Por Eros Ortega Ramos*
Son las 6:00 de la mañana. Me levantó intranquilo y de mal humor debido a que no pude dormir del todo bien, eso a pesar de que hasta altas horas de la madrugada pude conciliar el sueño. Me desperté varias veces durante la noche, mi descanso era ligero y cualquier ruido me alteraba. Intento realizar mis actividades cotidianas desde que el sol comienza a colarse por la ventana; hacer un poco de ejercicio, bañarme, tender mi cama, desayunar, concentrarme en mi trabajo, pero me es muy complicado. Para en la tarde poco a poco me percato de que las horas pasan muy lentamente y de que la concentración cada vez es más difícil de alcanzar. El corazón comienza a acelerarse, finjo no prestarle atención.
Después visualizo en mi mente escenarios pesimistas y en ocasiones fatídicos en donde el estrés siempre está presente; de esos que uno teme que lleguen a convertirse en realidad. Sudo, comienzan a hormiguearme las manos y los pies, siento un ligero dolor en el pecho, bostezo. Casi al llegar la noche ya habré hecho a medias mis pendientes del día, más los acumulados de días anteriores, pero hay otros que ni siquiera llevé a cabo. Los pensamientos negativos ya lograron colarse en mi mente, a estas alturas me es casi imposible controlarlos. Comienza lo que durante todo el día luché por evitar y que considero mi mayor temor; un ataque de ansiedad acompañado de pánico.
Cierro los ojos, tengo muchas ganas de llorar, de huir, de escaparme, de gritar, de golpear. Inútilmente me digo a mí mismo que “no pasa nada”, “que todo estará bien”, “que no caeré en otra crisis”, pero parece que los síntomas únicamente aumentan. Comienza a faltarme la respiración, mis manos comienzan a entumirse, siento muchas ganas de vomitar, la cabeza me da vueltas y mi pulso está muy acelerado. Por más de que lucho contra la angustia, los síntomas aumentan más y más. Estoy cansado y sin energías para otra de estas desgastantes batallas mentales, así que cedo; dejo que el pánico se apodere de mí. Inmóvil, un mar de preocupaciones pasa por mi cabeza; ¿Duraré mucho tiempo así?, ¿Cuándo me volverá a suceder esto?, ¿Y si a la otra voy a parar al hospital?, ¿Y si me pasa en un lugar concurrido?, ¿Qué pensarán las personas cuando se den cuenta de mi situación?, ¿Y si nunca me siento mejor? Y así sucesivamente, puras preguntas negativas se repiten una y otra vez en mi cabeza.
Cuando siento que lo peor ya ha pasado intento despejar mi mente con música, libros, comida y un poco de cine, respiro profundamente, los malestares del pánico comienzan a desaparecer. Ahora la zozobra plantea de nuevo la interrogante en mi pensamiento; ¿Qué hago para terminar con esto? Desearía tener la respuesta, pero de nueva cuenta no la tengo. Ahora regreso a la realidad después de haber
pasado por este espantoso evento; fatigado, temeroso, dudoso, incrédulo. La vida tiene que continuar a pesar de la ansiedad.
El anterior relato, estimado lector, es la descripción más semejante de lo que se experimenta cuando se tiene un ataque de ansiedad. Si es que a usted en algún momento le ha pasado, creo que tiene una idea, aunque sea mínima, de lo que hablo. Si no, espero que estas palabras le ayuden a imaginarse, siquiera de manera mínima, lo que muchas personas con trastornos de ansiedad experimentan al momento de sufrir alguna crisis de pánico. Suena horrible ¿Cierto? Ahora imagínese vivir una experiencia de este tipo encerrado en determinado lugar. Doblemente difícil, se lo aseguro. Pues eso es lo que debe de estar pasando con varias de esas personas que, en su lucha por vencer a la ansiedad, una pandemia de fácil contagio les vino a complicar todas sus batallas internas que nada fácil son de librar.
Durante todos estos días posteriores a la declaración de pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), hemos escuchado una y otra vez en los principales medios de comunicación una clara petición emitida por el Gobierno Federal: Quédate en casa. La recomendación tiene como objetivo concientizar a la población respecto a la importancia que en estos momentos tiene detener la propagación del Covid-19, y es que hablamos de un virus que además de que es muy fácil de contagiar, en ocasiones resulta letal para la persona que lo ha contraído. Recordemos que ya ha cobrado la vida de miles de personas alrededor del mundo, principalmente aquellas con alguna enfermedad crónico-degenerativa como la diabetes o la hipertensión.
Por otra parte, en otro artículo de opinión expresé la dificultad en la aplicación de dicha medida respecto a determinados sectores sociales vulnerables que, en ausencia de toda seguridad social, se ven en la necesidad de no acatarla debido a que no cuentan con las posibilidades de subsistencia a comparación de otros sectores menos vulnerables, tal es el caso de las personas dedicadas al comercio informal; esas que “viven al día”. Pero lo que en esta ocasión considero muy importante de mencionar brevemente es la situación de aquel sector poblacional que sufre de algún trastorno mental, como la depresión o la ansiedad.
Debemos de tener presente que no todas las personas interpretan y viven de igual manera un encierro por cuarentena, mucho menos aquellas que lidian, tal y como lo dije anteriormente, con alguna clase de trastorno mental. El sólo hecho de considerar la posibilidad de no poder salir a desempeñar otro tipo de actividades fuera de casa puede ser sumamente agobiante para esas personas que luchan por salir adelante en este tipo de padecimientos. De ahí la importancia de la empatía que como seres humanos debemos de practicar ante todo aquel que padezca de depresión, ansiedad o pánico, no únicamente por el hecho de que su percepción de la realidad sea diferente a la nuestra, sino porque inconscientemente podemos contribuir a que dicho padecimiento se agrave a tal punto de convertirse en una patología con consecuencias desagradables para quien la padece. Seamos
responsables y veamos más allá de nuestra realidad subjetiva, para de esta forma reconocer que, así como hay personas que batallan por una cuarentena que les complica aún más su “vivir al día”, hay otras que de igual manera luchan por salir adelante al enfrentar un trastorno tan difícil como lo es la ansiedad en estas condiciones.
Gracias por su lectura.
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*El autor es licenciado en Sociología por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana y actual estudiante de la Maestría en Estudios Políticos y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México |
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