HAY TANTOS temas álgidos que abordar, pero es Semana Santa y desde niño –como buen estudiante de escuelas católicas como la primaria y secundaria “Miguel Hidalgo y Costilla” o Suma Sapiencia de Tierra Blanca, ya después el bachillerato en el Centro de Estudios Cristóbal Colón del puerto de Veracruz-, nos enseñaron a respetar estas fechas, a tal grado que lejos de andar en playas o vacacionando, acompañábamos a nuestros padres, tíos o parientes a los oficios religiosos que por esas fechas se ofrecían con mucha fe en los pueblos. Debo confesar que como alumno de la secundaria Hidalgo me toco representar el papel de Jesús de Nazaret en un vía crucis que salía de la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen hasta la Iglesia Cuerpo y Sangre de Cristo. El padre Antonio Campos era quien organizaba todo el recorrido que recordaba el camino que siguió el Nazareno cargando el pesado madero. La ruta era extenuante, la cruz muy pesada y en la tercera caída el peso me aplastó, realmente, pues el sol era abrazador en la afamada puerta del Papaloapan donde las temperaturas han llegado a oscilar hasta los 40 y 50 grados, pero como pude seguí el largo e interminable trecho de casi dos kilómetros. Se cumplieron todas las estaciones del calvario, desde que Jesús es condenado a muerte, cuando es obligado a cargar la Cruz, cuando cae por primera vez, su encuentro con María, su Santísima Madre, incluso, la ayuda que recibe de Simón el Cirineo para llevar la Cruz del redentor unos metros. Una joven que representaba a la Verónica enjugó el rostro de quien representaba al Mesías para después caer por segunda ocasión, cuando consuela a las hijas de Jerusalén y al seguir con su pesada carga y caer por tercera vez. Cuando ya en el templo católico donde se desarrollaba la crucifixión es despojado de sus vestiduras, luego clavado en la Cruz –que en realidad fueron amarras a la cintura y muñecas para evitar un accidente- y la muerte del Salvador. Cuando es bajado a los brazos de su Madre. Y ahí terminaba todo. Fueron pasajes que marcaron mi vida, ya que era obligación de los alumnos a asistir un día a la semana a misa, a tal grado que estuve tentado a ser sacerdote, pero tal vez eso no me deparaba la vida, y no me arrepiento porque en la familia muchos sobrinos han logrado ordenarse al servicio del Creador, lo cual respeto, admiro y aliento porque es, realmente grato servir a quien todo lo creo y nos dio la existencia por conducto de nuestros padres.
YA EN la preparatoria, en el Centro de Estudios Cristóbal Colón siguió mi contacto con sacerdotes y estudiantes del Seminario San José que se encuentra en Las Bajadas en el puerto de Veracruz, y fue en ese colegio donde conocí a Guadalupe, quien sigue siendo mi esposa, siendo apenas un mozalbete de casi 16 años. Mi relación con párrocos con los representantes de Dios en la Tierra se acrecentó, y debo confesar que aún persiste pues poseo muchos amigos curas y en ocasiones solía comer y hasta degustar un buen vino tinto con ellos (bueno, hasta hace poco ya que ese maligno Covid19 en su variante Omicrón me afectó terriblemente hace dos meses dejándome severas secuelas en algunos órganos vitales que me retiraron de convivios, aunque confío en que saldré adelante con el apoyo de la ciencia y mi fe en el Creador Supremo). En el Cristóbal Colón –que manejaban los padres escolapios) conocí y trate a ese ícono del sacerdocio como fue el Padre Antonio Torrente Viver, oriundo de la ciudad de Terrassa en Barcelona, España, siempre dispuesto a ayudar; al párroco Antonio Claramunt Llorach, quien tras dar clases en esa escuela fue enviado a la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús donde falleció el 5 de enero de 2022 en la Comunidad “Virgen de Guadalupe”, Oaxaca, a la edad de 76 años, habiendo sido un religioso escolapio durante 59 años; el sacerdote Jorge Puig Puigdomenech, quien fuera maestro y deportista y solía llegar en una enorme motocicleta, además del Padre Gerardo Hernández, que era de Santa Ana Chiautempan, en Tlaxcala, y que fue nuestro padrino de bodas y quien ofició la misa en Octubre de 1979.
SOMOS CREYENTES de que el periodo de Cuaresma propicia la práctica piadosa del rezo del Vía Crucis, que es una manera muy fructífera de preparar el alma, día tras día, al encuentro con el Señor en la trágica y gloriosa Semana Santa. Y es que el Vía Crucis es memoria, pero también contemplación del rostro doliente del Señor. Al rezarlo, recordamos con amor y agradecimiento lo mucho que Jesús sufrió por salvarnos del pecado. Al recorrer con la Iglesia cada uno de estos misterios dolorosos, sentimos que el dolor es un gran misterio. Por ello, la atracción de Cristo crucificado fue puesta de relieve por el Papa San Juan Pablo II cuando dijo: “Cristo atrae desde la Cruz con la fuerza del Amor; del Amor Divino que ha llegado hasta el don total de sí mismo; del Amor infinito, que en la Cruz ha levantado de la tierra toda ausencia de amor y ha permitido que el hombre nuevamente encuentre refugio entre los brazos del Padre misericordioso”. La costumbre de rezar las estaciones de la Cruz comenzó en Jerusalén, luego de que ciertos lugares de la Vía Dolorosa fueron marcados desde los primeros siglos y acrecentados en tiempos del emperador romano, Constantino, de quien cuenta la historia que se encaminaba hacia Roma para librar una batalla decisiva cuando tuvo una visión. En el cielo se le apareció un trofeo en forma de cruz, acompañado de un texto en el que leía In hoc signo vinces (“con este signo vencerás”). La noche antes de la batalla soñó con Jesucristo, quien le volvió a decir que obtendría la victoria si portaba su símbolo. Constantino hizo pintar la cruz en los escudos de sus soldados y venció en la batalla del puente Milvio, a las puertas de Roma. Iniciaba así el período más destacado y la leyenda del que sería considerado Constantino I el Grande. El 22 de mayo del 337, Constantino estaba preparando una guerra contra Persia. En Nicomedia cayó enfermo, pidió el bautismo y murió siendo el primer emperador romano en convertirse al cristianismo.
POR ELLO, aunque no compartimos el criterio de quienes cada semana van a Misa, y en Semana Santa se van de vacaciones a las playas o viven situaciones desenfrenadas, las respetamos, porque al fin y al cabo Dios se lleva en el corazón, pues cuando ofrecemos nuestro corazón quebrantado a Jesucristo, Él acepta nuestra ofrenda; nos vuelve a aceptar sin importar las pérdidas, las heridas o el rechazo que hayamos sufrido, su gracia y sanación son más poderosas que todo ello. “y todo saldrá bien” si confías en Jesús. Pero hay que estar dispuesto a la fe. Esta puede ser a veces racional y razonable y, a veces, todo lo contrario, pero seguir teniendo fe es lo que nos hará fuertes en la búsqueda de Dios. La oración es el punto más importante para nuestro objetivo. Ayudará a cultivar nuestra fe y a comunicarnos con el Dios que buscamos, pero debemos arrepentirnos con convicción de nuestros pecados. Así sea. OPINA carjesus30@hotmail.com
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