Para los interesados en las cosas públicas, en revisar, analizar y plantearse reflexiones respecto de ello, estarán cotidianamente marcados por el asedio de la confrontación, de la discusión reduccionista del conmigo o contra mí.
En esos espacios de millones de personas interesadas en darle seguimiento al cómo y porqué de los comportamientos de nuestra vida cotidiana, cada vez más complicada, se suele encontrar la posibilidad de entender y entenderse en la radical interpretación de los dos polos que dominan la gritería nacional, lo que al final se convierte en un no debate.
Este descompuesto escenario de nuestra vivencia política y pública, se encuentra dominado por el escándalo, los cuchillos largos, las carpas y el espectáculo, por los oídos sordos y la falta de empatía, por la ruta del escarnio y la adjetivación como formas de eliminar a los “enemigos”.
Un ejercicio político abordado como la gimnasia del desencuentro, de murallas, de ruidos que imposibilitan escuchar al otro, a los otros. Son momentos aciagos, arrasados por la inercia dominante de las clases políticas que, en su mayoría, anteponen a las razones, las machaconas frases de los señalamientos que se originan en la idea de poseer la verdad.
Desde la mayoría de los lugares comunes, el oído solo escucha loas o insultos, alejado de la reflexión, cercada, abandonada, inútil frente a las verdades pregonadas desde cualquiera de los foros. La intolerancia y la rudeza es la estrategia de quienes vociferan y blanden armas. La intransigencia es garantía de pertenencia a algún bando, en los que el credo dominante, patriota y moralmente superior, se defiende del infierno de la inmoralidad, el conservadurismo y lo antipatriótico.
Al diablo con los indecisos. Los caminos de las causas conjuntas, de las razones que unen en lugar de dividir, son vistos como terrenos minados, escoria. Son lugares que apestan a vacilación, a falta de compromiso con los únicos dos bandos de esta guerra, los que se encuentran fuera de las trincheras y las alambradas.
La necesidad de reconocernos en los gravísimos problemas en que sorteamos nuestras vidas, exige una obligación individual y colectiva de romper las ataduras de la soberbia pontificadora que insiste en negar la capacidad de pensar y vivir en libertad, esa que se niega desde los prejuicios y los fanatismos.
Vivimos momentos que requieren concordia, que nos urgen poner a prueba nuestras capacidades individuales, sociales e institucionales. Momentos en los que se tendrá que dejar en claro que las visiones únicas, las descalificaciones y las intolerancias, vengan de donde vengan, deben ser detenidas y rechazadas. Defender nuestro futuro democrático, nuestras libertades y derechos, implica reconocernos en los valores compartidos y en la diversidad de opiniones, fortaleciendo una, pareciera, cada vez más frágil democracia que debe ser cuidada y alimentada con el compromiso y accionar de demócratas.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
En las versiones de los datos oficiales, ¿cuántas Xalapas hay?. |
|