Transformar nuestro país, lograr cambiar sus dolorosas circunstancias, mudar nuestros escenarios de tragedia, sin duda no es una tarea fácil. La complejidad de los problemas merecen cirugías mayores, estrategias institucionales y comportamientos sociales e individuales de gran altura ética que, en su profundidad y puesta en práctica, sostengan la construcción de confianza social y atemperen la polarización existente.
Hay evidentes sentimientos de esperanza en que se forjen las oportunidades para combatir la desventura existente y sin embargo también hay numerosos obstáculos a la vista.
Los “muros” que resguardan las malformaciones sociales y políticas que originan nuestra desdicha, permanecen sostenidos por poderes fácticos, asimilados por la “normalidad” de los habituales quehaceres públicos y privados, intocados gracias a la indiferencia, a la apatía, al miedo, entre otros elementos que opondrán resistencia para resguardar su vigencia.
Hay mucho por hacer ante nuestras taras sociales e institucionales y el modelo económico impulsado. Han sido muchos años de ejercicios de poder que permitieron una pobreza lacerante, los desvaríos de la inseguridad institucionalizada que mata y aterroriza, el debilitamiento de las instituciones, la corrupción y la impunidad como formas de vida en la que muchos juegan o aspiran a jugar.
El bono con el que llega la nueva administración es muy alto y por ello mismo de la mayor responsabilidad; las condiciones imponen plazos reducidos y apremian respuestas. Cambiar las formas de ver y hacer la política sin banalizarla, conformarla con nuevos contenidos y valores, purificarla y relanzarla, exige más que la aspiración y las buenas intenciones, pues en esta apuesta tienen un peso estratégico las formas, el cómo y cuándo.
La realización de los cambios que se han ofrecido, que son urgentes, también pasan por la reconstrucción de entramados sociales profundamente deteriorados, donde la disputa política ha creado una arena de irreconciliables en grandes apartados sociales. La crispación generada en el proceso electoral no ha cesado y en algunos casos ha escalado, por lo que es urgente una amplia convocatoria
para trabajar juntos y encontrar las coincidencias que se antepongan a las diferencias con las que debemos convivir; que se reúnan y reconozcan los esfuerzos y aportaciones de todos los referentes políticos, sociales, empresariales.
El nuevo gobierno debe dejar atrás y trascender el espacio del debate político, el del partido en disputa electoral, y encabezar la responsabilidad de organizar instituciones y trabajar con políticas públicas eficientes, transparentes y apegadas a la legalidad, con alto contenido social.
La curva de aprendizaje para el nuevo gobierno está acotada por la complejidad de sus quehaceres y el momento político en que se encuentra la vida nacional y estatal. Transformar el ejercicio del poder implica también erradicar la simulación que se vuelve refugio de incompetencia y de opacidad.
El 2019 será prueba de fuego para las esperanzas depositadas en 2018. Hagamos lo que nos toque de lo mucho que hay que hacer, empeñemos nuestra atención y participación en que tengan lugar las posibilidades de superar nuestras tragedias, apoyando desde las coincidencias y respetando las diferencias, aportando en los quehaceres que nos correspondan para lograr una mejor vida para todos.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
“Años nones, años de dones” ojala resulte cierto. |
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