Después del 1° de julio del 2018, los partidos políticos que amanecieron convertidos en oposición parecen haber desaparecido del debate público. Acaso se hacen notar en algunas escaramuzas de los legislativos, pero en general, lo que ha quedado de ellos después de la contienda, parece ser su insolvencia política, sus contradicciones internas, la incapacidad de autocrítica y sin duda, la evidente debilidad de leer las nuevas condiciones del país. Aturdidos por la contundencia de la derrota, parecen ayunos de ideas, de propuestas; sobreviven sin rumbo, sin estrategia de lucha, sin propuesta de reacomodo en las nuevas circunstancias.
Evidentemente, la discusión pública está dominada ampliamente por la nueva figura presidencial desde antes de la toma de posesión, quebrantando las formas tradicionales en que encajaban las prácticas de los partidos políticos que ahora viven una crisis de representación que desnuda los cascarones burocráticos en los que se habían ya desde hace tiempo convertido.
En actitud agónica o de pasmo, reciben la andanada de cambios impulsados a partir la 4T sin capacidad para oponerse ni articular alguna respuesta desde sus dirigencias, si acaso balbucean en la retórica de los lugares comunes, resaltando la dimensión de su pequeñez.
Siendo los institutos políticos base fundamental del juego democrático, en el imaginario social los partidos políticos cuentan con un alto descrédito. Las encuestas los ubican como las instituciones con mayores señalamientos negativos y la peor percepción, por lo que es urgente una revisión profunda a su interior, de su comportamiento hacia el exterior y con ello del planteamiento y concreción de nuevas formas y condiciones para ejercer la representación política.
La crisis del sistema de partidos es más que notoria, y obliga a modificar los comportamientos y las formas de comunicación y conceptualización de los partidos políticos, pero puntualmente de esta oposición actual que establezca una oposición clara, con compromisos republicanos, que plantee propuestas alternativas, que sea contrapeso y de paso a la construcción de una confronta política de altura.
La solución de los graves problemas de nuestro país requiere de un ejercicio de gobierno sólido y legítimo, pero también de los contrapesos y las oposiciones que toda democracia plantea, como la oportunidad para construir una sociedad participativa, una oposición de mucho mayor nivel de la que se observa, leal a los ideales democráticos, comprometida, propositiva y capaz de ofrecer un debate responsable, que responda a las diferentes opiniones que representen la complejidad y diversidad social que sin duda requiere expresarse y ser reconocida en el marco de la tolerancia y el respeto a la diferencia.
Ahora el reto consiste en probar que la actual oposición tiene la convicción, la fortaleza y la claridad democrática para impulsar las propuestas de diálogo crítico y maduro que requiere un país que se encuentra en procesos de transformación que obligan a la consolidación de un juego plural y democrático que se oponga a cualquier viso de autoritarismo y cerrazón.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
¿De verdad es imposible que se pongan de acuerdo en la coordinación para la seguridad que le urge a la sociedad? |
|