En nuestra vida política y social, se ha hecho costumbre marcar las diferencias y recurrir a la descalificación o a los señalamientos sin razón para evitar el diálogo o los acuerdos y el acercamiento de posturas. Cualquiera que disiente u opina distinto de la verdad construida desde el poder o sus antagonistas es señalado como enemigo, adversario, conservador, chairo o cualquiera de los epítetos que ha puesto de moda el presidente o sus contrarios para definir a todos los que no obedecen ciegamente y aplauden sus ocurrencias. En particular este resbaloso piso han trastabillado y caído varios integrantes o ex integrantes de su equipo y simpatizantes que creyeron válido expresarse o trabajar sin consigna. Ahora son traidores.
En este momento, la libertad de pensar y manifestarse puede ser considerado un deporte extremo, es hoy por hoy sinónimo de riesgo, político, social y económico. El argumento falaz que estructura esta dinámica de descalificar y dictar sentencia desde el poder es el de suma cero, en el que solo existe una verdad y si no estás conmigo es porque estás contra mí.
Cada vez es más difícil sentirse en la libertad de pensar u opinar, de investigar, de actuar en “contra” o “a favor” del encuadre de la 4T y la intolerancia guardiana de la transformación o también de los contrarios a ella, de sus detractores; ambos extremos son territorios de difícil comprensión, de abigarrados principios, absolutamente excluyentes.
Las posturas reduccionistas de los extremos son mayores cada vez, se amplían las distorsiones teóricas y conceptuales, se polarizan las visiones de la realidad; parecieran profundas trincheras desde donde solo se alcanzan a ver las bayonetas y alambrados de los enemigos de enfrente. Pasar en medio significa poner en riesgo integridad, historia, oportunidades de trabajo, incluso de vida.
Batallas libradas en llanos de beligerancia donde no se atisban los códigos básicos de tolerancia democrática para la discusión política; están cerrados los caminos a la solución de problemas. Solo se escuchan en el altavoz las consignas del líder, impidiendo que se escuche cualquier otra voz. Solo el argumento que agobia y limita, que sujeta a los otros; fuera de esas voces de blancos o negros
todo está mal visto y cualquier intención crítica, cualquier afirmación o negación que se salga de los parámetros del grupo dominante será lapidada, en redes o en tribuna.
El pensamiento crítico tan necesario de ejercer está desterrado. Esa herramienta que evalúa, analiza y concluye, más allá de creencias o dogmas, desaparece en el maremágnum de consignas, de mentiras oficiales, de verdades a medias, de noticias falsas, de argumentos sesgados o terriblemente cerrados. La ofensa de moda es pensar y peor aún pensar distinto. Sobra el incómodo ejercicio de buscar la validez o no de nuestros pensamientos, siempre será preferible tener quien nos guíe y quien tome decisiones por nosotros.
Reflexionar, ejercer la libertad de imaginar, implica una responsabilidad mayor, implica romper la comodidad que nos brindan las verdades incuestionables, donde podemos tirar las piedras, donde podemos señalar y calumniar sin más resguardo que la creencia, que la obcecación. En estos momentos la libertad es vista como un valor sobre el que hay que sospechar; en este mundo polarizado, la persona, el grupo que asume como un derecho pensar y ejercer su libertad merece ser descalificado, arrumbado en cualquiera de las zanjas de los bandos de la intransigencia según se considere en conveniencia, amigo o enemigo.
El reduccionismo prevaleciente resulta grotesco por ofensivo a la inteligencia. Debemos abrir espacios que ventilen la discusión política y pública, donde se garanticen las opiniones y posiciones que superen la condición bicolor que ahora predomina. Nuestros graves problemas no podrán ser resueltos con cerrazón, mezquindad e ideas preconcebidas de infalibilidad e intolerancia. La diversidad y pluralidad existente más allá de los extremos obliga a la apertura de criterios en gobierno y sociedad.
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA.
Al final era cierto, el aumento en las denuncias de violencia doméstica en la cuarentena tuvieron que ser reconocidas. |
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