Es siempre necesario hablar de aquello que como país nos ha pasado en gobiernos anteriores y que ha significado la conformación de condiciones que cansaron hasta el hartazgo a millones. No aceptarlo sería negar hechos evidentes.
Es irrefutable reconocer las contradicciones que se formaron como elementos de un modelo económico y político de componendas que privilegiaron en gran parte la expoliación, la definición en mayor escala de una utilización de los ejercicios públicos para beneficios privados, amasando fortunas en detrimento de mayorías, estableciendo alianzas que fomentaron la tragedia en la que nos encontramos.
Tantos abusos cometidos, generaron el agotamiento y enojo social, acusando recibo del abandono a las reivindicaciones y luchas que, pese a todo, forjaron procesos e instituciones, contrapesos y oportunidades alternativas, en una larga lucha democrática. Este aciago periodo permitió también consolidar una fuerza social que argumentó la necesidad de dar paso a formas alternas de concebir y hacer la política y la administración pública. Las promesas, los compromisos se movían entre la racional justificación de tener opciones ante el evidente deterioro y las de naturaleza ética, justificadas ante la insolidaridad y el individualismo que cada vez se imponían de forma más amplia.
La realidad cruda de la inseguridad, de la corrupción y las arbitrariedades eran razón pura y dura para apostar por otras opciones. Millones miraron con genuina esperanza los compromisos que se hacían, frente a un país tan desgarrado; el discurso de concordia, de respeto institucional, de justicia, de estado de derecho, de anticorrupción y respeto al medio ambiente, de desmilitarización y de paz, frente a la sinrazón y contubernios de clases políticas que tanto dañaron.
La oferta de la campaña 2018, de lograr nuevos y ejemplares comportamientos públicos, cumpliendo las responsabilidades que se asumirían, ha sido sin embargo, abandonada. Hay suficientes evidencias que muestran no solo la continuidad de aquello que tanto se criticó, sino peor aún, que se profundizan, incluyendo los niveles de discordia y desencuentros públicos y sociales que han metido a nuestro país en una vorágine de desvaríos y tragedias que rompen los discursos que cada día se miran más lejanos de aquello que prometieron y de lo que dicen haber realizado.
Una clara muestra de la esquizofrenia gubernamental en la que nos encontramos, se observa con las garantías legales y democráticas pasadas por alto, de resguardos de los procedimientos electorales que son claramente violentados en lo general por la mayoría de las clases políticas, lo cual no sería sorpresa, pero más por aquellos que insisten en presentarse como diferentes.
Allí quedan las imágenes y confesiones de acarreos y presiones para acudir a su conveniencia política de miles de ciudadanos, empleados y actores económicos. No es nuevo, pero sí es ilegal y obsceno, realizado por los que presumen su alta moral. A un año del difícil proceso de la elección mayor, la espiral de abandono de todos los marcos legales y particularmente de ética política por aquellos que insisten en ser distintos, es cada vez más evidente.
Un claro ejemplo es que quien encabeza la “transformación” lidera en estos momentos una campaña de descalificaciones sobre una aspirante opositora, con todo el peso del Estado, mostrando con crudeza un rostro no solo ilegal, sino prepotente y autoritario, justo igual a aquel contra el que se manifestó hace años con aquella famosa frase de “cállate chachalaca” respecto de la intromisión abierta del presidente Fox y que ahora pareciera no recordar ni él, ni sus seguidores.
Parapetados en que el fin justifica los medios, y que poseen la verdad revolucionaria y transformadora, actúan desde la intransigencia, la soberbia, la arbitrariedad, la coerción y el amedrentamiento porque al final del día se sienten predestinados para gobernar por mil años.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Es más barato derribar árboles que mejorar un proyecto, Xalapa es la muestra.
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