José Miguel Cobián
Durante mucho tiempo me he preguntado la razón por la cual se considera elegante usar un traje, ya sea para trabajar en ciudades grandes, o para los eventos sociales más importantes. Porque esa indumentaria se comenzó a usar en Inglaterra a mediados del siglo XIX, y se usaba para ir al campo o a la playa. Es decir, era un símbolo de elegancia en una época en que la higiene dejaba mucho que desear. Y lo digo porque baste imaginar usar ese traje en las regiones calurosas entre los trópicos.
El punto, para olvidarnos un poco del origen, es que cuando comencé a trabajar, con ilusión me compré mi primer traje, pues de estudiante a lo más que aspiré fue a un saco sport de la marca SIDI, que usaba en todas y cada una de las fiestas a las que fui invitado, con distintos pantalones y la corbata que compré con el saco.
Te contaba que me compré mi primer traje y luego el segundo y el tercero, porque había que lavarlos. Sí, en mi imaginación yo pensaba que los trajes se lavaban después de cuando mucho tres puestas. Así que el gasto de tintorería se incrementaba, pero siempre estaban impecables mis trajes.
Por cierto, me llamaba la atención ver la calidad de las telas de lo trajes. Hechas para durar, para aguantar mucho tiempo y muchas lavadas. Aunque, comencé a ver que mis amigos de la ciudad de México, Godínez como yo, tenían manchas en el interior del saco, o una mancha de comida en su pantalón, les duraba semanas y semanas. Pero en aquéllos tiempos no me cuestionaba mucho al respecto, además de la gran ventaja de que en la ciudad de México con tanta contaminación tu capacidad para olfatear se ve reducida considerablemente.
Mi primera mala experiencia la obtuve cuando le pedí prestado a un amigo su saco para una fiesta de postín. Inmediatamente me lo dio, pero ya de cerquita, ver las manchas de sudor en las axilas del saco, y luego acercarme a olerlo, fue una terrible experiencia, con náuseas inmediatas.
Allí entendí la razón de hacer los sacos con tela gruesa. Así no salen los malos olores, y se concentran en el interior de la propia prenda de vestir.
El acabose llegó unos años después, cuando me enteré de que un amigo que trabajaba en la torre de Pemex, se ponía unas 40 veces cada traje antes de mandarlo a lavar. Eso sí, los pantalones los planchaba esporádicamente con el fin de evitar que se notaran las arrugas.
A partir de ese momento comencé a investigar aún más la costumbre de quienes usan traje a diario, y los resultados fueron similares. Amigos y conocidos, todos usaban el traje una infinidad de veces antes de mandarlo a lavar a la tintorería. Incluso descubrí técnicas para alejar los malos olores.
Algunos amigos volteaban dos días el saco para ¨orearlo; otros también volteaban el pantalón. Uno en especial era genial, pues levanta el colchón, acomodaba perfectamente su pantalón y luego le ponía el colchón encima, con lo cual el pantalón amanecía perfectamente planchado, pero no limpio.
Imagine ud a un empleado en la ciudad de México, al que apenas le alcanza para pagar el transporte, sus comidas fuera de casa, la escuela de los hijos y el gasto de la casa. Tienen ahora la ventaja de usar traje. El traje que usan una y otra vez, y que no pueden lavar en casa. Pero se ahorran una cantidad enorme en ropa, pues no tienen que tener ni muchos pantalones ni muchos sweaters o chamarras, todo se resuelve con el pantalón y el saco.
La esposa supongo que feliz porque tiene que lavar poca ropa, y si acaso, toma la precaución de obligar al marido a bañarse en el momento de quitarse el traje al llegar a casa.
Si usted fuera germen o bacteria nociva, le aseguro que estaría feliz con el uso y la falta de higiene que se le da a los trajes. Podría crecer y multiplicarse en cada traje al que ud tuviera acceso. Cumpliría el mandato bíblico sin ningún problema, y si lo guardan en un clóset sin lavarlo (lo cual es lo común), pues entonces ud tendría la oportunidad de colonizar otras prendas de ropa, para prevenir la posible eventualidad de que maten a parte de la colonia en una tintorería con su lavado en seco, después de unos cuarenta o cincuenta días de uso.
Pensar que me quejaba de algunos amigos europeos que usaban la misma camisa tres o cuatro días, y yo pensaba y les decía que el olor era insoportable. Después de conocer a detalle las costumbres antihigiénicas del uso del traje de trabajo, creo que mis amigos eran un dechado de virtudes y limpieza.
No sé ud, pero yo, ahora que veo a la gente de traje, en lugar de pensar que son elegantes o distinguidos, lo único que alcanzo a pensar, es en preguntarme ¿Cada cuántos días de uso mandan su traje a la tintorería?
Aquí queda muy bien la canción esa de ¨tengo un mes con el mismo pantalón¨… y con el mismo saco.
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