Por Eros Ortega Ramos*
De acuerdo con el filósofo Michel Foucault, el discurso es el efecto o consecuencia de un instrumento del poder: "Poder y saber se articulan en el discurso. Los discursos son elementos tácticos en el campo de relaciones de fuerza [...] En toda sociedad la producción del discurso es a la vez controlada, seleccionada, organizada y redistribuida" (Foucault, 1979: 11).
Por otra parte, para el lingüista Michael Halliday, un discurso es un proceso socio-semiótico:
Un evento sociológico, un encuentro semiótico a través del cual los significados que constituyen el sistema social se intercambian. El agente individual es, en virtud de su pertenencia al grupo, un ‘creador de significado’ (a meaner), alguien que significa (one who means). A través de sus actos de significado, y de los de otros individuos, la realidad social es creada, mantenida en buen orden, y continuamente configurada y modificada (Halliday, 1977: 50)
Por lo tanto, con base en las definiciones anteriormente citadas, entiéndase aquí que el discurso puede concebirse en la actualidad como aquella construcción sociocultural de la realidad creadora de significado, propia de un contexto y época particular que articula, mediante imposiciones ideológicas y materiales, la idiosincrasia de determinada sociedad. El discurso, además de proveer de sentido a las acciones o relaciones sociales de las personas, es un vehículo mediante el cual el poder, manifestado en formas de dominación cultural, económica, política, etc., moldea el pensamiento y las maneras de interpretar dicha realidad que tienen los seres humanos a lo largo de su vida. De ahí que ahora, con el boom del feminismo, de la emancipación de la mujer, de la diversidad sexual y de la inclusión, el discurso del ayer, el cual promovía los límites, la moral, el deber ser y las buenas costumbres, tenga que modificarse como consecuencia de las nuevas perspectivas e interpretaciones que exigen y promueven las sociedades de hoy en día.
¿Pero quién construye ese discurso?, ¿Por qué se promueve y defiende? Y lo más importante: ¿Qué provecho se consigue de tal promoción y defensa? Uno de esos principales promotores, claro está, es el sistema capitalista, materializado en sus enormes empresas multinacionales y consorcios, quienes buscan a como dé lugar la maximización del beneficio para multiplicar y concentrar en unos pocos su riqueza. Por eso la importancia que dichas empresas le dan a su marketing y publicidad para con sus nuevos consumidores.
Los tiempos cambian y por ende los discursos, es por esto por lo que, si se quiere sobrevivir en el mercado, los competidores tienen que estar a la vanguardia de lo que hoy por hoy promueven tales discursos. La metamorfosis de la publicidad de Calvin Klein es un excelente ejemplo de ello:
La primera imagen, correspondiente al 2009, retrata el estereotipo de la mujer blanca, delgada y de caderas pronunciadas. La segunda imagen, correspondiente al 2020, retrata la diversidad sexual, tan promovida actualmente, personificada en una mujer transexual. Con este drástico cambio en su publicidad, Calvin Klein pretende dejar atrás los ya anticuados discursos promotores de estereotipos de belleza occidentales para darle paso al discurso de la inclusión, personificado por una persona obesa con una identidad de género desacorde con su identidad sexual, o, en otras palabras; por un macho biológico (hombre) que se autopercibe como mujer.
De hecho, hasta el Vaticano está consciente de la tremenda relevancia que ha adquirido el discurso de la inclusión, y de la importancia de reproducirlo para el bien de sus finanzas, más ahora ante la crisis económica de sus miles de iglesias que ha traído consigo la emergencia sanitaria provocada por la COVID-19. Por lo tanto, si esos ingresos de fe aportados por los feligreses han disminuido drásticamente por la pandemia, se tiene que buscar la manera de incentivarlos a pesar de las condiciones económicas adversas. Para tal objetivo, el uso del discurso inclusivo es una excelente opción.
De esta suerte, el Papa Francisco, como máximo representante de la Iglesia Católica en este momento, se pronunció de manera histórica a favor de la unión civil entre personas del mismo sexo: “Los homosexuales tienen derecho a estar en una familia. Lo que debe haber es una ley de unión civil, de esa manera están cubiertos legalmente” (Forbes, 21/X/20). Con semejante declaración, las redes sociales explotaron de júbilo al constatar que el propio Papa se pronunciaba a favor de la inclusión, ya que sostuvo implícitamente que la unión civil también tenía que ser concedida con base en la ley a todas aquellas personas con una identidad de género diferente a la heterosexual. Así, de un milagroso y fulminante chispazo fue borrado el discurso retrógrado que defendió y reprodujo la iglesia por cientos de años; el de la concesión de la unión civil exclusivamente a personas heterosexuales. ¡Aleluya! Diría hasta el más fiel de los creyentes.
Y para finalizar aclaro que no estoy diciendo que este discurso inclusivo y de diversidad sea indebido, por el contrario, pienso que su reproducción, siempre y cuando no caiga en la intolerancia y la radicalización, es necesaria para los tiempos actuales que vivimos, más bien, la idea que quiero plantear con este breve artículo de opinión tiene que ver con esa apropiación oportunista del discurso, creo yo, por parte de los adinerados para fines meramente económicos. Por consiguiente, las interrogantes que habría que plantearnos serían las siguientes: ¿Quién y qué gana promoviendo este discurso?, ¿Realmente el único objetivo es darle voz a los que por años han sido silenciados?, ¿O hay otros objetivos, no necesariamente incluyentes?
Gracias por su lectura.
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*El autor es licenciado en Sociología por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana y actual estudiante de la Maestría en Estudios Políticos y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México |
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