Desde que Andrés Manuel López Obrador se convirtió en el Presidente de México, no han parado las críticas, tanto positivas como negativas, respecto a su mandato. Millones de mexicanos que le otorgaron su voto para ganar las elecciones presidenciales el año pasado se han mostrado complacidos por las decisiones tomadas por el mandatario hasta la fecha. Pero de la misma manera, millones de mexicanos (aunque en menor medida) se han pronunciado en contra del proceder del tabasqueño ante situaciones que, de acuerdo a éstos, han hecho tambalear al máximo representante del Ejecutivo Federal. Cada sector del electorado tiene su propia interpretación respecto al gobierno en turno, y es de aplaudirse que éste, pese a la ambivalencia que divide a la sociedad civil que dirige desde el mes de diciembre del año pasado, permita la libre expresión en el país del 68 y del alconazo.
Este es un tema muy interesante, más porque hablamos de una opinión pública que influyó de forma gigantesca en la victoria del mandatario, misma que fue construyéndose poco a poco en los principales medios de comunicación y círculos académicos, laborales, empresariales y culturales. Es memorable la manera como fue modificándose la imagen de Obrador que no hace muchos años era la de un tirano autoritario que ambicionaba el poder desesperadamente. Y aunque todavía haya sectores que se empeñan en reproducir esta falacia, es innegable que el nivel de aceptación que alcanzó el mandatario antes de las elecciones rebasó con creces las expectativas que se tenían respecto a su histórica victoria.
Así, nos encontramos ante un Presidente que llegó al poder con una legitimidad sin precedentes, ya que la tremenda ventaja que obtuvo ante sus contrincantes no deja lugar a suposiciones de fraudes, al más puro estilo del 88 con Salinas de Gortari y del 2006 con la llegada de Felipe Calderón a la Silla Presidencial. Pero, así como llegó con un impresionante apoyo popular reflejado en las urnas, también propició la formación de una oposición, a mi parecer prematura, que desde mucho antes que tomara posesión como Presidente Constitucional de este país cuestionó su actuar con duras críticas hacia su proyecto de nación que pretendía implementar.
Ante esto, Obrador siempre se ha mantenido firme y sereno, incluso desde aquel documentado fraude del cual fue víctima por allá del año 2006, que como era de esperarse en ese entonces, orilló al tabasqueño a tomar decisiones precipitadas que por bastante tiempo lo excluyeron de la vida política del país. Y es así como hoy está a punto de cumplir cien días al frente de la Presidencia de México. Lo cierto es que aún no podemos aventurarnos a realizar una evaluación profunda cuando ni siquiera lleva la mitad de su mandato.
Sería precipitado asegurar que sus tropiezos (si es que los ha tenido), repercutirán de manera definitiva en sus próximos años negativamente. Por eso la necesidad de una breve retrospectiva que más que evaluar su trabajo como Presidente, tiene por objeto refrescar las memorias de aquellos que han caído
en las redes del olvido, políticamente hablando. ¿Recuerda los debates presidenciales del 2006 y del 2012 en donde AMLO expone los proyectos de privatización que los gobiernos calderonista y peñista llevaron a cabo? Si sí, lo más probable es que a estas alturas del partido ya le haya quedado claro el magno error que significó la llegada al poder de ambos personajes neoliberales. Si no, basta con que haga una retrospectiva de precios y compare los actuales con los de hace quince años. Y no únicamente lo exhorto a comparar precios de productos como la gasolina, la electricidad o el servicio médico, sino también de productos de primera necesidad como los que integran la canasta básica.
López Obrador advirtió con años de anticipación que las mal llamadas “reformas” cocinadas desde Vicente Fox e implementadas por Peña Nieto repercutirían terriblemente en los bolsillos de los mexicanos, principalmente en aquellos de escasos recursos. También nos advirtió que los niveles de inseguridad e impunidad se incrementarían notablemente, y las decenas de feminicidios en el Estado de México, al igual que los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa lo han confirmado. También nos advirtió que el nepotismo y la corrupción no disminuirían en las administraciones posteriores, e infames personajes como Javier Duarte, Carlos Romero Deschamps o Rosario Robles lo han confirmado. Y también nos advirtió de la descomposición social que se agudizaría con la cultura de la discriminación a causa de una profunda crisis moral, y casos como el de Alexa Moreno y Yalitza Aparicio lo han confirmado.
Y así, podría mencionar otros ejemplos de las advertencias que el ahora Presidente emitió tiempo antes de que se hicieran realidad. Pero ese no es el punto central de este artículo, el principal mensaje que quiero compartir con usted, estimado lector, es el de la necesidad de la construcción de una crítica constructiva hacia el actual mandatario, con base en sus casi cuatro meses como dirigente. Si queremos una participación ciudadana efectiva de ahora en adelante, tenemos que trabajar en el desarrollo de una cultura política libre de prejuicios y generalizaciones. Obviamente no será una tarea fácil, ya que aún falta mucho por deconstruir e implementar en la idiosincrasia política mexicana, pero si no se inicia esta labor a partir de ahora: ¿Hasta cuándo seguiremos padeciendo las consecuencias de esta ignorancia?
Ya lo vimos con Televisa y su construcción de un candidato y posterior Presidente telenovelero, que por cierto, únicamente esperó a delegar su cargo para poder divorciarse de su “Primera Dama” impuesta por el sistema. Ya lo vimos inclusive con expresidentes alcohólicos que jamás se tuvieron que preocupar por alguna prueba toxicológica, pero también, ya lo vimos con misteriosos accidentes mortales hacia personajes clave de la arena política. La pregunta que surge aquí es: ¿Qué más tenemos que ver para darnos cuenta que con López Obrador al frente realmente tenemos la oportunidad de hacer algo significativo para cambiar el rumbo de este país?
Porque insisto, no es suficiente con evaluar a un Presidente ya que también se necesita actuar, y con esto hago referencia a la sociedad mexicana en general. He aquí el punto crucial de este escrito; el de promover la acción y minimizar la crítica destructiva. Por eso es de vital importancia conocer quien critica para injuriar y quien critica para incentivar. Dicho esto, es responsabilidad de cada
uno de nosotros exigir cuentas a nuestro representante popular, más ahora que ningún poder fáctico puede frenarlo en su actuar como Presidente Constitucional, pero también es responsabilidad de nosotros (y una de las más grandes responsabilidades) el de instruirnos políticamente para:
1) Instruir de esta manera a otras personas
2) Evitar juicios personales infundados y
3) Ayudar a la construcción de una cultura política exigente y crítica
Sólo así se podrá exigir con fundamento en el país de los politólogos de Facebook, los revolucionarios de Starbucks y los indignados por la llegada de una Presidente de rasgos indígenas que vino a demostrar que la soberanía popular aún existe en la democracia contemporánea.
Gracias por su lectura.
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*El autor es licenciado en Sociología por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana. |
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