El país transita por una larga y oscura noche de violencia. Múltiples causas le dieron origen. Son el resultado de todo un entramado de componendas, arbitrariedades, impunidades, indiferencias, ineficiencias e intereses mezquinos que conforman una masa maloliente de acciones y personas que fincaron el arribo no de un México bronco sino de un México bárbaro. El referente de la esquizofrenia y el surrealismo nacional que nos permite continuar a pesar del dolor, la rabia, la indignación, el miedo, el terror.
En muchos, muchísimos lugares de nuestro país, la supervivencia se alcanza con el silencio, la mirada hacia otra parte, la rendición ante la fuerza de los que arremeten contra cualquiera sin más contención que la postración del agredido, de nosotros. En muchos, muchísimos lugares, la vida cotidiana solo es posible si se paga, si se colabora, si se pacta y se aportan los requerimientos de aquellos que tienen el poder, nunca mejor dicho el plata o plomo, nunca más real que ahora.
La larga oscuridad agobia nuestras esperanzas, arrolla las ilusiones; la violencia mutila, debilita, mata las posibilidades de las trasformaciones que muchos anhelamos. Tragarse cruda esta realidad, día a día, sin asideros institucionales, ha generado en muchos, vacunas de aterradora indiferencia, como mecanismo para sobrevivir. El dolor nacional es mucho, por doquier enfrentamos nuestra compleja situación y en particular una, descarnada, ofensiva. Es esa forma de violencia directa, sin cortapisas, que se ejerce sobre las mujeres.
Los feminicidios hoy por hoy marcan nuestra vida. La vejación cotidiana, la agresión que se vuelve común desde el poder del género, que muestra fehacientemente una de nuestras grandes taras nacionales: el machismo.
Parte sustantiva de nuestros atrasos sociales que destroza vidas, que cosifica un odio sin sentido, imponiéndose bajo la condición de fuerza. Violentar a la mujer es un hecho vergonzosamente presente, lacerante, que desnuda la descomposición social y el contubernio de sus instituciones, porque los crímenes contra las mujeres no tienen consecuencias. Los fríos números de los feminicidios hablan por sí solos, sean nacionales o los de nuestra entidad veracruzana que oprobiosamente encabeza el terror.
No dar tregua, hay que hablarlo, señalarlo, hay que exigir que se haga mucho más de lo hasta ahora realizado, porque queda muy claro que ha sido insuficiente.
Más recursos económicos y acciones, las instituciones que sean necesarias para combatir el flagelo de la violencia de género. Hemos vivido días de protestas de mujeres que rabiosas y consternadas exigen alto a la masacre, alto al acoso y a la violación, exigen justicia, nada más que justificable, nada más que urgente. No hay que soslayar la discusión con otros temas materiales, por más que puedan equivocar las formas, las razones son irrefutables.
Si no queremos permanecer en el infortunio, debemos encontrar los caminos que detengan la violencia de género y cualquier otra forma de violencia; se trata de un imperativo institucional, social y de la ética pública más básica.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
¿País de bestias? |
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