Con pesar reconozco que tenemos pertenecemos a una sociedad mayoritariamente deprimida, desconfiada, harta de los malos comportamientos públicos. Una sociedad que señala con ácida actitud los quehaceres de gobiernos, políticos y administradores que se regodean en el rompimiento de las leyes, en burlarlas sin consecuencias.
Sin embargo es menester reconocer también que gozar de impunidad y ejercer la arbitrariedad no es solo el gran problema acreditado por funcionarios, partidos o representantes populares. Nuestra tragedia es que esa condición se repite y reproduce en vastos sectores sociales que acogen como benéficos esos roles de comportamiento irregular e ilegal, que también son arbitrarios y buscan cobijo en la impunidad.
Parece que en nuestro país es costumbre ese pernicioso juego de la hipocresía Fuenteovejuna, de señalar al ladrón para ocultar nuestros propios hurtos, porque la exigencia de legalidad, de honradez, de rectitud es siempre para los individuos públicos y no para los ciudadanos.
Resulta comprensible, justificable para el común, el hartazgo válido y la demanda de mejores comportamientos públicos con apego a la ley, pero no cuando a contramano se pretende eximir de cumplir sus deberes; una sociedad bipolar a la que la ley le sirve para exigir el respeto a sus derechos, pero que no quiere que se le exija el cumplimiento de sus obligaciones.
Así pues, burlar la ley, resulta ofensivo si lo hacen los otros, pero puede ser un acto justificado si lo realizamos nosotros. La lógica que parece imperar es esa que justifica nuestra frivolidad bajo los supuestos de que al final de todo las cosas siempre son así, y que los otros no cumplen la ley y nadie los castiga.
Tal vez nuestras desesperanza parte del reconocimiento interno, consciente o no, de nuestras debilidades cívicas como individuos para asumir las responsabilidades ciudadanas que nos toca cumplir. Se nos ha inculcado aborrecer la política, como una cosa mala, putrefacta, que desprestigia a quienes participan de ella, la cual ha dado suficientes muestras de que esa imagen es totalmente verdadera. Proliferan los ejemplos de que esa actividad es refugio de la corrupción y la holgazanería, del engaño, pero sin duda no es todo, no todos son así.
Y es que pensando mal, la construcción de un imaginario de política y políticos todos malos e iguales, favorece el alejamiento de la sociedad y por ende las manos libres para decidir y actuar de aquellos que provistos de duras caparazones de cinismo aprovechan y se relamen del abandono, ya que los frutos públicos estarán totalmente a su disposición. Estar ajenos, voltear la cara, reducir nuestro papel a los reductos privados, a los lamentos y rabietas son el resultado esperado para favorecer las actuales circunstancias donde el río está más revuelto.
Mucho y rápido tenemos que cambiar, no sólo a los malos gobiernos y a los pésimos políticos, a los ineficientes y corruptos funcionarios, también y más rápido debemos cambiar desde la individualidad y en grupo, como sociedad cómplice o comodina, cambiando esta sociedad sin ciudadanos. Los temores nos inundan y paralizan pero tendremos que caminar, movernos y enfrentar nuestras taras, asumir las responsabilidades y hacer lo que nos toca.
Nuestra vida cotidiana más que nunca necesita de ciudadanos que asumamos nuestros trabajos con responsabilidad, que estando en cualquier espacio definamos nuestras acciones en apego a las normas, que seamos eficientes y respetemos a los otros, que ayudemos a la conformación de organizaciones e instituciones de hombres y mujeres que reclamen el rompimiento de nuestras simulaciones y den paso a mejores condiciones de vida.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Dice el clérigo: Los homosexuales son anticristianos y antinaturales pero hay que tratarlos con dignidad. !!!Vaya muestra de tolerancia y respeto¡¡¡ |
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