Hace unos días, Andrés Manuel López Obrador cometió uno de los errores más grandes en lo que va de su sexenio; reducir el presupuesto anual a las más grandes casas de estudios de este país. Dicho error resultó precipitado para una parte de sus simpatizantes, ya que desde su parecer ni siquiera lleva un mes al frente del Ejecutivo Federal como para propinarle una disminución presupuestal a la educación. Y digo precipitado porque el actuar de AMLO, para la siempre tajante opinión pública, también resultó difícil de creer por los pocos días que lleva desempeñando el cargo.
Con este contexto, quizá usted se ha de preguntar: ¿Qué tienen que ver sus simpatizantes con la opinión pública? Pues que para un numeroso sector de los primeros, es sobresaliente lo que la prensa diga respecto a la figura política a la que depositaron su voto. Y ojo, no estoy diciendo que todos por igual acepten sin cuestionamiento alguno lo que la prensa diga, pero sí gran parte de estos. De ahí que varios condenen rotundamente la decisión del Presidente sin ver más allá de lo que esa “opinión pública” asevere sin temor a equivocarse.
Dicho esto, regresando al tema que nos atañe en este artículo de opinión, me es curioso percatarme de un fenómeno social que se ha venido dando durante estos días respecto al polémico recorte: el de la indignación social. Una indignación principalmente por parte de los directivos y administrativos de estas casas de estudios. Porque si usted hace una retrospectiva de los hechos, se dará cuenta que los primeros en salir a expresar su inconformidad fueron estos sectores.
Pero: ¿A qué se debe que hayan sido ellos y no los propios estudiantes los que se adelantaron en la protesta? En mi particular punto de vista, creo que se debe al temor que un recorte presupuestal provoca a los pudientes, o sea, a aquellos privilegiados que gozan de un estilo de vida ostentoso que un presupuesto elevado otorga. En este caso recuerde a los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), que aunque jamás protestaron por una sola decisión del Presidente en su vida, esta vez hasta se ampararon cuando se enteraron que la “austeridad republicana” podía pegarles en sus bolsillos. Y eso que no estamos hablando de cualquier Presidente, bueno, llamémosle ahora expresidente, sino del mismísimo Enrique Peña Nieto, que fue capaz de obstaculizar una investigación por 43 estudiantes desaparecidos misteriosamente durante su sexenio. Escalofriante terrorismo de Estado en su máxima expresión.
¿O acaso recuerda que uno sólo de estos ministros se haya pronunciado preocupado por la ineficiencia de las autoridades responsables de dar con el paradero de estos? Yo no, porque créame que hubiera escrito algo al respecto de esa sorpresiva reacción, si es que hubiera ocurrido.
Remontándonos al recorte presupuestal, así es como ahora se ven las autoridades de la UNAM, la UAM y el IPN ante la vergonzosa decisión que para muchos, es una traición de López Obrador ¿Y es que cómo se atreve a meterse con la educación de este país si es que quiere hacer realidad su cuarta transformación que no se cansa de repetir? ¿Cómo se atreve a poner en tela de juicio el manejo del presupuesto que hay al interior de estas universidades? ¿Acaso supone que dicho dinero no llega a donde debe de llegar? ¿Usted qué opina, estimado lector?
Lo que en estos enunciados sarcásticos pretendo decir es que, en efecto, el “desatinado” recorte al presupuesto de las universidades tiene como objetivo TRANSPARENTAR los recursos al interior de las mismas. Este es el principal motivo por el cual de manera inmediata surgió la protesta por parte de los inesperados, o como mencioné anteriormente, por parte de los privilegiados.
Es iluso creer que la preocupación surja por el futuro de los estudiantes, tal y como se ha hecho creer a la gente, ya que tanto la matrícula, como las becas de apoyo y los recursos destinados a la investigación no se han incrementado. Aquí lo único que se teme perder es el poder que otorga el dinero; aquel que, aunque le cueste aceptar a los privilegiados, no llega en su mayoría a donde debe de llegar. Porque ahora resulta que las auditorías externas vulneran la “autonomía” que tantos años les ha costado consolidar a estas universidades. El absurdo de ser “juez” y “parte”. Bien dicen que “el que nada debe, nada teme” pero parece ser que en estos centros de cultura tal refrán popular es errado.
Por otra parte, considero pertinente mencionar que como lo mencioné anteriormente de manera breve, pese a que la estrategia de AMLO era lograr una mayor transparencia en el manejo de los recursos que se realiza en las universidades públicas, la reducción del presupuesto no fue la mejor decisión, ya que no únicamente los directivos y administrativos se iban a ver afectados, sino también los estudiantes; aquellos que realmente necesitan de un apoyo económico para seguir con sus estudios.
Ahora que AMLO reconoció su prematuro error al meterse con la clase privilegiada de las universidades, es momento de que su equipo de trabajo planeé una estrategia que realmente logre una clara y justa distribución de los recursos. Se necesita que el dinero llegue a las aulas, pero para eso, principalmente se tiene que evitar que los corruptos encargados de hacerlo llegar lo retengan en sus bolsillos, o en los de sus compadres, amigos, conocidos y familiares.
Por lo tanto no nos engañemos, ni pretendamos tapar el sol con un dedo. El despilfarro que tanto temen perder rectores, profesores, investigadores y demás privilegiados amparados en la academia es un asunto político que afortunadamente, ha venido a cimbrar las estructuras de poder que se creían intocables. Hagamos memoria y analicemos a fondo como con el asesinato de Lesvy Berlín Osorio, cuyo cuerpo fue encontrado estrangulado al interior de Ciudad Universitaria, y el cual fue tratado de ocultar cobardemente por la misma UNAM para no dar paso a
especulaciones que pudieran afectar la imagen de la institución. ¿Ahora lo recuerda? Así que cuestionemos lo que se asegura y no descartemos lo que se niega, ya que sólo así podremos ver más allá de lo que se nos muestra como normal, adecuado e incuestionable para los que les conviene tergiversar la realidad a conveniencia propia.
Gracias por su lectura.
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*El autor es licenciado en Sociología por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana |
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