Por la frecuencia con la que públicamente sucede, se ha convertido en algo “normal”, para muchos, que como sociedad podamos asumirnos en un proceso político donde se puede mentir sin disimulo, en una normalidad comodina donde lo sustancial es pasar de largo, evitar cualquier atisbo crítico para quedar en el frente que corresponda, en la creencia de los intereses que convengan, asumiendo que sea con tirios o troyanos, los resultados para el país, para el estado o el municipio, serán los mismos.
De cara al 2 de junio próximo, la búsqueda por los votos muestra aún más los problemas y pendientes que se tienen en nuestro país, en nuestras entidades, con gobernantes y representantes políticos que, al manifestarse en la competencia electoral, magnifican y significan los atrasos, las incapacidades que se tienen de la gran mayoría de nuestra clase política, de nuestros políticos.
Al final, las campañas son el escenario de la tragicomedia en que vivimos, en la que el acto principal se brinda con el primer actor de un país que ha demostrado cautivar a grandes grupos de la sociedad de manera incomprensible, por la saturación cotidiana de mentiras grandes y chicas, importantes e intrascendentes. En esta puesta en escena lo primordial es lograr que las simulaciones alcancen estatus de beligerancia y capacidad para imponerse de manera brutal.
En la cancha de la polarización presidencial se calculan los debates diarios más en las vísceras que en los argumentos y no es casual. Es un ejercicio retórico que se modela desde la perspectiva reduccionista de buenos y malos, calando mucho del debate nacional, ese que se vigoriza con la ignorancia, con la ocupación de las mentiras para negar la revisión de los datos y los hechos como base de la verdad.
Las elecciones del 2024 están acompañadas de componentes que marcan la complejidad del proceso. Anoto dos de los muchos que se podrían comentar: el primero, la participación del miedo en muchos lugares de nuestro país, resultante de vivir en un país que convive con la violencia criminal, con percepciones muy altas de inseguridad, con miedo por ejercicios de coerción no solo de poderes fácticos sino también institucionales, esto último doblemente penoso porque proviene de los responsables de la seguridad, de los que se asumen “distintos a los anteriores” y que resultaron peores.
En el segundo componente se ubica el presunto bajo nivel de participación de un sector de la lista nominal, de las y los jóvenes que prefieren no mirar o valorar los alcances que se tienen en la disputa del 2 de junio. Son votantes que no vivieron ni padecieron la circunstancia del partido único, del poder político que aplasta a sus adversarios, que combate las diferencias, que domina y ahoga la pluralidad.
La preocupación sobre la participación o no de los jóvenes en el proceso implica asumir que nuestra débil condición democrática luchada, peleada por millones a lo largo de años es desconocida o puede pasar desapercibida de ellos y por ende no valorarse dando oportunidad a un modelo que en medio de los grandes pendientes y no menores olvidos que definen nuestros agotamientos democráticos se plantee la consolidación de la banalización, de políticas extremas y con ello de figuras autocráticas que ya se han mostrado en medio de sonrisas socarronas ahora particularmente desde palacio nacional.
Ahí están los riesgos de perder cada vez más la oportunidad de vivir y discutir en condiciones de libertad, tolerancia y apertura, de hacer valer las diferencias y de reconocerlas, de contar con pluralidad y respeto de las minorías, de construir diálogos en apego a las leyes, a nuestra condición republicana de poderes y de pesos y contrapesos institucionales.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
El juez ordena desalojo, ahora no hay policías para cumplir y sacar a los invasores y depredadores de los bosques de Coatepec.
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