Insistir en la chunga de los otros datos puede resultar entre divertido y anecdótico si no fuera trágico que desde el poder se desprecien los datos oficiales con esa ligereza, agotando las posibilidades de un debate serio que abra el espacio para la construcción de espacios de reflexión y análisis. Aunque las pizcas de humor salvajemente negro que le aplicamos a nuestras infaustas condiciones merecen un reconocimiento, llega a ser preocupante que, como sociedad, parecemos bastante cómodos con la banalización de nuestras tragedias.
De ahí que, sentirnos cómodos con la aceptación y reconocimiento de las mentiras gubernamentales como parte consustancial de una vida pública desprestigiada, es verdaderamente un reto en el cambio que se nos ha ofrecido para resolver nuestros angustiantes problemas. Pareciera no entenderse o, peor aún, no querer entenderse, que para transformar algo como una sociedad, se requiere convencer y mucho más que la engañosa retórica tradicional, que el chiste o el regaño.
A diario vemos con desazón cómo se insiste desde prácticamente todos los frentes, en acentuar las diferencias y, en muchas ocasiones, en la creación y difusión de verdades a medias o incluso mentiras completas. La fórmula elegida por el actual gobierno para “debatir”, se sostiene sobre las noticias falsas, sea que las construyan o las critiquen; sobre imaginarios donde la verdad les pertenece y las posturas del “diálogo” se reducen al conmigo o contra mí. Al final: un engaño.
No admitamos el engaño. Nuestras complejas condiciones requieren de posturas políticas generosas y tolerantes, posturas que abiertamente rebasen las propias trincheras y reconozcan con respeto a los distintos. No debe, no puede haber una única ruta del camino a seguir, porque hay muchas visiones del mismo mundo, y porque con respeto a los derechos universales, todos tenemos que caber en la visión gubernamental.
Continuar con el truco publicitario de aseveraciones falsas o de las simulaciones de siempre, socava la esperanza que se forjaron los millones que votaron por un México distinto y además profundiza el descredito de los quehaceres públicos. Este medio tramo sería momento oportuno para un replanteamiento; se agradecería la madurez de un reconocimiento de fallos, la generación de una autocrítica seria, que no solamente abarque los ejercicios de gobierno, sino que
alcance a todos los actores políticos y de representación, que favorezca ampliar las miras.
La necedad que niega cualquier idea o acción que no sea la propia, que se ubica fuera de los resultados de evaluaciones que no sean de simulación, los autoengaños, las mentiras que se miran complacidamente desde el dogma, solo favorecen la fábula del rey desnudo, aplauden el fanatismo que ofende, apabullan la necesaria discusión pública y evidencian la precariedad de su dimensión democrática.
Asistir a los escenarios públicos y sociales presentes, con los ojos vendados y los oídos cerrados, acudir desde los engaños y los dobleces, es recrearnos en una opereta bufa y trágica a la vez, donde el teatro nacional se construye con nuestro dolor, el que produce una problemática cotidiana que ennegrece el horizonte de un futuro mejor para todos.
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Por lo visto, el Semáforo COVID no sirve para nada |
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