Este 22 de abril se celebró el Día Mundial de la Tierra como hace 39 años. Instituido para tomar conciencia sobre la imperiosa necesidad de su preservación, con tristeza se observa que en la vía de los hechos no se ha modificado la tendencia depredadora que nos caracteriza como especie.
En muchos países se llama a un alto, para mirar en la conciencia sobre la situación planetaria, sobre los problemas que se han creado, que seguimos generando a nuestro planeta, el acoso y la acción perniciosa de una especie “inteligente” que ha demostrado en el transcurrir de sus pocos años de existencia, la capacidad para generar destrucción y cancelación de vida.
Los niveles de deterioro generados están fuera de dudas. Aunque en muchos ámbitos se combaten la contaminación, el deterioro ambiental y los crímenes a la biodiversidad, la protección de nuestra casa común parece estar lejos del radar de prioridades de los que toman decisiones desde el poder económico y del gobierno.
Con la bandera del dinero, se apropian de la aplicación y reproducción de acciones que destrozan ecosistemas y ponen en jaque la oportunidad misma de la vida. Aunque en muchas partes del mundo, los ciudadanos organizados y no, realizan acciones individuales y colectivas, e incluso impulsan acciones públicas de preservación, de remediación, de prevención, las grandes acciones continúan bajo las directrices de un esquema de crecimiento que inexorablemente adelanta el horizonte de nuestra extinción.
En medio de este desastre de vida, están otros sin duda lacerantes y ominosos: el hambre, la pobreza, la inseguridad civil. Ninguno de ellos tendrá solución sin la vida humana. En nuestro país, en nuestro estado, el debate público se centra en escatimarle al de enfrente la razón, el método, la forma. Abrumados en una realidad compleja de relaciones sociales y políticas desgastadas, polarizadas, envueltas en las sospechas de buenos y malos, se nos olvida que los desacuerdos y conflictos humanos son problemas menores frente a la profundidad de lo que está dislocando nuestra sobrevivencia como especie.
Efectivamente nos urgen políticas y acciones de estado y gobierno para disminuir la violencia y la seguridad. Sí, es urgente generar acciones que aminoren y resuelvan las desigualdades y la pobreza. Sí, es prioritario que mejore la educación y la salud, que haya respeto y tolerancia por los derechos humanos y la diversidad. No hay duda que en esos asuntos se deben tomar decisiones, pero ningunas tan relevantes y poderosas como las que permitan que sigamos viviendo en este planeta, garantizando la permanencia de las generaciones por venir, entendiendo que el desarrollo sustentable es la única vía que nos llevará al futuro.
Reconocer nuestra fragilidad como especie y los desequilibrios que estamos generando con la ruta que hemos recorrido hasta ahora, es el imperativo del presente. Cambiar el mensaje y los valores del desarrollo para establecer una verdadera conciencia social y de estado, no es una moda impuesta por las agencias internacionales, es una llamada de alerta roja frente a los problemas que ya están presentes.
Más allá de los compromisos internacionales en relación al medio ambiente y al cambio climático firmados por nuestro país, es claro que estamos muy lejos de contar con la fortaleza de políticas ambientales que se traduzcan en verdaderos diques de contención para la continuidad de actos depredatorios de nuestros hábitats.
En Veracruz, nicho de una riqueza y una diversidad envidiable, con recursos naturales que pese al deterioro aún son muy valiosos, se perpetúa el abandono por parte de las áreas responsables existentes y con ello un desdén gubernamental que ofende. No ha habido solvencia en la administración pública para diseñar y concretar acciones que reivindiquen la vitalidad de una política pública ambientalista.
Ahí están los pasivos ambientales, los bosques, selvas y humedales amenazados por el avance de mancha urbana sin control, a merced del mercado inmobiliario; talas clandestinas, incendios provocados, omisión de cuidado y con ello la destrucción de nuestras fábricas de agua; lagunas y ríos usados como vertederos de basura y desechos.
Contener la ambición de los entes privados y públicos es una forma de proteger nuestro planeta, nuestra casa y de nuestras futuras generaciones. Convencer y vencer con la fuerza de la razón a los que toman decisiones. Ojalá que el compromiso de la nueva administración federal y estatal se comprometa a valorar nuestro planeta y que desde los ejercicios públicos se trabaje para que todos los días sean los días de la tierra.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
A la señora Gordillo solo le hace falta que todos le pidamos perdón. |
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