El ex secretario de hacienda es un hombre de la vieja escuela, acostumbrado a que su trabajo sea valorado y su opinión escuchada. Cuando no sucede ni lo uno ni lo otro, comienza a sentirse incómodo en su posición. Añadimos a este guiso, el hecho de que es el titular de la secretaría pero no es el que manda allí. Está la señora Buenrostro quien tiene derecho de picaporte y goza de las confianzas del presidente, quien se ha tomado atribuciones que desde el punto de vista de Urzúa no le corresponden e incluso ha decidido actuar en más de una ocasión, en contra de las órdenes del ex secretario.
También tenía otros frentes abiertos, particularmente con Romo, quien en más de una ocasión trató de darle órdenes, mismas que jamás fueron acatadas, ya que el acuerdo con el presidente era de respeto a las políticas que estableciera Urzúa, pero…
En más de una ocasión el presidente tomó una decisión en contra de los criterios de su secretario de hacienda. Algo que en México ha sido mal visto en los últimos sexenios, ya que desde Salinas, el secretario de hacienda decide la mejor política hacendaria para el país, y en ello el propio presidente de la república lo respeta. Como la cuestión económica es tan delicada, se le ha dado total libertad a los distintos secretarios de tomar las decisiones que ellos consideren pertinentes para llevar a buen puerto y sortear las tempestades que se presenten, al barco de la economía del país.
Ahora con el nuevo estilo de AMLO, las cosas han sido diferentes. En más de una ocasión, se han tomado y anunciado decisiones de las cuales el ex secretario de hacienda se enteraba por las mañaneras desde su cama, viendo la conferencia de prensa del presidente. La bilis derramada comenzaba a hacer estragos en la salud del funcionario. Además, el hombre, tenía y tiene un prestigio que cuidar. Precisamente por esas decisiones tomadas sin su consentimiento, se había convertido en el hazmerreír entre sus pares. Más de uno lo consideraba un simple ¨florero¨, adornando la oficina de la secretaria de hacienda, sólo de adorno y para supuestamente tranquilizar a los mercados, pero en el fondo absolutamente inútil, pues si había aconsejado ciertas decisiones, era un pésimo economista, y si no las había aconsejado, ¿Entonces que hacía en el puesto si no se le toma en cuenta ni se le escucha?.
Adicionalmente había presiones por parte de los ignorantes en el tema económico, pero con una posición determinante dentro de la 4T. Ya sea la de líder de los senadores de Morena, la de presidente del Senado, presidenta del partido, incluso uno que otro gobernador que pedía lo que no se le podía otorgar.
Urzúa es un hombre que sabe los riesgos que se corren. Es técnico pero también es político, y observa atentamente que el gobierno de la 4T está rompiendo con una
tradición histórica de México, el respetar a los ex presidentes y funcionarios de sexenios anteriores, salvo a uno que otro chivo expiatorio que pudiera servir como ejemplo del combate a la corrupción, para legitimar lo ofrecido por el presidente en turno, respecto al combate a este flagelo.
Urzúa observa el acoso a los órganos independientes. El desprecio de personajes como Rocío Nahle, por los expertos, obsesionada ella y sus subalternos, Bartlett y el agrónomo de Pemex en quedar bien con el presidente, sin importar los costos económicos para el país, no sólo en cuanto a crecimiento económico, sino también miles de millones de dólares adicionales a pagar por la deuda de las paraestatales y la soberana, debido al incremento del riesgo, es decir a la baja en calificaciones, derivada de malas decisiones económicas.
Con todo lo anterior, el ex secretario ya consideraba seriamente renunciar. Había presentado un ultimátum al presidente, que consistía en que cumpliera con respetar las decisiones que en cuanto a manejo de la economía tomaría el secretario de hacienda, y en caso de no cumplir, entonces mejor se retiraría del puesto.
Hace aproximadamente una semana, (garganta profunda no me dio la fecha exacta), Urzúa estaba francamente preocupado por su destino una vez terminado el sexenio, pues consideraba seriamente que existía la posibilidad de que él y otros funcionarios pudieran ser acusados de malos manejos financieros, a pesar de haberlos realizado cumpliendo órdenes de su jefe, el presidente. Ya que en más de una ocasión el presidente ha tomado decisiones que son ilegales, no por mala intención, sino porque no está acostumbrado a respetarlas, ni conoce las leyes que rigen el gobierno mexicano.
Así llega la noche en que se reúnen los más cercanos al presidente para discutir el manejo discrecional de la partida de ¨sobrantes¨ que manejará el presidente, mejor conocida como partida secreta. Sobre todo porque Urzúa notaba que los recortes ¨por austeridad¨ tenían como finalidad alimentar esa partida, que sin reglas muy claras, podría usarla el presidente para cualquier cosa que se le antoje.
En la reunión el presidente le comenta a Urzúa que será él quien debe de firmar los cheques. Urzúa revira diciendo que debe de ser Romo pues es el jefe de la oficina de presidencia. Romo le mienta la madre a Urzúa, pues no quiere asumir esa responsabilidad, y se hacen de palabras, en un tono muy agresivo. La tensión que había estalla al fin.
El presidente da un manotazo en la mesa y exige que se dejen de chiquilladas. Urzúa revira diciendo que él es un profesional y que no hace chiquilladas. Se levanta y se retira, mientras escucha que Romo le grita que es un chillón.
Esa fue la gota que derramó el vaso. Ni soporta el trato que se le da, ni acepta que no se le dé el lugar que le toca como secretario de hacienda, ni está dispuesto a ir a la
cárcel en seis años por cumplir órdenes del presidente. Así que no queda más que presentar la renuncia y eso hace.
Sus razones son conocidas por el entonces subsecretario Herrera, lo cual explica la expresión de su rostro cuando el presidente lo nombre encargado de despacho, pues quien puede nombrarlo secretario de hacienda es la cámara de diputados.
La hija de Urzúa está feliz y orgullosa de su padre. Reaccionó con dignidad y conserva su prestigio intacto. Herrera está en el peor de los mundo e intenta poner condiciones al presidente. Al terminar de escribir esta reseña (presuntamente imaginaria) todavía no se sabe si Andrés Manuel aceptará sus condiciones o buscará otra opción.
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