José Miguel Cobián
En las democracias modernas, la autoridad de quienes gobiernan emana de un pacto con la población de cada país, estado o municipio, en la cual, los habitantes reconocen y aceptan la autoridad otorgada, a cambio de un cumplimiento de obligaciones por parte de los gobernantes. En principio la obligación de proteger el territorio y a sus habitantes de cualquier enemigo externo o interno (delincuentes). En segundo lugar, administrar justicia, es decir, regular, vigilar y emitir juicios en cuanto a los posibles conflictos que se puedan generar entre las relaciones de cualquier índole entre los gobernados. A cambio de esa seguridad física y jurídica es que los gobernados otorgan autoridad y presupuesto a los gobernantes, que a lo largo de la historia han adquirido nuevas obligaciones como la búsqueda del estado de bienestar, otorgando servicios médicos y apoyos económicos a la población más vulnerable que de ellos carece, o la educación laica y gratuita, etc.
Cuando el presidente López dice y repite una y otra vez que hay que cuidar la investidura presidencial, tiene toda la razón. Un presidente pueden ocupar la silla del águila, puede haber obtenido el mayor número de votos en su elección y sin embargo, perder legitimidad cuando el pueblo comienza a rechazarlo. Esa pérdida de legitimidad se convierte en pérdida de confianza y de poder político. Lo cual a la larga, lleva al fracaso de cualquier plan y proyecto del gobernante en turno.
Desde el inicio de su gestión, el presidente ha decidido perder legitimidad con ciertos sectores de la población. Decidió no gobernar para todos los mexicanos, sino para sí mismo y su grupo, haciendo toda una historia (hoy se le llama narrativa) que hace creer a muchos mexicanos que gobierna para el pueblo. Pueblo es una palabra que aparece infinidad de veces en su discurso, solo que al escuchar y entender a qué se refiere, entendemos que en lugar de la palabra pueblo podría utilizar la frase ¨mi voluntad¨, o simplemente ¨yo¨. Pues el presidente se asume como servidor del pueblo, representante del pueblo y realizador de lo que el pueblo desea, pero en realidad es servidor se sí mismo, representa su propia voluntad y realiza lo que él quiere.
El pueblo entendido como algo abstracto que de entrada abarca a todos los mexicanos, no le dice que hacer y cuando el pueblo no está de acuerdo con las decisiones del presidente, éste decide que quienes no están de acuerdo con él dejan automáticamente de ser parte del pueblo, ese pueblo callado, sumiso, y aplaudidor que es para el que afirma gobernar, pero sólo es un cómplice silencioso y muy necesitado, sin voz ni voto de lo bueno o malo que decida el presidente.
De sus acciones, se ha derivado que más y más mexicanos que apoyaron al presidente a ganar la elección, hoy se sientan defraudados. Consideren que el presidente y que su gobierno dejaron de representarlos, de ahí que pierda legitimidad el gobierno. Ecologistas, madres trabajadoras, enfermos y sus familias, productores del campo, clases medias, académicos, estudiantes, investigadores, todo el sector salud, liberales, mujeres, la verdadera izquierda, pacifistas,
ambientalistas, mundo del arte, y un sinfín de sectores de la población consideran que el presidente y los miembros de su gabinete dejaron de representarlos, dejaron de ser legítimos gobernantes, dejaron de cumplir su pacto con la sociedad mexicana.
Por ello en un país de tan escasos valores cívicos, la reacción natural es una rebelión civil de baja intensidad, en principio ignorando todos los planes y proyectos del gobierno. Cómo si no existieran. Negándose a participar, o participando de muy mala gana (cuando no queda otra opción) en actos de gobierno. Rechazando y repudiando a secretarios de estado, gobernadores, alcaldes, diputados, senadores, y funcionarios en general. Perdiendo el respeto a jueces y fiscalías, despreciando a la guardia nacional, al ejército y a la policía, equiparándolos con delincuentes corruptos, por su inacción para defender a la sociedad (aunque sólo cumplan órdenes de quién les paga con nuestros impuestos).
El resultado es un avance de la ingobernabilidad, pues no sólo los grupos delincuenciales favorecidos por el régimen de morena, sino la sociedad en general dejan de obedecer a un gobierno que considera no legítimo, simple y llanamente porque no los representa. Todos sabemos que el gobierno es legítimo por los votos en las urnas, pero es una legitimidad que se respalda con acciones día con día. Cuando un gobernante, sea presidente de la república, gobernador o alcade, deja de gobernar para todos. Cuando en lugar de acciones de gobierno, ofrece millones de palabras, de esas que se las lleva el viento, tarde o temprano pierde legitimidad.
El pueblo espera eficiencia, beneficios tangibles, más allá de dádivas a un cierto porcentaje de mexicanos. Seguridad, crecimiento económico y empleo, salud, educación, justicia, libertad. Es lo básico que un gobierno debe de cumplir para ser querido por el pueblo. La realidad, es la peor enemiga de la retórica, de la propaganda y la narrativa gubernamental, porque esa está presente las 24 horas del día en la vida de cada mexicano. Pueden engañar a algunos durante tres años, pero no pueden engañar toda la vida a todos los mexicanos. He ahí el origen del desencanto y de la pérdida de legitimidad y confianza.
Gobernar causa un desgaste en la simpatía del pueblo, no gobernar acelera ese desgaste, lo que provoca una rebelión civil de baja intensidad, pero con mucha fuerza.
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