A finales del mes pasado comenzó a circular un emotivo video en redes sociales en donde se puede apreciar a un joven con discapacidad llorando de felicidad debido a que había sido contratado por un Cinépolis para trabajar. El joven regiomontano de 18 años llamado Raymundo fue grabado por su madre, Karina Garza, justo después de que había sido entrevistado y posteriormente admitido en su primer empleo.
De igual manera, la mamá del ahora famoso empleado publicó en sus redes sociales que su hijo es egresado del Programa de Inclusión Social y Educativa (PISYE) que imparte la Universidad de Monterrey (UDEM) con un conmovedor mensaje: “Mi sueño, no es que mi hijo acabe una carrera universitaria y tenga posgrado, que emprenda, o que me haga abuela. Mi objetivo, es que mi hijo sea autosuficiente. Que se valga por sí mismo económica y funcionalmente. Este es el verdadero reto de los padres con un hijo con discapacidad”.
Desde mi muy particular punto de vista como sociólogo, considero que hay que tener mucho cuidado con la interpretación que se le da a este tipo de eventos que se viralizan por internet. Dicho esto, es muy probable que usted se pregunte, estimado lector, el porqué de mi consejo de precaución que me atrevo a darle por este medio, la razón es muy sencilla; detrás de la inclusión de la gente con capacidades diferentes al mercado laboral, hay una clara intención por parte de las empresas de romantizar la explotación para posteriormente normalizarla.
Es importante mencionar que este fenómeno social no únicamente se ve con la gente discapacitada, sino también con los adultos mayores, e inclusive con los adolescentes. La explotación laboral no distingue de condición social ni edades. Un ejemplo de esto son los famosos “cerillos” que trabajan depositando los productos de los consumidores en sus respectivas bolsas de plástico en tiendas departamentales. Su salario, literalmente, es la propina que la gente les obsequia por el servicio brindado.
Pero ¿Y las prestaciones laborales que de acuerdo a la ley tendrían que ser garantizadas por estos enormes consorcios? ¿No se supone que al menos tendrían que recibir una remuneración, aunque sea mínima, por su trabajo? Y si analizamos más a fondo: ¿A dónde se va todo ese capital que estas empresas se ahorran al no pagar un salario a estos trabajadores? Y aclaro, exponiendo el caso de Raymundo no estoy diciendo que este sector de la sociedad, o sea, el que tiene capacidades diferentes, no deba de ser incluido al mercado laboral de este país, ¡De ninguna manera! Lo que sostengo es que no únicamente basta con incluir a personas en
estas condiciones, si no son remunerados de forma justa conforme al trabajo que realizan.
Dicho en otras palabras: no es suficiente el hecho de que el trabajador sea contratado, de la misma manera tiene que ser justamente remunerado por el trabajo en el cual se desempeñe. He ahí lo que principalmente quiero dar a entender con estas palabras. Por eso hago énfasis una y otra vez en la importancia que tiene el analizar este tipo de situaciones desde diferentes enfoques y perspectivas. Si analizamos la perspectiva de los empresarios, en su mayoría encontraremos comentarios asertivos respecto a la contratación de Raymundo por parte de Cinépolis. Por otra parte, si analizamos la perspectiva de un analista social, en el caso de un servidor por ejemplo, la interpretación puede dar un giro radical, tal y como lo he venido expresando en estas líneas.
Y tampoco se trata de caer en pesimismos radicales, asegurando que la contratación de este tipo de personas no trae algún tipo de beneficio a sus vidas, al contrario, el hecho de que sean tomadas en cuenta evidencia una clara intención por parte del sector empresarial de incluirlos al mercado laboral para que sean funcionales al sistema. El inconveniente, que es en donde se centra mi análisis, es el trasfondo económico (un tanto perverso) que implícitamente este sector persigue, pero que por razones de imagen y apariencia no da a conocer.
¿Sinceramente cree usted que el principal motivo de los empresarios con este tipo de acciones es la inclusión laboral desinteresada de la gente discapacitada a sus filas? ¿De verdad cree que lo único que les preocupa es que este sector poblacional tenga trabajo y pueda aportar un ingreso económico a sus respectivos hogares? Yo lo dudo en demasía. Este tipo de acciones van más allá de lo que comúnmente se expone en los medios de comunicación. Recuerde que la mayoría de estos únicamente dirán lo que les convenga, o mejor dicho, aquello que proteja sus intereses.
Por eso es muy importante que no nos dejemos llevar por la emoción, ya que podemos caer en el error de romantizar aquello que no se debe. Dicho lo anterior, debemos de estar conscientes de las formas de explotación que actualmente operan en nuestro país, pero no sólo eso, debemos de estar alertas respecto a las nuevas artimañas y estrategias que el sistema pone en marcha constantemente para legitimar esa misma explotación laboral.
La principal meta que el empresario siempre querrá alcanzar es maximizar su ganancia con el menor costo posible, y eso por supuesto incluirá al capital humano. A este paso que vamos que no nos sorprenda que en un futuro no muy lejano este tipo de empresas (los cines) incorporen de forma masiva en sus filas a un personal con capacidades diferentes. ¡Vaya jugada tan astuta! Darles trabajo a todas aquellas personas que en su momento fueron excluidas por el propio sistema, pero que ahora de forma inaudita son reincorporadas por ese mismo sistema que milagrosamente se dio cuenta de sus capacidades para el trabajo.
Qué casualidad que sea hasta ahora, cuando el capitalismo ya ha sido cuestionado hasta el cansancio por engendrar pobreza y desigualdad, se voltee a ver a los discapacitados. No nos hagamos de la vista gorda, ni pretendamos rebajar el análisis a moralismos pueriles que justifiquen la nueva forma de explotación que se está gestando en nuestras narices. Mejor preguntémonos si este tipo de personas tendrán oportunidades de crecimiento en sus respectivos trabajos, o si recibirán un sueldo justo, acorde a la labor que desempeñen, porque no olvide que a la mayoría de trabajadores que laboran en los cines no se les paga más de treinta pesos por hora.
Para finalizar, sólo me resta decir que los hechos no siempre son como los pintan, así que para nuestra defensa debemos de anteponer la razón por encima de la emoción hacia un sistema que ha logrado consolidar un camuflaje eficaz con sus oscuras intenciones de explotación, escondidas en sentimentales apariencias de inclusión.
Gracias por su lectura.
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*El autor es licenciado en Sociología por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana y actual estudiante de la Maestría en Estudios Políticos y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México |
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