No, no hay solo dos bandos en la sociedad mexicana, somos muchos más “bandos” y formas de pensar. Los mexicanos somos un mosaico variopinto de opiniones, de criterios, de aspiraciones y de decisiones. Esto es fácilmente observable incluso dentro del núcleo familiar. No hay solo dos opciones de futuro, no hay solo dos preferencias políticas.
La advertencia, venga de donde venga, de ello es de muchas maneras un despropósito. Porque aún no es tiempo de decisiones electorales, salvo en los calendarios personales, de acuerdo al cual se reinicia la campaña de cara al próximo año; una campaña que en realidad nunca se ha abandonado. Porque sólo así tiene sentido que predomine un discurso polarizador propio de una campaña, porque se debería de estar haciendo absolutamente lo contrario, unir en lugar de dividir, conciliar en lugar de amenazar y señalar.
Qué pena que sobresalgan las acciones de candidato sobre la visión de estadista que deberían acompañar todas las decisiones. No se debe continuar con acentuar la polarización para garantizar la prevalencia y dominación de un discurso de extremos que ha sido tan rentable políticamente, pero que en la realidad concreta de gobierno no aporta nada. No se debe continuar con la descalificación como respuesta a cualquier cuestionamiento, con creer poseer la verdad absoluta o proyectos incuestionables, propósitos donde solo caben incondicionales y subordinados.
No, no solo hay blancos y negros, no solo hay seguidores y detractores, hay mucho más que eso en un país como el nuestro. El reduccionismo de dos bandos no sólo es dañino socialmente, sino que es excluyente de la tableta de colores que existe en nuestro México y que representa a un sistema democrático que con tanto trabajo, esfuerzo y luchas se ha ido logrando aun en medio de sus fragilidades y pendientes.
Me niego a ocupar cualquiera de los dos bandos de los que ahora se habla a riesgo de que tanto blancos como negros me consideren sospechoso. Tengo muchas razones para oponerme en lo personal, pero además porque identifico a la pluralidad como un valor de la democracia mexicana, rica por su diversidad y pluriculturalidad, donde la libertad de pensamiento y expresión que tanto ha
costado impulsar, pueda ser esencialmente la oportunidad para mejorar y superar nuestras trágicas condiciones.
Más allá de nuestra problemática nacional compleja e infausta, no debe olvidarse la posibilidad de los encuentros en una tolerancia, ahora bajo asedio, que a trompicones ha dado pautas para conformar una sociedad que ha brindado, pese a todo, espacios para dirimir diferencias en condiciones democráticas. Todos somos beneficiarios de ellas; no es justo que se le ponga en riesgo.
Los sufrimientos presentes, de la salud, de la violencia esquizofrénica, de la corrupción que no termina, la arbitrariedad, la impunidad y la pobreza que se acentúan, forman un coctel de repercusiones negativas incalculables que merecen discutirse y atenderse en el marco de una obligada unidad nacional, porque ningún bando logrará sacar adelante al país sin el dialogo que de oportunidad a coincidencias mínimas y tengan el apoyo del conjunto social. Las posiciones unilaterales no alcanzan para mejorar el futuro, un futuro que nos incluya a todos.
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA.
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