El griterío de las descalificaciones es cada vez más ensordecedor. Crece la intransigencia y se reducen las oportunidades para el debate que debe darse entre todas las fuerzas políticas para la construcción del diálogo mediante el que superemos nuestras diferencias como sucede o debería de suceder en cualquier democracia.
Lo que no tendría que ocurrir es que desde el poder, se pretenda sustituir el diálogo con descalificaciones; nuestra democracia actual y futura, merece mucho más que el tableteo de los denuestos, de los señalamientos que van desde amenazantes a burlones, llegando incluso a un escalofriante nivel de indiferencias y ataques hacia el conjunto social que no le suma votos, que no le aplaude sus gracejadas.
Es un hecho visible e inobjetable que la aventura del pensamiento único no fraguó totalmente para el grupo en el poder. La escaramuza de erigirse en poseedores de la verdad absoluta y someter a todos los mexicanos a dicha visión de gobierno ha quedado en evidencia como una falacia. Primeramente, porque la pluralidad política es normal e incluso deseable para el buen funcionamiento de una democracia y en segundo lugar porque sus postulados se han ensombrecido con sus mentiras y mal proceder.
En lugar de rectificar el rumbo, la opción elegida es la anulación, no del adversario, sino del enemigo. En lugar de mejorar las razones y justificaciones de sus acciones, se opta por atacar con escarnio a los que piensan distinto. Repetir y repetir y repetir la misma excusa día a día, que los otros eran peores, que ya no es como antes, que no somos iguales, mientras se acumulan las evidencias que desmienten tal discurso.
Frente a esta dinámica, la respuesta puede y en muchos casos ha sido igual de beligerante y esa dinámica es precisamente la que hay que revisar y sopesar de no escalar antes de provocar una profundización de las descalificaciones que inhiban cualquier, por mínima que sea, oportunidad de diálogo.
El cierre de murallas sobre la base de posesiones absolutas de verdad y el exterminio del otro como razón de ser no debe plantearse como la ruta de los demócratas. Una
importante porción social, lo creo, no ha optado por la cancelación de escuchar a los distintos y situarse tan solo en alguna de las trincheras irreconciliables, sino al contrario, están ciertos de la necesidad de abrir los espacios de diálogo para desterrar los fanatismos utilizados como sellos de seguridad, como marcas de pertenencia a la verdad.
Las razones, la reflexión, reconocer que como país nos encontramos en punto de quiebre y por ende entender que es indispensable mirarnos como una sociedad que debe de romper con la idea de visiones únicas, entendiendo que gran parte de nuestra riqueza social se finca en asumirnos como un México plural, multiétnico y multicultural que se resguarda en valores que se han ido construyendo, con gran esfuerzo, de libertades, tolerancias y derechos humanos y civiles, que los pendientes de superar sobre injusticias sociales y ambientales, de luchas contra la impunidad, la corrupción y la violencia, no podrán salir victoriosas si se acude al referente de una solo figura, una sola idea, una sola verdad.
En este momento, el dilema es reforzar o no el planteamiento que domina, el de las descalificaciones al otro, donde priva la cerrazón y la polarización, donde no se entiende el intercambio de los ejercicios democráticos que abren los diálogos y generan puntos de coincidencia reconociendo las diferencias, lo que implica resolver las contradicciones sin la eliminación de los adversarios y por ende, se supera el planteamiento de amigo/enemigo.
Los desencuentros entre distintos deben mirarse como una condición del juego democrático; asumir la pluralidad como una virtud y no como una traición de las verdades de las partes. Reducir las visiones es signo de intolerancia y da paso a la ofensa y en muchos casos a la violencia y al autoritarismo. Nuestro país ya tiene demasiada violencia para ahora incrementarla con la violencia política que ha empezado a asomar su cara grotesca en las iniciativas de quienes ahora encienden antorchas contra los que llaman peligrosamente traidores a la patria, incentivarla y dejarla crecer es un mal augurio para todos.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
En México 2021, cada día desaparecieron 14 niñas, niños y adolescentes. El horror cotidiano que no puede ni debe continuar. |
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