Podría decirse “una vez más”, pero lo emblemático del caso permite hacer una vergonzante distinción.
La historia pública de Javier Duarte, sus desastrosos resultados como político y gobernante se convirtieron en un referente de la impudicia personal. Sus grupos y redes de actividades oscuras, ilegales, que apuntalaron la corrupción que caracterizó su paso por la administración pública veracruzana, desnudó de valores del servicio público, para lustrar la bajeza de funcionarios y administradores que con sus actos mostraron sus taras.
Lo señalaron y sonreía, huyó. Lo encontraron y sonreía, lo encarcelaron y el tipo seguía sonriendo, haciendo bromas. Parecía que la razón lo había abandonado, pero no. Él sonrió todo este tiempo con razón. Los equivocados éramos los otros.
Hoy, el caso Duarte, el de los miles de millones malversados y la quiebra financiera del estado, el de las abundancias merecidas, las empresas fantasma, las propiedades dentro y fuera del país, las fosas clandestinas, y otras atrocidades, nos da una nueva nota de burla, de procacidad.
Este personaje, ahora honradamente se declara “en base del principio de lealtad y de institucionalidad que rigen mi conducta” culpable de los delitos, en “el proceso abreviado”, de “dirigir una organización criminal que operó en Veracruz, Guerrero y Ciudad de México a través de la cual se desviaron cantidades millonarias de recursos públicos… para beneficio de él, de su esposa y su familia”.
Es culpable pero poquito. Blande una moralidad, una bravura e institucionalidad, aplastantes. Solo falta que los veracruzanos le pidamos perdón por los señalamientos hechos ante su infinita valentía que le permitirá salir en corto tiempo de una cárcel que no lo merece.
Saldrá pronto a disfrutar de los “modestos” recursos que le quedarán después de las afectaciones que le hicieron a él y su familia, recuperará sus derechos políticos y por allí, tal vez, pronto lo veremos sonriente en algún cartel de nuevo poniéndose a las órdenes de la sociedad y solicitando los votos. Ciertamente lo
sucedido alrededor del caso es una página de oro para nuestro país en cuanto a impunidad e impartición de justicia.
Esto es mucho más que una ofensa para millones de veracruzanos y mexicanos, es en realidad una demostración de cinismo en el que se cobija la impunidad de nuestra clase política, acostumbrada a solapar sus inmundicias, a protegerse, a transitar en medio de los señalamientos sociales sin mella alguna. Sus corazas blindadas les permiten sonreír burlones, su desvergüenza es tanta que apuestan por el olvido, por la memoria social flaca, pero más aún por las componendas, por los respaldos de sus aliados, de sus socios.
Nuestra fragilidad institucional, su manoseo por los intereses de personajes y grupos de interés han roto todos los límites posibles, pues lastiman y contienen la construcción de futuros mejores.
Hagamos frente común para lograr las transformaciones que tanto requerimos, entre otras cosas modificar la ruta de autodestrucción de nuestros entramados, al asumir la “normalidad” de actos como éste, que amplían la influencia de los delincuentes, de los hombres del poder.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
50 años y no se olvida. |
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