Para comenzar este breve artículo de opinión, es necesario mencionar que previamente ya había escrito respecto al tema de los linchamientos en México, la diferencia es que, en esta ocasión, tales actos de barbarie fueron consumados por chismes y suposiciones falsas sustentadas en mensajes anónimos provenientes de algunas de las principales redes sociales. Por lo mismo, considero que es un tema sumamente importante que tiene que analizarse a fondo por especialistas desde una perspectiva psicológica y sociológica para, en el mejor de los casos, brindar soluciones que ayuden a su erradicación en nuestro país. Y es que estamos hablando, ni más ni menos, que de la privación de la vida con base en la tortura por parte de gente iracunda que no parece sentir culpa alguna por asesinar, por lo tanto, nos encontramos ante el crecimiento de una problemática sumamente grave.
Para contextualizar, en los últimos días del mes de agosto del año en curso comenzaron a circular diferentes mensajes por grupos de Facebook y WhatsApp en donde se alentaba a tomar precauciones por supuestos “robachicos” que habían estado raptando niños en entidades como Hidalgo y Puebla. Al principio, el efecto de los mensajes sólo resultó en miedo y paranoia en cierto sector de la población, pero conforme fueron avanzando los días la situación se salió de control, al grado de capturar y quemar vivas a personas inocentes, acusadas del delito de robo de menores de edad. Lo más lamentable es que tiempo después de que los pobladores de las entidades anteriormente mencionadas perpetraran tales atrocidades, las investigaciones llevadas a cabo por las fiscalías correspondientes arrojaron que los asesinados no estaban implicados en delito alguno.
En el caso de Puebla, por ejemplo, circulan videos por la web en donde habitantes de la comunidad de San Vicente Boquerón, ubicada en el municipio de Acatlán de Osorio, rocían con gasolina a dos hombres a quienes posteriormente contemplan mientras son consumidos por las llamas hasta su deceso. A las víctimas se les acusaba de haber intentado raptar a un menor en la localidad, la prueba de ello; mensajes reenviados en cadena por WhatsApp de distintos números telefónicos desconocidos.
Para variar, la negligencia por parte de las autoridades municipales no se hizo esperar ya que fue la propia Secretaría de Seguridad Pública de Puebla la que aceptó no haber actuado a tiempo para activar las acciones de prevención correspondientes. Pero no sólo ahí se actuó negligentemente, ya que resulta que en su informe la dependencia aseguró que sí se había logrado el rescate de Ricardo y Alberto, de 21 y 53 años de edad, quienes fueron trasladados a la comandancia municipal, empero, poco tiempo después alrededor de 150 personas ingresaron por la fuerza a las instalaciones en donde ellos se encontraban para llevárselos, sometiéndolos violentamente para después
asesinarlos como previamente mencioné. Así, se evidencia el cobarde actuar de las autoridades implicadas, quienes también deberían de ser investigadas y procesadas en caso de encontrarse culpables.
Hasta este punto, nos encontramos ante un fenómeno psicosocial que no únicamente tiene que ser estudiado desde la perspectiva psicológica, sino desde la sociológica también. Esto quiere decir que el objeto de estudio no debe de limitarse a la psique del individuo que participa en este tipo de eventos, ya que no estamos hablando de seres humanos aislados, sino de individuos que a lo largo de toda una vida han interiorizado patrones de comportamiento reproducidos por su entorno social inmediato, por lo tanto, el análisis que tiene que llevarse a cabo debe de adentrarse en el comportamiento colectivo y en sus diferentes manifestaciones socioculturales.
De la misma forma, ya he escrito en artículos de opinión previos que el grandísimo error de las autoridades ante éste tipo de problemáticas ha sido su intento por solucionarlas únicamente con base en el castigo y la represión. Y aclaro, no estoy diciendo que este tipo de actos no deban de ser sancionados, lo que pretendo expresar es que el trasfondo de tales comportamientos se encuentra, además del interior de la mente de aquel que es capaz de asesinar al presunto culpable, en una grave crisis social que aqueja a diferentes rubros de la sociedad mexicana.
De esta manera, para brindar una solución funcional a semejante problema, primeramente se tendría que analizar cuáles son las causas de tal problema: ¿Qué es lo que incita a la población civil a participar en el asesinato de una persona? O, mejor dicho: ¿Qué es lo que incita a la población civil a participar en el LINCHAMIENTO de un presunto delincuente?
Porque es importante tener en cuenta que desde hace varios años se han estado suscitando este tipo de acontecimientos a lo largo del país, en donde es la misma población la que “hace justicia por su propia mano”. Y no estamos hablando de casos esporádicos en donde la efervescencia colectiva se desate de manera repentina, estamos hablando de casos concretos en los que la gente con una furia desmesurada contribuye a severas golpizas con la intención de quitarle la vida a aquel o aquella que supuestamente delinquió.
Lógicamente, el estudio de tales eventos es un proceso que toma tiempo, siempre y cuando se quieran resultados concretos, pero una de las hipótesis que debe de tomarse como guía para la investigación es el creciente hartazgo social que desde hace al menos doce años se viene experimentando en gran parte de la población. En otras palabras; mucha gente ya está harta de la situación de violencia e inseguridad en la cual vive. De ahí que unos simples mensajes de alerta provenientes de quien sabe dónde sean suficientes para justificar un acto de “justicia” que, sin temor a errar, podría interpretarse de manera errónea por el o la que decide linchar como la única solución a dicha problemática que los aqueja.
Así, se sigue reproduciendo un cáncer que proviene de ambas partes de la sociedad; tanto de aquella que representa a la delincuencia como de aquella que representa a la gente que pretende vivir sin delinquir, o sea, la violencia. La misma que no puede ni podrá ya no erradicarse, sino al menos disminuirse con su consecuente práctica en un país en donde se lincha por rumores y se legitima tal linchamiento en aras de aquella justicia que se exige a gritos de desesperación.
Gracias por su lectura.
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*El autor es licenciado en Sociología por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana. |
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