LA ECONOMIA mexicana se me figura en ocasiones a una vivienda de las muchas que existen en el País; de esas que un día fueron florecientes y progresistas gracias al trabajo y esfuerzo de todos sus habitantes, pero que por alguna razón sus moradores terminaron confrontados, divididos y debido a lo anterior, algunos muchos tuvieron que abandonarla para iniciar nuevas aventuras. La residencia es rematada y de pronto llegaron a ella personas que se sacaron la lotería, sin conocimiento de cómo se administra una mansión de semejante envergadura, y aunque llegaron a habitarla con singular alegría se olvidaron de gastos tan necesarios como darle mantenimiento, impermeabilizarla, reforzarla, remozarla, pintarla, reparar baños, pisos, instalación eléctrica, climas, pisos etc. La economía de la familia, al “ahorrarse” todo eso es, por consiguiente, sana, pues no invierten en lo necesario, pero al paso de los años la casa comenzará a deteriorarse, a sufrir desperfectos que cada día serán mayores, pero los nuevos habitantes mantienen su dinero a salvo porque no invierten en lo necesario, hasta que las circunstancias les obligan y el desembolso será millonario para rehacer lo que pudo preverse o corregirse a tiempo. Cuando eso suceda, los ahorros que tenían destinados para un gasto distinto tendrán que aplicarlo en la reparación de la residencia, ya que de lo contrario se corre el riesgo de que un alero pudiera caerse, la corriente eléctrica provoque un corto circuito, los baños se tapen o el agua se fugue, las celosías se desprendan y la pintura se desprenda. El gasto será oneroso y se descuidarán otros egresos para educación, salud, alimentos, viajes, uniformes, ropa, calzado, utensilios del hogar, y la economía que era sana estará en riesgo de colapsar, y la única salida será endeudarse con bancos voraces para poder levantar de nuevo lo que nunca debió descuidarse en un juego engañoso de austeridad y ahorro.
Y ALGO así le ocurre al País. El Gobierno presume una macro economía sana, sin inflación y con solvencia, pero con una Nación que se está cayendo a pedazos. Las carreteras están descuidadas, con verdaderos cráteres que provocan accidentes o daños a vehículos, incluidas las autopistas por cuyo uso se paga fuertes sumas para transitar; las escuelas carecen de lo necesario, y si no han colapsado es gracias a las sociedades de padres de familia que hacen esfuerzos para pagar, en muchos casos, el aseo, pintura, mantenimiento de pupitres, baños e instalaciones, además de turnarse para evitar que en días de asueto la delincuencia ingrese y se lleve equipo de cómputo, papelería y otros enseres que les han costado, y que decir de las clínicas donde se carece de medicamentos indispensables, pese a la presunción de que ya estamos a la altura de Noruega o Dinamarca, y que decir de reclusorios tan criticados por los organismos defensores de derechos humanos. En suma, el País se cae a pedazos, pero tiene una economía sana, fortalecida, hasta que tenga que enfrentarse a la urgencia de reparar todo aquello que ha soslayado. Y es que el Gobierno prefiere comprar consciencias para evitar las críticas que abocarse a invertir en la reparación de lo que está mal, y cuando deba hacerlo –si es que lo hace, ya que la presunción es que busca encaminar a México a un escenario cubano-, la inversión será tan fuerte que ni los ingresos petroleros, ni los recursos que capta por autopistas o por venta de productos diversos al extranjero o por impuestos alcanzará para echar a andar nuevamente lo que se descuidó, y entonces vendrán los conflictos sociales alentados por el abandono e indolencia oficial, y nuestro peso fortalecido se desprenderá de los alfileres que le sostienen para estrellarse en el piso, afectando a todos, incluidos los que reciben prebendas del Gobierno, pues muchas factorías o empresas tenderán a cerrar, ya sea por falta de liquidez o inseguridad, porque la pobreza, se quiera o no acepar, dispara ese fenómeno, pues los jóvenes al no tener empleos ni oficio o beneficio serán carne de cañón para los grupos delictivos.
Y ES que basta concentrarnos en lo local para observar las condiciones vergonzosas que presentan infinidad de carreteras en el Estado y gran parte del País, y convendría que el Presidente Andrés Manuel López Obrador transitara las rúas que conduce de Xalapa a Banderilla hacia el libramiento a Puebla y la ciudad de México, para corroborar el muladar en que está convertida esa vía de comunicación, con el asfalto levantado desde hace meses, con hoyancos que parecen cráteres lunares, lo que ha provocado severos accidentes, algunos con resultados fatales, y que decir de la autopista Veracruz Xalapa y su extensión hacia Tamarindo, y posteriormente la vía que conduce a la capital del Estado. Hablar de los caminos que enlazan a diversos municipios de la Cuenca del Papaloapan es tema aparte, o la que lleva a Coscomatepec, Huatusco y Córdoba. En suma, ninguna carretera del Estado ha recibido mantenimiento en años, por lo que la inversión para repararla será altamente onerosa cuando se haga, porque la presión social comenzará a experimentarse pronto. Al observar lo anterior, es fácil presumir las finanzas sanas de las que se enorgullecen el Gobierno Federal y los Estatales emanados de Morena, todo ello a costa de un abandono que saldrá muy caro.
POR ELLO tiene razón el destacado analista financiero Enrique Campos Suárez cuando advierte que, México no aguanta un escenario de continuidad y mucho menos en las finanzas públicas, ya que hacerlo garantiza una crisis económico-financiera importante, pues incluso si no se toman pronto las medidas pertinentes, México tendría que enfrentar un escenario de castigo financiero por el mal manejo de las cuentas nacionales. Refiere que la última vez que un traspaso sexenal fue tan comprometido en materia financiera fue cuando Carlos Salinas de Gortari entregó el poder. Treinta años después otro autócrata repite la falla, sólo que el actual no heredará nada, absolutamente nada que sirva. Lo que hicieron todos los presidentes de este siglo antes de la llegada de Andrés Manuel López Obrador al poder fue hacer un guardadito para mantener la estabilidad financiera entre gobiernos. Se crearon tres fondos básicos para respaldar las finanzas del país, el de Estabilización de los Ingresos Presupuestarios, el de los Ingresos de las Entidades Federativas y el Fondo Mexicano del Petróleo para la Estabilización y el Desarrollo. Pero lo primero que hizo este régimen fue dilapidar esos Fondos de Estabilización. López Obrador recibió una bolsa del gobierno de Enrique Peña Nieto de 350 mil millones de pesos para dotar de fuerza a las finanzas públicas y este régimen dejará menos de 70 mil millones de pesos. El resto se lo gastó.
Y ES que la manera de ejercer el gasto público durante este régimen ha sido irresponsable en prácticamente todos los frentes: retiró atribuciones de gasto a estados, municipios, organismos autónomos y a la propia estructura del poder ejecutivo; redirigió el gasto social y de infraestructura a proyectos clientelares y obras poco rentables; dilapidó los recursos en asignaciones directas y sin auditorías. En resumen, convirtió al erario en la bóveda personal del Presidente, de tal suerte que el discurso de finanzas públicas sanas fue engañoso desde el primer momento. La peor irresponsabilidad del gobierno de López Obrador es que aun teniendo claro que las finanzas públicas del país hoy son frágiles, insista en ejercer un gasto descontrolado que lleve a México a enfrentar un déficit presupuestal de 5 por ciento y con un crecimiento de la deuda pública superior a 50 por ciento del Producto Interno Bruto, pues tan solo el déficit presupuestal durante el primer bimestre del año creció casi 300 por ciento en comparación con el año pasado. En fin, las consecuencias se verán pronto. OPINA carjesus30@hotmail.com
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