Desde hace aproximadamente cinco años hasta la fecha, hemos estado experimentando una censura descomunal hacia las diferentes formas de pensamiento y hacia las diferentes manifestaciones, tanto intelectuales como artísticas, que sirven como escaparate a estas debido al discurso radical de la “no violencia” y la “no discriminación” que poco a poco se va apoderando de los espacios de la voz libre. Ahora la homogeneización del pensamiento, absurda, imposible y contradictoria en sí misma, es el principal objetivo de esa corrección política que se disfraza de tolerancia e inclusión para imponer nuevos esquemas de interpretación no necesariamente aceptados y compartidos por todas las personas. Si usted, por voluntad propia, no quiere pensar como estos discursos dicen que es correcto pensar, entonces será <> a pensar, por el bien de los <> y <>, como la nueva generación de progresismo, eliminación y deconstrucción ha dictaminado.
Hoy, el pensar diferente a lo que dicta el status quo es sinónimo de ignorancia, disidencia, ausencia de conciencia e intolerancia. La libre manifestación de las ideas poco a poco va quedando peligrosamente sepultada. Esto es algo grave si analizamos con detenimiento las consecuencias negativas que trae para la libertad de expresión; censura, autocensura por miedo a las represalias, cancelación y hasta inquisición (solo que ahora moderna con la reproducción del <>), ya que al paso que vamos y con las limitaciones que poco a poco van siendo impuestas en la creatividad del individuo, no resulta descabellado pensar que en unos cuantos años más, por ejemplo, sean inventados los “manuales de creación” con instrucciones específicas de cómo se tiene que hacer una obra de arte para no ofender ni herir susceptibilidades de nadie. ¿Se imagina semejante desgracia para el artista? El tener que crear con base en reglamentaciones que inhiban todo rasgo de espontaneidad, la cual a lo largo de la historia ha caracterizado al buen arte en general.
Pues con pasos agigantados nos dirigimos hacia esa dirección, tan es así que hace unos días algunos internautas pidieron cancelar un clásico del cine por sus supuestas referencias racistas, sexistas y homofóbicas, me refiero al taquillero largometraje de los años setenta “Vaselina” (“Grease” en inglés). La polémica se suscitó cuando la BBC programó la proyección de la película para poco tiempo después despertar una enorme controversia por su “inapropiado” contenido.
Tras la proyección, los ofendidos y vulnerables internautas encontraron, bajo el respaldo del anonimato en la web, el repositorio perfecto en Twitter para escupir sus inconformidades con dicha cadena de noticias por haberse atrevido a proyectar semejante largometraje repleto de mensajes y conductas incorrectas: “Entre los
comentarios que abundaron en las redes sociales, resaltaron aquellos en los que catalogaron al filme protagonizado por Olivia Newton-John y John Travolta como “racista”, “sexista”, “agresiva sexual” y “hasta homofóbica” (Infobae, 10/lll/21). Inclusive, en sitios como Daily Mail se pudieron leer algunos otros como los siguientes: “Vaselina apesta en muchos niveles y el mensaje es pura misoginia” o “Es la pieza de mierda más sexista” (Infobae, 10/lll/21). No quiero ni pensar qué es lo que va a pasar cuando estos escandalizados descubran obras literarias del Marqués de Sade.
El juzgar, tal y como ya lo he mencionado en artículos de opinión anteriores, con la óptica y los marcos interpretativos del discurso actual a obras artísticas de diferentes épocas del siglo pasado es un error garrafal y hasta un tanto bobo, por no decir otros calificativos que, para variar, puedan resultar ofensivos para determinados lectores. ¿Y después qué van a pedir que sea censurado o cancelado? ¿Acaso al difunto Cepillín por insinuar en su canción “En el bosque de la China” una apología de la violación porque un tipo quería sobrepasarse con una chinita en vista de que se sentó junto a ella ya que “miedo tenía de andar solita” debido a que era de noche? Suena tonto ¿Cierto? Pero con esta generación de deconstruidos ya no se sabe qué nueva censura se traerán entre manos.
Pero la censura ha escalado un nuevo peldaño, abriéndole el camino a la llamada “cultura de la cancelación”, la cual consiste en retirar el apoyo, o si la falta es más grave, cancelar a determinada persona que hizo o dijo algo que pueda interpretarse como cuestionable, inapropiado u ofensivo para determinado sector de la sociedad. Esta cultura va creciendo desenfrenadamente, principalmente cuando delata supuestas actitudes homofóbicas, machistas, racistas, transfóbicas, misóginas, y muchas otras más que terminen en “AS”. Es tal su nivel de convocatoria que puede incluso provocar, tal y como lo mencioné anteriormente, linchamientos mediáticos, amenazas, intimidaciones, despidos, y demás formas de castigos o penalizaciones. El caso de la escritora J. K. Rowling es un excelente ejemplo de esto. Resulta que el año pasado en su cuenta de Twitter escribió lo siguiente:
“Si el sexo no es real, no hay atracción hacia el mismo sexo. Si el sexo no es real, la realidad vivida de las mujeres a nivel global se borra. Conozco y amo a las personas trans, pero borrar el concepto de sexo elimina la capacidad de muchas personas de hablar de sus vidas de manera significativa. No es odio decir la verdad” (LaVanguardia, 07/VI/20).
Ante la publicación, la escritora británica fue acusada de transfobia en esta red social. Asimismo, la creadora de la exitosa saga de Harry Potter fue etiquetada de feminista radical que excluye a la gente transexual, por su defensa al sexo biológico de las personas al decir que no se trata de una ilusión. Posteriormente, debido a lo que para algunos fue un claro discurso de odio, bajo el hashtag #RIPJKRowling se inició un movimiento para cancelar sus cuentas en las principales redes sociales, incluyendo Twitter, por supuesto, encerrando a la escritora en una vorágine de odio
público por expresar su punto de vista. Como era de esperarse, la respuesta de Rowling no tardó mucho en llegar:
«La idea de que las mujeres como yo, que hemos sido empáticas con las personas trans durante décadas, sintiendo cercanía porque son vulnerables de la misma manera que las mujeres — por ejemplo, ante la violencia masculina–, ‘odian’ a las personas trans porque piensan que el sexo es real y tiene consecuencias vividas, es una tontería […]»
«Respeto el derecho de toda persona trans a vivir de cualquier manera con la que se sienta auténtica y sea cómoda para ellas», agregó. «Marcharía con ustedes si fueran discriminadas por ser trans. Al mismo tiempo, mi vida ha sido moldeada por ser mujer. No creo que decirlo sea odioso» (CNN, 09/VI/20).
Es más que evidente el modus operandi de estos autoritarios y falsos defensores de las libertades; si no piensas como nosotros, serás nuestro enemigo por exterminar. La censura siempre irá de la mano con la cultura de la cancelación, así sea disfrazada de progreso, bienestar y nuevas formas de expresión. De esta manera, se intenta imponer una forma única y autoritaria de pensamiento que desprestigie y castigue a todo aquel que no esté dispuesto a aceptarla y reproducirla. Es innegable que siempre habrá personas que sí pretendan fomentar la discriminación, la violencia y el odio hacia otras, pero no se puede generalizar y acusar de intolerantes a los que simplemente no converjan con determinadas opiniones y puntos de vista. El libre pensamiento siempre será heterogéneo, por lo tanto, pretender con imposiciones su homogeneidad sería retroceder en la defensa de la libertad de expresión.
Gracias por su lectura.
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*El autor es licenciado en Sociología por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana y actual estudiante de la Maestría en Estudios Políticos y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México |
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