que dicen impulsar desde los ejercicios gubernamentales, reproduciendo los peores modos y momentos del pasado inmediato que tanto critican ellos mismos, presentándolos como inéditos de forma descarnada.
Las desastrosas e incluso ilegales formas y comportamientos que ahora se observan en el marco de las metas para el 2024, guardan poco o nada de decoro o diferencia respecto del” haiga sido como haiga sido” tan evidentemente trasgresor o de la “plenitud del pinche poder” que asumieron las arbitrariedades con el desparpajo de que el fin justifica los medios.
Estamos ante la reedición remasterizada de actos marcados y tan largamente cuestionados por su innegable desprecio de las reglas y códigos, mismos que palidecen por la fuerza que hoy por hoy se imprime en los atropellos, las injusticias y coerciones, las amenazas o el pleno y descarnado usufructo de su verdad.
El 2024 pasará por la discusión de esa elección de Estado que se implementa sin rubores, que apuesta por la trasgresión de las normas, por generar miedos y dificultades al proceso de un juego democrático que les estorba, que les incomoda, y que boicotean porque implica respetos básicos de la pluralidad y de las reglas de participación electorales que defendieron siendo oposición.
Esa ruptura de los ahora gobernantes, de cancelar los afanes que los llevaron al poder, implica la derrota de sus propia historia, la que aseguran establecieron en principios y modelos éticos que sin duda han abandonado. Cada vez parecen más lejanos o menos ciertos, sus clichés de campaña, enfrentados por la realidad de su soberbia y demagogia, de su evidente incompetencia, de su visión reduccionista y despótica que solo ellos veneran.
La gran elección del 2024 deberá sobreponerse a esta inercia antidemocrática para evitar que prevalezca la continuidad de la anomia. Desarrollemos la capacidad de sanción, contra el discurso oficial, recordando que la democracia es un continuo de expresiones que no existen solo en el momento del voto frente a la urna, sino que es un conjunto más amplio de valores que permiten la convivencia cívica, respetuosa, que reconoce las diferencias. En el juego democrático se debe tener certeza en el proceso e incertidumbre en los resultados y es por ello que por más destinos manifiestos quieran vendernos, al final del día nada está escrito.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
2022 Veracruz con el mayor número de personas no localizadas del país.
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