Martín Quitano Martínez mquim1962@hotmail.com
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El debate que se ha suscitado con el juicio político a Donald Trump en los Estados Unidos no ha dejado muchos elementos de buenos comportamientos de la vida política y pública de ese país, ha mostrado las formas del quehacer de una democracia sujeta de procesos que sin duda reconfiguran los esquemas organizativos y de representación democrática de la cual se sentían o sienten orgullosos. Igualmente se han desnudado prácticas individuales que rompen con paradigmas discursivos de ética pública que, nuevamente, ponen en entredicho la fortaleza de la “democracia más importante del mundo”.
Me quedo por ahora con la argumentación del senador demócrata Adam Schiff que, en medio de las verborreas y fake news de Trump y sus correligionarios, asume con pasión la defensa del juicio político contra el presidente y confronta la moral de la representación republicana en base a dos ideas fundamentales: “hacer lo correcto” y “la verdad es importante”, mismas ideas que se violentan con la votación que negó la presentación de testigos. Sin embargo estas ideas dan oportunidad a reflexionar sobre cualquier vida pública y también privada.
En nuestro país los problemas parecieran no poder resolverse en el corto plazo. La esperanza camina sobre fangosos y pestilentes terrenos, pues lo profundo de las dificultades a que nos enfrentamos y el encontrar soluciones requiere de tiempos y esfuerzos, de capacidades y voluntades que permitan articular y concretar en positivo mucho de lo que es el discurso de la transformación. Ello implica actos de gobierno que se reflejen más pronto de lo que hoy se está calculando ya que el tiempo juega en contra.
Más allá de lo anterior, uno de los problemas que acompañan las dificultades para lograr la transformación son las actitudes de los propios sujetos de la acción transformadora; la gran mayoría, no asume con oportunidad y humildad sus ejercicios para recomponer y superar su curva de aprendizaje, poniendo en evidencia su desconocimiento e inexperiencia y sacando a flote la continuidad de prácticas cuestionadas fuertemente cuando eran oposición. A esto se suma la incomprensible actitud de intolerancia y supuesta superioridad moral por sobre todos aquellos que puedan criticar o pensar diferente.
Por ello la idea de hacer lo correcto y la de que la verdad es importante son rescatables siempre, pero hoy pareciera que se tornan vitales como garantías frente a lo que pareciera ser la tendencia a acallar las diferencias, a descalificarlas o mejor dicho a lapidar todo aquello que cuestione lo que nunca podrá ser una verdad absoluta. La trasformación ofrecida cuestionó la arbitrariedad y la impunidad, la desigualdad, la pobreza y la injusticia, argumentó a favor del reconocimiento de las diferencias y la oportunidad de sanas convivencias democráticas, fortaleció la idea de impartición de justicia libre de prejuicios con investigaciones sin tendencias, asumiendo la presunción de inocencia como derecho humano; hoy por hoy mucho de ello ha sido abandonado en los ejercicios de gobiernos emanados de la esperanza y la transformación.
¿Queda tiempo para dar golpe de timón y recomponer y mejorar lo hasta ahora realizado? Sin duda que si, en ello se juega la oportunidad brindada por millones para cambiar los impúdicos quehaceres que fraguaron nuestro crítico presente y hasta ahora ominoso futuro. Por ello hacer lo correcto debe ser un ejercicio cotidiano y comunitario, aunque eso nos signifique algunas complicaciones. Antepongamos nuestro compromiso personal por ser mejores, por hacer lo que se debe y sumémonos a la responsabilidad cívica que tanta falta hace a nuestro país.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Pobre Xalapa, abandonada en las manos de la incompetencia y la soberbia. |
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