Un ambiente nacional complicado por problemas de la salud pública por el COVID 19, por problemas económicos con el aumento de la pobreza y la falta de empleos, por los de violencia e inseguridad o los del deterioro ambiental, y ahora más marcadamente, por los derivados de las discusiones políticas que se acentúan de cara al proceso electoral del 6 de junio.
La construcción de un debate democrático se constituye de ideas esenciales. Una de ellas, es que sus actores son demócratas, individuos y grupos que respetan las normas e instituciones establecidas, que se asumen en la afirmación de valores como la tolerancia, el reconocimiento y el respeto de quienes piensan distinto, respecto de las rutas para atender los problemas que existen.
Pero en este momento el debate nacional viene escalando la polarización y la dureza que desde hace algún tiempo aparece en la dimensión del odio, como elemento presente de la confrontación. Lo que señala este elemento, lo que enmarca, es la escasa capacidad política para comunicarse, la falta de respeto hacia el adversario y el bajo nivel al que se pretende llevar la discusión nacional.
El mayor riesgo es que, como todas las pasiones, el odio es contagioso, principalmente cuando los líderes lo dejan salir y en lugar de contenerlo, liberan su uso como mecanismo de agrupación y de pertenencia. Por eso la polarización promovida desde Palacio ha sido tan efectiva para ese grupo, utilizando este recurso para manipularlo y presentarlo como la voluntad del pueblo. El riesgo es también que se sale de control, es un elemento que se apropia de las manifestaciones de cada vez más personas o grupos, que toman iniciativas en esa ruta, revolviendo y ensuciando más aún, el de por si deteriorado panorama social.
La virulencia de las descalificaciones va creciendo diariamente, gestándose bandos irreductibles que en su beligerancia parecen no dimensionar el grave rompimiento a que los conducen estas actitudes y formas, dejando de ver, de percibirse, en la necesaria tolerancia que requiere una discusión política sana y fructífera. Por eso el llamado a mantener y fomentar la calma, y a promover una discusión que escuche al otro, al diferente. En ninguna de las apuestas políticas que ahora contendrán, deberán tener cabida los prejuicios y la intransigencia, menos aún el odio.
Los intolerantes están ahí, en los bandos polarizados, dispuestos a destrozar al “enemigo”, que resulta ser el que no obedezca ciegamente lo que yo diga. Desgraciadamente no solo se encuentran de un lado o de un solo color, sino que se han contagiado en ambos grupos.
Hagamos conciencia social para abandonar las posturas antagónicas, pues de lo contrario no lograremos construir sino que veremos cómo se destruyen los unos y los otros. Para un conjunto social cada vez más amplio, la discusión política se reduce a manifestar únicamente sus consideraciones; los otros, los diferentes, los que no se alineen, deben ser no solo derrotados sino exterminados. Nada debe de quedar de lo que sea distinto, de lo que se oponga a mis “convicciones”, esa es la ley que se construye desde el desprecio por las razones que no se subordinen.
La larga travesía democrática que hemos vivido en nuestro país, ha ido forjando elementos, que aun en sus fragilidades, orientan el reconocimiento y aceptación, la salvaguarda, de las expresiones diferentes.
Desde muchos espacios y voces, incluidas muchísimas de los que ahora gobiernan, se llamaba y se sigue buscando el fortalecimiento de las libertades de expresión y el reconocimientos de la pluralidad y en esa ruta debemos continuar. Nuestro país requiere de mucho esfuerzo por la tolerancia, nunca como ahora es trascendental asumir que con ello podremos debatir para encontrar el piso de coincidencia que nos es tan urgente.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Es una bajeza la persecución de cualquier gobierno contra el movimiento feminista. Una vulneración más a sus derechos. |
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