Por Eros Ortega Ramos*
Este 1° de julio, Andrés Manuel López Obrador cumplió sus primeros dos años como presidente constitucional de México, en un escenario económico, político y social complicado. Después de dos intentos fallidos por llegar al frente del Ejecutivo Federal, mismos que estuvieron envueltos en escandalosas acusaciones de fraude, clientelismo electoral y campañas de desprestigio fallidas, el 1° de julio de 2018 el tabasqueño no únicamente se hizo de la victoria con ayuda de su Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), sino que también consiguió que su partido político lo llevara al mayor triunfo electoral en la historia moderna de este país, con una diferencia de sufragios verdaderamente apabullante por encima de sus contrincantes políticos: “El tabasqueño consiguió más de 30 millones de votos, una cifra inédita para la República Mexicana, y su coalición, formada por el partido Morena, que él mismo fundó unos años antes, y otros partidos menores, se hicieron con mayorías en la Cámara de Diputados y el Senado: el llamado “carro completo”, de acuerdo con las expresiones populares” (INFOBAE, 01/VII/20).
Empero, a más de 700 días de haberse alzado con la victoria ante miles de mexicanos en el Zócalo Capitalino de la CDMX, las opiniones sobre su gobierno se muestran de lo más heterogéneas en cuanto a los resultados obtenidos en los distintos rubros que conforman las instituciones de este país. Dichas opiniones, tanto de otros políticos como de intelectuales, catedráticos, analistas, simpatizantes, detractores, extranjeros y ciudadanos comunes, muestran dos posturas completamente ambivalentes respecto a la percepción, ya sea positiva o negativa, que hasta el momento se tiene del ejercicio político del presidente. Y por principio de cuentas habría que decir que es una maravilla que este escenario de opiniones y puntos de vista contradictorios entre sí se muestre de esta manera, porque a pesar de que muchas de estas opiniones son camuflajes de calumnias en contra de la figura presidencial, no se ha comprobado una sola acusación de censura, intimidación o amenaza por parte del tabasqueño hacia aquel que no muestre su apoyo hacia su “4ª transformación”. Atrás quedaron, al menos hasta el momento, esos atentados hacia la libertad de expresión de los cuales, por ejemplo, la periodista Carmen Aristegui fue víctima durante el sexenio de Enrique Peña Nieto.
Es así como ese derecho constitucional, que ha costado decenas de años y muertes de luchadores sociales para conseguirse, mejor conocido como “libre expresión”, ha sido el estandarte favorito de la oposición para golpear, muchas veces de forma calumniosa, el actuar del presidente que ha venido a cimbrar muchas estructuras de poder anteriormente concebidas como inquebrantables. De esta manera, se han cumplido dos años de fake news, de golpes de pecho y rasgaduras de vestiduras por parte de los detractores, de ataques malintencionados, de calumnias constantes, de tergiversación de información, de alarmismo amarillista, y de una
inaudita exigencia de rendición de cuentas como nunca antes vista en la historia reciente de nuestro país.
Nos encontramos ante un presidente que ha ejercido su mandato con aciertos y con errores, claro está, pero que nos guste o no fue el único capaz de romper con esa corrupta continuidad política de las pasadas administraciones priistas y panistas que sumergieron a México en una vorágine de decadencia, violencia y crisis sin precedentes. Asimismo, nos encontramos ante un presidente tremendamente atacado, tal y como lo he venido sosteniendo últimamente, por una oposición profundamente resentida con él. Las principales redes sociales ahora son la principal arma utilizada por esa maquinaria opositora contra la administración obradorista que, “para nuestra desgracia como pueblo mexicano”, ha venido a empeorar la situación del país.
Panistas, perredistas, priistas y demás inconformes con el actual presidente aseguran una y otra vez que, pese a que las cosas ya marchaban mal en la administración de Felipe Calderón y de Enrique Peña Nieto, ahora estamos peor con el tabasqueño. Inclusive, a estas alturas del partido aún hay gente que asegura que la implementación de una república socialista al estilo venezolano es una posibilidad inminente. Aquellas ideas nacionalistas viejas, anticuadas y fracasadas que caracterizaron al rancio PRI de los años setenta, ahora son adjudicadas al gobernante que arribó al poder como candidato de izquierda.
Marko Cortés, actual líder nacional del Partido Acción Nacional (PAN), es un buen ejemplo de ese opositor resentido que promueve el retorno del viejo gobierno como la única opción para librar la crisis provocada por MORENA: “No hay nada que festejar porque hace dos años, las cosas estaban mal con Peña Nieto, pero ahora digámoslo con todas claridad, ahora estamos peor con López Obrador, vamos para atrás como los cangrejos, este sexenio empezó con la toma de posesión, desde julio del 2018 con ideas viejas y fracasadas que llevan al país de reversa hacia los años 70” (ElUniversal, 01/VII/20). O sea que, con base en la perspectiva del funcionario: ¿Estaríamos mejor con una administración que ni siquiera pudo aclarar qué pasó con el paradero de 43 estudiantes normalistas desaparecidos? El chiste se cuenta solo.
Por otra parte, el atentado que sufrió el secretario de Seguridad Ciudadana hace algunos días, Omar García Harfuch, es el ejemplo más vergonzoso de esa paradoja de la inconformidad, contradictoria en sí misma, que la oposición resentida hacia AMLO se empeña en recalcar una y otra vez: Si se busca la paz haciendo uso de la violencia es una estrategia fallida, si se busca la paz sin hacer uso de la violencia también es una estrategia fallida. La tragedia de nunca estar conforme con nada. O sea que, sin importar lo que se haga, a esa oposición ni una ni otra opción le brindará satisfacción, por lo tanto, ya que no hay ni habrá estrategia que satisfaga sus intereses, claramente su propósito no es proponer sino únicamente cuestionar y condenar. Es aquí donde me pregunto, si AMLO y Sheinbaum
solamente han optado por dar “abrazos y no balazos”: ¿Por qué intentaron asesinar al funcionario entonces? ¿Acaso porque no abrazó a los sicarios tan fuerte como ellos esperaban? ¿O porque no les habló bonito? ¿O porque ese abrazo no incluyó beso en la mejilla? La respuesta es más que obvia.
Gracias por su lectura.
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*El autor es licenciado en Sociología por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana y actual estudiante de la Maestría en Estudios Políticos y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México |
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