Desde las 9:00 AM del día jueves 25 de octubre del año en curso y hasta el domingo 28 del mismo mes a las 10:00 PM, se llevó a cabo la consulta ciudadana nacional para determinar qué proyecto se elegirá respecto al Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM); Texcoco o Santa Lucia. Declarando a éste último lugar como el preferido por la mayoría de votantes, es importante señalar que fueron instaladas más de mil mesas de votación en diferentes parques y plazas públicas a lo largo de las 32 entidades del país, con la finalidad de que la ciudadanía participara y diera su opinión respecto al inmueble que desde hace meses ha mantenido dividida a la opinión pública, aspecto del cual hablaré más adelante.
Dicho esto, hay que señalar que existe un objetivo principal latente mediante el cual se persiguen intereses multimillonarios empresariales que defienden a toda costa la construcción del inmueble, por lo tanto, esto no se puede dejar de lado para comprender que la defensa de intereses particulares por parte de ambiciosos inversionistas que ven en este aeropuerto una oportunidad para la consolidación de jugosos negocios, ha sido defendida por el Gobierno saliente no de manera desinteresada, sino todo lo contrario, ya que el yerno de Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del mundo, es uno de los personajes que está detrás de tan ambicioso proyecto.
Todo se remonta al 04 de septiembre del año 2014 en Los Pinos. Con la celebración de una fiesta apadrinada por Enrique Peña Nieto, se dieron cita dos afamados arquitectos: Fernando Romero y Norman Foster. Acompañados por los miembros del gabinete más cercanos al presidente, aquel día se anunció de manera oficial que ambos serían los encargados del diseño arquitectónico del Nuevo Aeropuerto Internacional de México. Siendo anunciados por el propio mandatario, un Comité Honorario les otorgó un nada despreciable contrato por Adjudicación Directa con el monto de 1,841 millones 753,116 pesos, tan sólo para iniciar.
Cuatro meses después, sería la propia Secretaría de Hacienda y Crédito Público quien diera inicio a la polémica que hasta la fecha rodea al inmueble, ya que el Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México le aprobó dos aumentos más al costo total del proyecto. De esta manera: “En sólo un año, el consorcio conformado por esos dos arquitectos, firmó con el Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México (GACM) dos convenios modificatorios en los que se acordó un primer aumento en marzo de 2016, por 434 millones 297 mil 453 pesos, y el segundo, en marzo de 2017, por 441 millones 995 mil 921 pesos” (SinEmbargo, 01/V/18).
La divulgación del incremento comenzó a despertar descontento tanto de diferentes especialistas como de la propia población mexicana, y no es para
menos ya que el costo inicial del proyecto se calculaba en 1,841 millones 753,116 pesos, empero, hasta el mes de octubre del año en curso alcanzó la cantidad de 2,691 millones 364,463 pesos, y lo que falta. Aunado a esto, la negativa respecto al desarrollo del inmueble se incrementó cuando se dio a conocer desde ese mismo año que la construcción por encima del Lago de Texcoco provocaría inundaciones en los pueblos aledaños al lugar, crecimiento urbano desordenado, especulación con la vivienda y la tierra, desarticulación de las comunidades, así como la pérdida de los sistemas productivos tradicionales locales. Además, investigadores de la Universidad Autónoma de Chapingo (UACh) “señalaron que el nuevo aeropuerto se construirá en la parte más baja de la zona lacustre, lo que provocará que se hunda 20 centímetros al año” (LaJornada, 15/X/14).
A esto también habría que aumentarle los casos de expropiación de tierras que se han impuesto a habitantes de las comunidades en donde hasta ahora se sigue construyendo el inmueble, así como el escándalo de las afores utilizadas por el Gobierno Federal para el financiamiento, ahora incierto por la escandalosa “consulta” que a ojos de los más adinerados, representa un atentado al empleo y al crecimiento económico que casi al final del sexenio del Presidente de Atlacomulco, se les ocurrió promocionar a marchas forzadas.
Es muy curioso y a la vez fascinante cómo es que la opinión pública, como lo mencioné al principio de éste artículo de opinión, se ha ido dividiendo en dos sectores que en ocasiones llegan a ser radicales; aquellos que están a favor de la construcción del mencionado aeropuerto en Texcoco y aquellos que no. Y digo fascinante porque aquella “opinión pública” no únicamente está constituida por empresarios y líderes de opinión, sino también por personas que aunque no recibirán el mínimo beneficio de tan cuantioso inmueble, reniegan enjundiosamente cada vez que la –libertad de expresión- les da oportunidad.
También están aquellos que, como yo les digo; nada les parece. Aquellos necios que maldicen una consulta popular que legitima la práctica democrática que mucho hace falta, pero que también son los mismos que renegarían si no se llevara a cabo la misma. El punto, como coloquialmente se dice, es que “ningún chile les embona”. Aquellos que no desaprovechan hasta la más mínima oportunidad para minimizar el daño ecológico y patrimonial de los habitantes de la zona, aquellos que son indiferentes ante proyectos que por obligación tendrían que incluir la opinión de la ciudadanía, y aquellos que, aunque la evidencia se los replique, niegan cualquier probabilidad de que, en un futuro, tan ambicioso proyecto fracase por irregularidades en su proceso de construcción y posterior mantenimiento.
Ahora sí veo muy preocupados a los bancos, a los políticos y economistas neoliberales y a la clase empresarial por el futuro de su aeropuerto. Pero es aquí en donde le pregunto a usted, estimado lector: ¿Acaso no fueron ellos algunos de los principales implicados en el Fondo Bancario de Protección al Ahorro, mejor conocido como FOBAPROA? Porque yo no recuerdo haber visto jamás a un sólo banco, político o empresario involucrado quejarse por haber convertido
una deuda privada en la mayor deuda pública de la historia de México. He ahí la táctica del miedo que la desesperación provoca con la supuesta crisis económica que se vislumbra en un corto plazo, la cual advierte con eufemismos ridículos que: “habrá un sólo culpable de la grave devaluación que se avecina si no se cumple el mandato de los millonarios que están detrás de este histórico proyecto”. Solamente les faltó decir; de parte de ya saben quién. Pero esa crisis no les pegará a ellos, claro está, sino a la gente que pagará los platos rotos con sus impuestos cuando la naturaleza empiece a reclamar lo que es suyo, demostrando a los incrédulos el grave e irreversible error de haberse construido en un lugar a todas luces inapropiado.
Gracias por su lectura.
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*El autor es licenciado en Sociología por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana. |
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