2023 ha sido un año que marca el punto de quiebre. Ha sido un momento de no retorno para la presidencia de nuestro país y no me refiero al arranque electoral que tendrá lugar el próximo año, en el que el actual ejecutivo federal dejará su encargo. Tampoco me refiero a lo que supone la tradición política en cuanto a que el poder mengua con la salida de la o el candidato, tradición que ha sido rota en el caso del actual presidente, pues queda en evidencia que él sigue teniendo el poder y es muy poco probable que suceda después, dados los niveles de subordinación mostrados por la que será dentro de pronto su formal candidata.
Los puntos que a mi parecer han marcado ese punto de inflexión que comento, es que en este año, más que en los anteriores, el presidente López ha hecho claramente visibles sus visiones políticas y su interior humano. Se podrá decir que desde hace tiempo eran notorias, que nunca ha ocultado su personalidad autoritaria y fundamentalista. A mi parecer, la diferencia consiste en que, durante estos 5 años como presidente, ha ido acrecentando las dimensiones de su poderío y de sus desvaríos, quedando exponencialmente mostrados. Podrían plantearse varios, pero solo acudo a los tres que considero más significativos.
El primero es esa actitud de desconsideración y lejanía; esa postura insolidaria que el presidente muestra día a día frente a los sufrimientos de los afectados por los efectos de la inseguridad, aparentemente con propósito de minimizar el tamaño del problema que tiene sin resolver. Contrasta más cuando recordamos que se autoproclama el presidente “más humanista”. En ese mismo carretón de sus desprecios quedan las oprobiosas deudas que tiene en el tema de la salud, tan dolorosamente abandonada diariamente desde hace 5 años; la violencia, la violencia bárbara que pone en jaque la vida cotidiana nacional, en todas sus manifestaciones de ansiedad, muerte y extorsión, de desapariciones y violaciones, de cancelar oportunidades y sueños. Desde la displicente mirada del presidente, se trata de una falacia más construida para para lastimar su proyecto, su imagen, su investidura, generando una paradójica tragedia que, desde su visión ególatra, lo convierte en víctima. Desde ese desdén, es suficiente levantarse temprano a escuchar en una mesa, cómo se deshace el país entre sus manos, cómo lo supera la delincuencia y deja de ser el Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas.
El segundo punto mostrado este 2023 es el reforzamiento de su visión autocrática. Queda suficientemente claro que el señor se asume poseedor de la verdad y único detentador del poder de representar al pueblo, su pueblo que lo obedece como pastor. Las instituciones y leyes construidas como pesos y contrapesos, como andamiajes democráticos en una larga travesía de luchas entre la pluralidad política de millones de mexicanos, deben ser destruidos o capturados, pues nada significan frente a su visión que debe ser plenamente aceptada. Para él, el disentimiento es una ofensa pública aunque sean cuestionamientos fundados y argumentados propios de cualquier espacio democrático, porque cuando se posee la verdad, los opositores son traidores a la patria de sus sueños, una donde todos están felizmente de acuerdo con él.
El tercer punto corresponde a la sociedad. Se trata de las respuestas de movilización ciudadana, es esa toma de posición de sectores sociales que han puesto pies en las calles, que asumen protestas y reclaman la centralidad y soberbia de esa visión única mostrada desde el atril presidencial, que ofende por la miseria democrática que refleja, por la intolerancia, por el desprecio por su reduccionismo y lo peor por el abandono de sus compromisos como gobernante. Desde finales del 2022 y durante este 2023, ha sido gratamente sorpresivo el proceso de organización no visto en los primeros 3 años y medio de la presente administración, suficiente demostración del enojo social ante un gobierno basado en la mentira, la polarización y la destrucción de instituciones. Ojalá que nos alcance el ímpetu ciudadano, convocando, trabajando para detener las ocurrencias y el uso discrecional, opaco y clientelar de los recursos públicos, impidiendo la edificación de su segundo piso de la continuidad.
El 2023 termina y el cierre de año obliga a pensar que las cosas pueden ser mejores, que lo malo que haya pasado siempre puede ser cambiado en el nuevo ciclo. Quiero quedarme con esas ideas y poner todo mi esfuerzo en que se hagan realidad.
Salud y felices fiestas, nos vemos el próximo año.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
La tragedia de las desapariciones no desaparece por decreto.
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