Desde hace unas semanas se puso en los reflectores de la opinión pública el tema de la consulta ciudadana en torno a la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM). Tal y como lo había prometido López Obrador durante su campaña política por la Presidencia de la República, dicha consulta iba a tener como finalidad definir el futuro del inmueble; si seguía en marcha su construcción o si se cancelaba definitivamente.
Poco tiempo después de que se dio a conocer tal decisión, las reacciones tanto a favor como en contra de dicho ejercicio democrático comenzaron a esparcirse por la web, y es que hay gente que no está para nada entusiasmada con la propuesta de preguntarle a la gente su opinión respecto a un proyecto de esta naturaleza, pero, tal y como sucede en todo país medianamente democrático, también está esa otra parte que se muestra a favor de tal iniciativa.
A esto habría que aumentarle las diferentes inconsistencias que se presentaron a lo largo de la consulta, que si bien no fueron suficientes para invalidarla, sí desataron una serie de críticas en su contra, como por ejemplo la de la raquítica información ofrecida respecto al NAIM. Es necesario tomar en cuenta que para que se realice una consulta ciudadana, primeramente es importante informar adecuadamente a los participantes respecto a lo que se está consultando para que así, cada votante ejerza su sufragio con conocimiento de causa. Si no es así: ¿Para qué se está votando? Porque si caemos al mismo espiral de simulación que por tantos años ha criticado AMLO, nos sumergiríamos en una contradicción escandalosa que para nada le caería bien a la legitimidad del próximo Presidente de México, aún sin ocupar tan anhelado cargo.
Tal situación, desde el 2014, fue expuesta de manera muy interesante por Feike De Jong en un texto publicado por Forbes México: “El hecho que los planes del aeropuerto son tan poco conocidos, incluso entre los propios organizadores, hace de la consulta ciudadana un ejercicio en balde. Si el Cemda, el Imco y CTS Embarq realmente quieren constituir un observatorio ciudadano para la construcción del aeropuerto, es necesario que busquen e integren información mucho más específica sobre los planes del aeropuerto”. (Forbes, 12/XII/14).
Cuatro años después, AMLO anunció una consulta ciudadana que abordaría el megaproyecto del “Tren Maya” junto con otros 9 proyectos prioritarios del próximo Gobierno Federal: “La boleta de esta consulta se compone de 10 preguntas referentes a la construcción del Tren Maya; el desarrollo del Tren del Istmo de Tehuantepec; la refinería en Dos Bocas, Tabasco; la reforestación de selvas, bosques y plantación de árboles frutales, y el aumento de la pensión a adultos mayores de 68 años. También se consulta la entrega de becas a todos los estudiantes de escuelas públicas de nivel medio superior del país; la entrega de pensiones a personas discapacitadas; garantizar atención médica y la cobertura gratuita de internet” (AnimalPolítico, 24/XI/18). Aquí de nueva cuenta
se reportaron fallas en cuanto a la información ofrecida al electorado respecto al proyecto, pese a que ya se había anunciado con bastante anticipación.
Dicho lo anterior, podemos decir que las consultas ciudadanas que se han llevado a cabo por iniciativa de AMLO tienen como principal propósito incentivar la participación ciudadana, pero que a su la vez, han presentado fallas en su organización e implementación. Asimismo, dejan a consideración de la opinión pública decisiones fundamentales en materia política, social y económica, que en opinión de muchos “expertos”, deberían de corresponder única y exclusivamente al o los actores políticos capacitados para su emprendimiento. Con esto nos enfrentamos ante un dilema político que deja abierta la posibilidad de tomar decisiones equivocadas por parte de la ciudadanía, sustentadas en la creencia popular que emana del colectivo.
Es cierto que una de las principales promesas de López Obrador a lo largo de su campaña política para la Presidencia de México fue la de tomar en cuenta la opinión de ésta con la intención de que, a su vez, incidiera en la toma de decisiones políticas transcendentales, pero también es cierto que muchas veces el conocimiento de la ciudadanía respecto a un tema de carácter político importante es tergiversado o errado, moldeado por creencias populares sustentadas en la suposición, o en información falsa reproducida por diferentes medios de comunicación poco profesionales.
En pocas palabras, llegamos a la conclusión de que SÍ es necesario conocer las diferentes opiniones de la gente respecto a decisiones futuras que repercutirán de manera directa o indirecta en la vida de la población, así hablemos de minorías o pequeños sectores, pero que por otra parte, hay decisiones que NO tienen porqué dejarse a la consulta popular, más si se sabe de antemano que existe un riesgo latente de que, a consecuencia de vivencias personales, la opinión de la gente se vea influenciada de manera incluso inconsciente respecto a decisiones de carácter político.
Todo lo que hemos vivido; bueno o malo, negativo o positivo, memorable o intranscendente, poco a poco empieza a moldear nuestra manera de pensar, así, al momento de que actuamos de determinada manera y, consecuentemente tomamos decisiones con base en la experiencia adquirida por dicha actuación, estamos ante un condicionamiento inconsciente de nuestro pensamiento a consecuencia de nuestros actos.
Pero no es el propósito de este artículo de opinión profundizar en el pensamiento subjetivo de los participantes en las consultas ciudadanas que ha sido moldeado por sus experiencias previas, más bien es recalcar la importancia que tienen las mismas para el fortalecimiento de la legalidad y legitimidad de un gobierno, siempre y cuando sean debidamente organizadas y respaldadas por la información verídica e imparcial.
Además de las necesarias mejoras en logística y distribución de casillas para llevar a cabo las próximas consultas ciudadanas, López Obrador tiene que iniciar con la construcción de una democracia participativa realmente fuerte y comprometida con el bienestar de la población, pero para esto, tiene que alcanzar una mejor organización y una mayor información hacia su electorado.
Sólo así podremos hablar del surgimiento y consolidación de una auténtica democracia participativa en todos los sentidos, que satisfaga las demandas de las mayorías, pero que también canalice el descontento de aquellas minorías que durante varios sexenios han sido relegadas al olvido, o como diría el escritor Greil Marcus: al “basurero de la historia”.
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*El autor es licenciado en Sociología por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana. |
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