El pasado domingo 1° de mayo de este 2022, no solo fue un desfile más de las decenas de conmemoraciones corporativas del día de los trabajadores, sino que además fue funestamente singular para nuestro país. Ese día fue una jornada de sangre; se registraron 112 personas asesinadas en ese único día, cerrando como el más violento del año y uno de los de esta administración.
Datos que definen la inseguridad que nos aqueja, que muestran la magnitud de un problema profundo que después de tres años de discursos sobre atacar las raíces del flagelo, está exigiendo de nuevas lecturas y nuevas formas de definir cómo enfrentarla, quedando claro que lo realizado hasta ahora no ha sido suficiente, por decir lo menos. Las becas entregadas a los jóvenes no han impedido que por las buenas o por las malas, la delincuencia los integre a sus actividades.
La sustitución de la Policía Federal con la construcción de la Guardia Nacional como aparato de seguridad eficaz, porque la otra era corrupta y capturada, no ha rendido los alcances que de ella se esperaban, poniendo en duda su pertinencia tanto en su diseño legal como logístico; una discusión presente y álgida sobre la preocupante militarización de nuestra vida nacional. Un punto de política de seguridad que sin duda marca pauta, viniendo de un político que fue un duro crítico de similares acciones en sexenios anteriores.
En esta administración, la suma alcanza los 120 mil muertos, lo que significaría una pesada carga de señalamientos para cualquier mandatario, pero que no lo es para el actual presidente. El respaldo social es aún muy alto -62% según el financiero-, y aunque un 63% opina negativamente sobre la incapacidad de esta administración para otorgar seguridad en el país, su popularidad se mantiene alta.
Es innegable la capacidad refractaria del presidente, su habilidad para recuperar el dominio de la agenda de la discusión pública y política, pese al trastabille de la casa gris, más allá de los evidentes yerros económicos, de la inocultable corrupción en su gobierno, de su falta de empatía con las mujeres, los feminicidios y la violencia que sufren. Más allá de su ofensiva visión ambientalista, de la elevada inflación, el desempleo, la migración que vuelve ante la falta de oportunidades o la violencia, el desabasto de medicamentos y de atención de calidad en los sistemas públicos de salud o las deficiencias que se acentúan en la educación, el presidente pone los ejes de la discusión.
Un claro ejemplo es la recién propuesta reforma electoral, enmarcada en una discusión que parece más un cobro de facturas personales o un alevoso diseño a la medida de sus antidemocráticos procederes. Desaparecer un organismo que ha funcionado bien y que, pudiendo perfeccionarse, requiere propuestas y consensos con los que ahora definitivamente no se cuentan, porque las posibilidades de aprobación de una reforma constitucional desde perspectivas unilaterales tendrían poco futuro.
Parece fácil imaginar que proponerla en este momento, se impulsa por un cálculo de ganancia en la narrativa presidencial, como sucedió con la reforma eléctrica, mediante la que se arenga a sus seguidores, acusando de traidores a la patria a los que votaron en contra. Al perder la votación de la reforma electoral, ganarán las arengas y señalamientos de antidemócratas a los que voten en contra. Y así.
Queda claro y sin duda preocupante, la habilidad presidencial para asegurar una discusión pública lejos de los temas relevantes y urgentes antes mencionados. Sus cálculos políticos y sus proyectos personales son lo único que le importa y lo que define su próximo movimiento. La falta de atención y respuesta a la enorme lista de pendientes o errores cometidos sigue engrosándose. ¿En algún momento se romperá ese equilibrio discursivo? Al final parece que solo importa si logran sortear las vicisitudes del 2024, después, ya se verá.
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