En el ambiente social transitan preocupaciones profundas, no siempre declaradas pero que convierten a “la felicidad” en un bien escaso, una prenda de alto costo. Es resultado del horror generado por la violencia que no cede, de una curva pandémica al parecer inaplanable, de una lacerante crisis económica que en los hechos refuta los datos optimistas con el dolor de despidos e inactividad económica de millones.
El colofón es el inentendible e injustificado ruido político de la intransigencia y la polarización que conduce al desencuentro para vislumbrar oportunidades de entendimiento mínimo frente a nuestros problemas.
Los oídos sordos se han convertido en un lugar común, un espacio de refugio y autocomplacencia en el que solo caben los afines de cada bando. No escuchar al otro es el santo y seña de los que blanden y reivindican sus verdades incuestionables, esas que de no obedecerse te ubican como acérrimo enemigo, detestable contrincante de cualquiera de los extremos que dominan y cierran cualquier atisbo de coincidencias.
Mientras ambos lados discuten, las dificultades se incrementan o profundizan. Igual que antaño, la incapacidad de muchos gobiernos sigue siendo evidente, las representaciones políticas no asumen el nuevo contexto de crisis e insisten en comportamientos lejanos de lo que acontece, desnudando la prioridad de sus intereses personales.
Nuestra vida se encuentra cada vez más acotada, restringida, amedrentada, desesperanzada frente a la postura indiferente y el escaso reconocimiento institucional de los pesares, solo tocados en el imaginario del discurso gubernamental. Los hechos sin embargo cuestionan las palabras del todo marcha bien. La vida social comunitaria está sometida a la vorágine del enfrentamiento, un día tras otro, dando fuerza a las intransigentes imágenes del conmigo o contra mí.
No es posible mantener la sinrazón como garante de una vida nacional que pasa por momentos tan amargos. Urge dejar la confrontación, generar los diálogos que abran espacios para la conformación de entendimientos a favor de una nación que es mucho más que la dicotomía impuesta desde cualquier lado, una dicotomía absurda y falaz cuando se trata de asuntos de país. La ceguera y la sordera de los fanatismos que tan solo destruyen, que no permiten nada que no les es afín.
La vida democrática, maltrecha y débil, con todos los pendientes que podamos encontrarle, siempre será mejor que cualquier modelo autoritario, cerrado, que se plantee en un solo sentido y como guía única de cualquier acción de vida sin posibilidades de reconocimiento de la pluralidad y de los aportes que puedan provenir de los que no comparten las visiones del poder.
Es en los ejercicios democráticos donde hemos construido instituciones para establecer una mejor lucha contra la pobreza, la inseguridad y la violencia, contra nuestros pesares de salud, contra la desigualdad y la discriminación, contra las fobias de género o de clase, contra la diversidad o contra los que piensen distinto. Un gran marco democrático que garantice los derechos humanos para todos.
Mucho tenemos que hacer y pensar para lograr el establecimiento de un verdadero combate a la corrupción y por un proyecto progresista que posicione los esfuerzos más amplios por el rescate ambiental y el desarrollo sustentable que solo será posible si se abandonan las diatribas y las visiones únicas como bases de la discusión política nacional.
Los actuales momentos de incertidumbre, en que las esperanzas forjadas puedan perderse, deberían estarse discutiendo propositivamente, es ahora en tiempos del aislamiento que puede imaginarse un mundo mejor que le arrebate a las pesadillas el dominio de nuestro mundo. Podemos darnos la oportunidad de salir de esta etapa mejor librados o el resultado de tanta desesperanza será simplemente cruel y nos dará más y peor de lo mismo. Los retos están allí para todos.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
La diversidad sexual es un derecho humano, ni más, ni menos. |
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