Por Eros Ortega Ramos*
En el marco de la celebración -si es que así se le puede llamar en esta ocasión- del Día Internacional de la Mujer, millones de personas salieron a protestar a las calles de diferentes partes del mundo para exigir un alto a la violencia de género, sexual y feminicida, así como una mayor equidad política, social y salarial entre hombres y mujeres. Esta vez, ni la inminente pandemia del coronavirus impidió que las manifestaciones se llevaran a cabo; Colombia, Chile, Francia, Argentina, Brasil, México y hasta Pakistán fueron algunos de los países que se sumaron al llamado para exigir al Estado el cese de estas formas de violencia, sufridas principalmente por las mujeres:
“En Argentina, donde han aumentado dramáticamente los feminicidios, con 63 mujeres asesinadas en los primeros dos meses del año, marcharon hacia el palacio presidencial en Buenos Aires con rosas y carteles con los nombres de las víctimas […] en Sao Paulo y otras ciudades de Brasil, cientos de mujeres se manifestaron teniendo como blanco principal al presidente Jair Bolsonaro al grito de: “esto no puede continuar”, en alusión a los comentarios machistas del mandatario neofacista […] Miles marcharon en Colombia, desde el Centro de la Memoria y la Paz hacia el Parque Olaya, zona sur de Bogotá, donde condenaron la ineptitud del gobierno para proteger a las líderes sociales […] Activistas del grupo Femen en toples, en París, con lentes y mascarillas, denunciaron en la Plaza de la Concordia “la pandemia patriarcal” y entonaron: “¿Quién está lavando los platos”? y “Estamos haciendo una revolución” […] En Pakistán (¡Sí, Pakistán!) un millar de mujeres desafiaron a la sociedad ultrapatriarcal para manifestarse por sus derechos, bajo un mar de piedras y palos lanzados por los opositores. Otra marcha reunió a mujeres con velo que proclamaban su “libertad de vivir según la sharía (ley islámica) (LaJornada, 09/lll/20).
En nuestro país, al grito de “Justicia, justicia, justicia”, miles de mujeres fueron participes de la marcha multitudinaria en donde la principal demanda fue el fin de los feminicidios, o sea, los homicidios de personas del sexo femenino por meras cuestiones de género. Alrededor de las 14 horas del domingo 08 de marzo del año en curso, el Monumento a la Revolución fue el punto de encuentro de un movimiento social que como nunca antes en la historia moderna de este país, había conseguido poner sobre la mesa la grave problemática social de feminicidios que lleva décadas cobrando la vida de miles de víctimas. El titánico contingente fue creciendo conforme avanzaba en su camino, llegando cerca de las 18:15 horas a la plancha del Zócalo Capitalino.
El hartazgo sin duda era el principal componente que se dejaba ver en diferentes pancartas que las manifestantes llevaban consigo a lo largo de la marcha: “Estamos hasta la madre”, “Aborto sí, aborto no, eso lo decido yo”, “Amiga, hermana, si te
pega no te ama”, “Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudiste quemar”, y es que, con base en datos proporcionados por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), fueron privadas de la vida más de 310 mujeres tan sólo durante el mes de enero del 2020. De la misma forma, de acuerdo con la información dada a conocer por las fiscalías estatales, al menos 73 de estos homicidios fueron catalogados como feminicidios, esto quiere decir que no menos de 10 mujeres diariamente fueron asesinadas de manera violenta por cuestiones de género. Cifras tan espeluznantes como las anteriores justifican de sobremanera que las manifestantes ya estén “hasta la madre” de que en México se asesinen a las mujeres sin, aparentemente, algún tipo de impedimento.
Y seamos sensatos; la ineptitud e inoperancia del Estado ante esta problemática que NO es nueva y que NO lleva ni uno, ni dos, ni cinco, ni diez, ni quince años gestándose descaradamente bajo nuestro resquebrajado tejido social, sino mucho más tiempo, es lo que más calienta los ánimos de las que, cansadas de exigir acciones concretas de manera pacífica, se han visto ignoradas por las pasadas administraciones panistas, perredistas y priistas. De ahí que las -formas- de protesta, ante la mirada de gran parte de la sociedad mexicana, lleguen a resultar agresivas, tajantes y radicales, por no decir violentas. Y aclaro, de ninguna manera y bajo ninguna circunstancia justificaré, en caso de que llegue a darse, algún conato de violencia en contra de cualquier persona, trátese de un hombre o una mujer, al momento de llevar a cabo alguna forma de manifestación. Más bien, lo que pretendo expresar es que la indiferencia propicia reacciones desesperadas no siempre pacíficas, y es que, tratando de hacer un breve pero importante ejercicio de empatía respecto a los afectados ahora le pregunto a usted, estimado lector: ¿De qué manera protestaría en caso de que algún familiar suyo haya sido víctima de violencia de género, sexual o feminicida a causa de la inacción de las autoridades competentes? Creo que la respuesta deja en claro mi cometido.
El único y preocupante inconveniente que vi y que he visto a lo largo de estos últimos meses que estas formas de violencia, principalmente ejercidas en contra de las mujeres, han estado en boca de todos, es el de la exclusión sexista que determinados grupos feministas radicales pretenden imponer hacia toda aquella persona que no compagine con sus ideales de lucha, principalmente del sexo masculino. Tenemos que saber que no existe un único feminismo, sino más bien toda una gama de expresiones feministas con intereses y convicciones propias que no siempre simpatizan entre sí. O sea que la heterogeneidad del feminismo es una de sus principales características, claro está, por lo mismo la complejidad de su organización interna resulta una encomienda sumamente ardua. Pero, independientemente de a qué feminismo hagamos referencia, lo que jamás consentiré es esa exclusión sexista, tal y como yo la llamo, misma que anteriormente mencioné.
Ésta se refiere a un rechazo, repudio e inclusive discriminación de ideales diferentes o contrarios a los que el feminismo radical sostiene, reproduce y protege. Siempre
he sostenido que de lo que se trata es de sumar fuerzas, no de dividirlas, mucho más cuando lo que está en juego es la durabilidad de un movimiento social, caso contrario a ese feminismo que, en una de sus peores expresiones radicales y sexistas, ve al hombre como su principal enemigo. En otro artículo de opinión desarrollaré más a fondo este punto, por ahora para finalizar me interesa resaltar los hechos ambivalentes que nos dejó esta marcha del Día Internacional de la Mujer; la exigencia de un país libre de violencias (tanto para mujeres como para hombres) y la gestación de radicalismos que, si no son corregidos a conciencia, pueden terminar por deslegitimar y posteriormente sepultar un movimiento social que aunque ha crecido como la espuma últimamente, aún no encuentra su consolidación por las divisiones internas que propician las imposiciones de intereses particulares ajenos.
Gracias por su lectura.
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*El autor es licenciado en Sociología por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana y actual estudiante de la Maestría en Estudios Políticos y S |
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